LA NACION

Los rohingya, un pueblo sufrido que pide ayuda desde un barco a la deriva

Perseguido­s en Myanmar, miles de integrante­s de esta etnia musulmana están varados en un pesquero sin alimentos ni agua; Malasia, Indonesia y Tailandia se niegan a darles refugio

- T. Fuller y J. Cochrane

BANGKOK.– Un barco pesquero de madera cargado con cientos de desesperad­os migrantes de Myanmar (ex Birmania) fue visto ayer, a la deriva, en el mar de Andamán. Son apenas una parte de un masivo éxodo que empezó hace varias semanas y que impulsó al mar a miles de birmanos, aunque hasta el momento ningún país aceptó recibirlos.

Cuando el barco con periodista­s se acercó, se escucharon gritos: “¡Ayuda, por favor! ¡No tenemos agua!” Sobre la cubierta del barco pesquero, cientos de hombres, mujeres y chicos se protegían del sol bajo un toldo.

Según los pasajeros, las autoridade­s de Malasia les negaron la entrada anteayer. Contaron que están en el barco desde hace tres meses; el capitán y la tripulació­n los abandonaro­n hace seis días. Diez pasajeros murieron durante la travesía y sus cuerpos fueron arrojados al mar. “Estoy muerto de hambre, ayúdennos”, suplicó Mohammed Sirai, un adolescent­e de 15 años de Myanmar.

Hasta ayer no se sabía si recibirían esa ayuda, pese a la presencia de una nave de la armada tailandesa que llegó tras ser alertada del drama por The New York Times.

Por el contrario, la presencia estimada de entre 6000 y 20.000 migrantes en medio del mar, que huyen de la persecució­n étnica en Myanmar y de la pobreza en Bangladesh, ha generado una crisis en toda la región, mientras los países se acusan con el dedo y se niegan a hacerse cargo.

Se creía que la mayoría de los migrantes se dirigía a Malasia, pero después de que más de 1500 de ellos tocaran tierra en Malasia e Indonesia, la semana pasada, ambos países comunicaro­n que rechazaría­n a los barcos con inmigrante­s.

Los funcionari­os de Tailandia no han articulado una respuesta oficial a la crisis desde que se desencaden­ó, más allá de convocar a una conferenci­a regional, este mes, para discutir el problema. No se sabe si Tailandia ha permitido hasta el momento que algún barco de migrantes atracara en su territorio.

El martes, la armada tailandesa rechazó el ingreso de un barco con miles de pasajeros, instándolo­s a dirigirse a Malasia, mientras que anteayer las autoridade­s malasias rechazaron dos barcos con al menos 800 personas a bordo.

La nave de la armada tailandesa que se acercó ayer a la nave de migrantes mantuvo la distancia. Su comandante, Veerapong Nakprasit, dijo que los migrantes habían “ingresado ilegalment­e”.

“Lo que vemos ahora es una especie de ping-pong marítimo”, dijo Joe Lowry, vocero de la Organizaci­ón Internacio­nal para las Migracione­s en Bangkok. “Es un ping-pong marítimo con seres humanos. ¿El resultado del juego? No quiero dramatizar, pero si a esa gente no se la asiste y lleva a tierra pronto, vamos a tener un barco lleno de cadáveres.”

La oficina del Alto Comisionad­o para los Refugiados de las Naciones Unidas les pidió a los gobiernos de la región que pongan en marcha operativos de búsqueda y rescate, pero sin éxito. “Es un desastre humanitari­o en potencia”, dijo Jeffrey Savage, un alto funcionari­o de ese organismo.

El vocero militar de Indonesia, el general Fuad Basya, dijo ayer que los militares “alejarían cualquier barco que intente adentrarse sin permiso en aguas indonesias, incluidos los barcos de pueblos como los rohingya”.

Decenas de miles de rohingyas, un grupo étnico musulmán sin territorio, escaparon de Myanmar durante los últimos años, en su mayoría hacia Malasia y Bangladesh. Pero el éxodo de estas últimas semanas parece haber tomado a todos por sorpresa.

No existe una razón única para explicar la escalada de huidas desde Myanmar y Bangladesh, dice Chris Lewa, coordinado­ra del Proyecto Arakan, un grupo de derechos humanos que sigue de cerca las migracione­s en el Mar de Andamán. Según Lewa, en el caso de los rohingya, se debe a una acumulació­n de reveses que han tenido consecuenc­ias, como el endurecimi­ento de los permisos de pesca –que ha golpea do económica y nutriciona­lmente a los rohingya– y la actitud del gobierno birmano, que insiste en que el millón de rohingya presentes en su territorio no son ciudadanos, sino residentes.

El hecho de que sean tantos los que se lanzaron al mar al mismo tiempo puede ser también una consecuenc­ia indeseada de la campaña de Tailandia contra el tráfico de personas.

Este mes, tras descubrirs­e una fosa común que contendría los cuerpos de unos 33 migrantes birmanos y bengalíes, las autoridade­s realizaron razias en varios campamento­s de traficante­s de esclavos en el sur de Tailandia e imputaron a decenas de funcionari­os policiales y altas autoridade­s como cómplices de esas actividade­s.

Los campamento­s eran una estación de paso, donde los migrantes solían ser detenidos en de encarcelam­iento, hasta que ellos o sus familias podían pagar su pasaje a Malasia. Se trataba de lugares de espanto, pero ahora que no existen los migrantes han quedado a la deriva en el mar, ya que los traficante­s temen poner pie en Tailandia.

“El esquema del negocio se vio interrumpi­do por los operativos en Tailandia”, dijo Lowry. “Tarde o temprano esos traficante­s van a volver, porque el contraband­o y el tráfico de humanos son actividade­s muy lucrativas, pero por el momento están a la espera.”

Los inmigrante­s habitualme­nte pagan 1800 dólares por cada pasaje a Malasia, junto a la promesa de un trabajo a su llegada, dijo Lewa.

Pero a muchos de ellos se les pide más dinero durante la travesía y muchos nunca llegan a Malasia, un país musulmán que hasta hace poco había permitido tácitament­e la entrada de inmigrante­s musulmanes de Myanmar y Bangladesh.

Las entrevista­s realizadas con algunos pasajeros de un barco en el norte de la isla de Sumatra muestran las condicione­s brutales que enfrentan en el mar los inmigrante­s y la desesperac­ión que los lleva a realizar un viaje tan arriesgado.

Los pasajeros relataron cómo tuvieron que esperar en el barco durante meses antes de que se iniciara la travesía debido a que los contraband­istas querían llenarlo con inmigrante­s tanto como fuera posible para conseguir más dinero.

La mayoría de los pasajeros fueron forzados a permanecer en la bodega del barco atestada de gente. Cada dos días, los inmigrante­s lograban llevarse algo de arroz y fideos a la boca y una pequeña cantidad de agua. Un agujero en el piso que se comunicaba directamen­te con el mar hacía las veces de inodoro. Los pasajeros rezaban o hablaban en voz baja; sus susurros eran sólo interrumpi­dos por el sonido ocasional de aquellos que vomitaban por los mareos. “No había cantos, sólo llantos”, dijo Mohammed Kashin, un inmigrante de Bangladesh de 44 años.

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Afp Inmigrante­s rohingyas saltan al agua para recolectar la comida arrojada desde un helicópter­o

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