Los migrantes en el Mediterráneo no son sólo cifras
Antes de llegar a la Argentina para asumir la posición de director de la oficina regional de Médicos Sin Fronteras (MSF) en Buenos Aires, trabajé en un proyecto de nuestra organización en Marruecos centrado en brindar atención sanitaria a migrantes en su periplo hacia la Europa soñada. Entre los miles de pacientes que atendimos –procedentes en su gran mayoría de países subsaharianos como la República Democrática del Congo, Somalia y la República Centroafricana– recuerdo especialmente a dos madres en estado de shock después de que perdieron a sus bebes en el hundimiento de la precaria balsa en la que intentaban cruzar el Mediterráneo. Las autoridades marroquíes las habían rescatado y devuelto a tierra, pero ellas no habían podido salvar a sus hijos durante el naufragio.
Aquello nos sobrecogió a todos en el equipo. Para los integrantes de MSF, las noticias de los hundimientos y de los fallecidos siempre suponían un golpe muy duro, ya que en muchos casos podíamos ponerles nombre y cara a las víctimas, que habían sido nuestros pacientes durante sus largas estancias en el reino alauita, mientras esperaban la forma de cruzar a tierras europeas. Es lo que nos pasó en este caso: conocíamos a esos bebes y las conocíamos a ellas, sus madres, que sobrevivieron para contárselo a nuestros médicos y psicólogos, que intentaban curar sus heridas físicas y al mismo tiempo aliviar las otras heridas, las que no se ven.
Muchas veces, la “crisis del Mediterráneo” se queda sólo en números, y no somos capaces de ponerles rostro a esas cifras. Hay personas tras esas cifras –madres, hijos, nietos–, seres humanos que han muerto ahogados, petrificados por la hipotermia, por el pánico o extenuados por no saber nadar. A veces nos olvidamos de que incluso nadar puede ser un lujo propio de los países ricos.
Hace pocas semanas, el 18 de abril, más de 800 personas (se calcula que cerca de 100 niños) perdieron la vida en un solo naufragio. Se trata, en la experiencia de Médicos Sin Fronteras, de cifras propias de una zona de guerra. Estamos ante una verdadera crisis humanitaria. En 2014, más de 3400 personas fallecieron en el Mediterráneo al intentar alcanzar Europa. Fue el año más mortífero para los migrantes en esa parte del mundo. Este año, la cifra de víctimas mortales se prevé aún mayor. Ya se registran cerca de 2000 fallecidos, cuando el verano del hemisferio norte, y por ende las buenas temperaturas que empujan a más personas desesperadas hacia el mar, recién está comenzando.
Las causas se relacionan en parte con la reducción de la asistencia disponible para socorrer a las embarcaciones en peligro. La operación de salvamento de la marina italiana, Mare Nostrum, fue interrumpida en noviembre del año pasado a causa de la falta de fondos por parte de la Unión Europea (UE), y desde entonces no ha sido suplida por ninguna otra intervención similar. Una vez más, desde Médicos Sin Fronteras denunciamos las fatídicas consecuencias que podía acarrear esta decisión por parte de la UE y sus Estados miembros, que priorizaron la vigilancia y el control de las fronteras frente al auxilio de quienes intentan llegar hacia ellas. Y digo una vez más dado que en 2013 ya habíamos elaborado un informe basado en nuestras actividades en Marruecos en el que denunciábamos las consecuencias de las restrictivas políticas migratorias de la UE, su priorización del control de fronteras y la externalización de éste hacia los países de tránsito.
Hoy somos testigos de los terribles resultados de esa decisión. Como organización médico-humanitaria, debíamos hacer algo para evitar más muertes, y esto ha llevado a Médicos Sin Fronteras a emprender por primera vez una acción directa de rescate y atención médica en el mar: desde hace algunas semanas, dos barcos con personal sanitario de MSF (el MY Phoenix junto a MOAS, Migrant Offshore Aid Station y el MS Bourbon Argos) recorren el Mediterráneo para facilitar la asistencia a personas en peligro.
Independientemente de lo alto que Europa construya sus muros y cuántos obstáculos se coloquen en el camino, los devastadores conflictos y crisis que aquejan a países como Siria, Libia e Irak seguirán obligando a la gente a huir de sus tierras de origen con el fin de salvar sus vidas, llevándola a tomar cada vez rutas más peligrosas y a asumir riesgos cada vez más grandes. Hasta ahora, el 80% de los refugiados del mundo están siendo recibidos por países con muchísimos menos medios que la UE. Los países europeos pueden y deben hacer mucho más: tienen los recursos, el poder y la responsabilidad de evitar que estas muertes ocurran.
Como nos decía Makone Mare, uno de los hombres rescatados por el MY Phoenix, sobre su decisión de embarcarse y la experiencia en el trayecto: “No hay opciones, no hay alternativas. Soy un ser humano; tenía miedo porque tengo sólo una vida para vivir”. Detrás de las cifras hay rostros y nombres como los de Makone, como los de las dos madres que, hace algunos años, compartieron su sufrimiento con nuestros equipos. Europa debe crear rutas legales y seguras para aquellos que buscan asilo y refugio. Como sencillamente dice Makone, son seres humanos.