LA NACION

Guadalupe Nettel. “Empecé a mirar lo que me avergüenza, todo lo doloroso de mi vida”

La autora mexicana, ganadora del Premio Herralde de Novela 2014, convierte la autobiogra­fía y las historias ajenas en material de la ficción

- Texto Natalia Blanc | Foto Hernán Zenteno

Con Después del invierno, Guadalupe Nettel ganó el Premio Herralde de Novela 2014, reconocimi­ento que anhelaba desde 2005, cuando fue finalista con El huésped. Licenciada en Letras Hispánicas, en 2013 había recibido el Premio Internacio­nal de Narrativa Breve Ribera del Duero con El matrimonio de los peces rojos. De visita en Buenos Aires para presentar la novela publicada este mes en el país, Nettel (Ciudad de México, 1973) habló con la nacion sobre una de sus obsesiones literarias: crear ficciones a partir de vidas reales. Lo hizo en El cuerpo en que nací, obra autobiográ­fica en la que cuenta sus difíciles niñez y adolescenc­ia repartidas entre México y Francia; sus problemas de visión; la eterna sensación de considerar­se una outsider. Y volvió a incursiona­r en ese registro en Después del invierno, donde tomó parte de los diarios íntimos de su juventud en París para hablar sobre la soledad, el desamor, la frustració­n, el deseo, el dolor, la muerte. –En varios de sus libros usa su vida como punto de partida para estructura­r las tramas. ¿Cómo se trabaja con material “vivo” para hacer literatura? –Hubo dos etapas en la decisión de escribir acerca de mí misma. La primera no fue tan directa, como se advierte en El huésped, donde hablo sobre mis propios miedos. Pero a mis veintipico, cuando ocurrió el levantamie­nto zapatista en México, me marcó una frase que escuché en aquel contexto político: “Hay que mirar allí donde más nos duele”. Empecé a mirar lo que más me avergüenza: la ceguera, la diferencia física, ser extranjero; todo lo doloroso de mi vida. –Dice que hay que mirar al dolor de frente. ¿Escribe para exorcizarl­o?

–Sí, claro. Después de tener a mi primer hijo, una revista me pidió un texto autobiográ­fico. Escribí acerca de mi infancia y me di cuenta de que no podía parar. Seguía escribiend­o sobre mi familia, el exilio, mi padre en prisión, la fuerte sensación de abandono

que llegué a sentir. También me di cuenta de que recordar no me dolía tanto. Hay una frase de Woody Allen que me encanta: “Comedia es igual a tragedia más tiempo”. Todo eso había sucedido hacía casi treinta años y ya me podía reír al contarlo. –¿Cuál es el límite al narrar vidas ajenas?

–Se convierten en ficción. Respeto la lógica de una novela, tomo decisiones literarias: el ritmo, qué se subraya; obviamente no puedes contar todo, no puedes ser justo. El hecho de que todos los escritores lo hagan de alguna manera justifica que uno también use su vida y las de los demás. Juan Villoro dice que la diosa de los escritores debería ser la hiena, porque somos como animales de rapiña, que nos alimentamo­s de pedazos aún palpitante­s de vidas ajenas. Y es verdad. –Sobre el final de El cuerpo… cuenta que su madre la amenazaba con hacer juicio mientras escribía. ¿Qué sucedió?

–Mi madre tenía mucho miedo, aun- que dice que no lo leyó. No lo sé. Pero como sus amigos le hicieron buenos comentario­s le fue pareciendo menos ominoso que su hija escribiera acerca de ella.

–Después del invierno está narrada a dos voces: la de Claudio, un misógino empedernid­o, y Cecilia, una joven depresiva. ¿Cómo construyó el personaje masculino que resulta tan repulsivo? –Tardé diez años en escribir esa novela. La empecé con la voz narrativa de Claudio, que representa a varios hombres. Tenía ganas de hacer un personaje que se ridiculari­zara a sí mismoCecil­ia fue sin más que difícilse diera porque cuenta.se parece Con a mí; tiene muchos rasgos de quien era yo a los 27 años. Interrumpí en varias ocasiones este trabajo. Fue una cocción lenta, mientras preparaba otros libros. La novela te va dictando una lógica; te exige la trama. De repente toma vida propia.

–¿Los personajes también?

–Sí. Uno construye personajes con ciertas caracterís­ticas y después se da cuenta de que no pueden actuar de determinad­a manera. La forma de pensar de Cecilia fue cambiando conforme cambiaba la mía. –¿Sigue escribiend­o por las mismas razones del comienzo?

–Sí. Como una necesidad. Con la literatura exorcizo las experienci­as que he tenido; es una manera de darles sentido. A veces uno vive cosas horrendas y se pregunta para qué sirve haber vivido eso. Sirve, en primer lugar, para aprender acerca de uno mismo y de los demás. Pero también, para quienes lo usamos como materia prima creativa, sirve para generar emociones.

–¿Trabaja en un proyecto nuevo?

–No, es un momento muy particular: la típica imagen de la hoja en blanco. ¿Y ahora hacia dónde voy? ¿Volveré a escribir un libro? ¿Podré hacerlo?

–¿Cómo es esa búsqueda?

–Más que una búsqueda activa es una espera. Me gusta muchísimo la frase de Picasso “si llega la inspiració­n, que me encuentre trabajando”. Pero, en el caso de una novela, uno va a adentrarse en un camino de introspecc­ión y hay que elegirlo muy bien. Creo, más bien, que es el proyecto el que te llega. Te golpea la puerta: “Acá estoy, soy yo”. Estoy en esa etapa.

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La narración es para Nettel un camino de introspecc­ión

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