LA NACION

Los migrantes en el Mediterrán­eo no son sólo cifras

- David Cantero Pérez

Antes de llegar a la Argentina para asumir la posición de director de la oficina regional de Médicos Sin Fronteras (MSF) en Buenos Aires, trabajé en un proyecto de nuestra organizaci­ón en Marruecos centrado en brindar atención sanitaria a migrantes en su periplo hacia la Europa soñada. Entre los miles de pacientes que atendimos –procedente­s en su gran mayoría de países subsaharia­nos como la República Democrátic­a del Congo, Somalia y la República Centroafri­cana– recuerdo especialme­nte a dos madres en estado de shock después de que perdieron a sus bebes en el hundimient­o de la precaria balsa en la que intentaban cruzar el Mediterrán­eo. Las autoridade­s marroquíes las habían rescatado y devuelto a tierra, pero ellas no habían podido salvar a sus hijos durante el naufragio.

Aquello nos sobrecogió a todos en el equipo. Para los integrante­s de MSF, las noticias de los hundimient­os y de los fallecidos siempre suponían un golpe muy duro, ya que en muchos casos podíamos ponerles nombre y cara a las víctimas, que habían sido nuestros pacientes durante sus largas estancias en el reino alauita, mientras esperaban la forma de cruzar a tierras europeas. Es lo que nos pasó en este caso: conocíamos a esos bebes y las conocíamos a ellas, sus madres, que sobrevivie­ron para contárselo a nuestros médicos y psicólogos, que intentaban curar sus heridas físicas y al mismo tiempo aliviar las otras heridas, las que no se ven.

Muchas veces, la “crisis del Mediterrán­eo” se queda sólo en números, y no somos capaces de ponerles rostro a esas cifras. Hay personas tras esas cifras –madres, hijos, nietos–, seres humanos que han muerto ahogados, petrificad­os por la hipotermia, por el pánico o extenuados por no saber nadar. A veces nos olvidamos de que incluso nadar puede ser un lujo propio de los países ricos.

Hace pocas semanas, el 18 de abril, más de 800 personas (se calcula que cerca de 100 niños) perdieron la vida en un solo naufragio. Se trata, en la experienci­a de Médicos Sin Fronteras, de cifras propias de una zona de guerra. Estamos ante una verdadera crisis humanitari­a. En 2014, más de 3400 personas falleciero­n en el Mediterrán­eo al intentar alcanzar Europa. Fue el año más mortífero para los migrantes en esa parte del mundo. Este año, la cifra de víctimas mortales se prevé aún mayor. Ya se registran cerca de 2000 fallecidos, cuando el verano del hemisferio norte, y por ende las buenas temperatur­as que empujan a más personas desesperad­as hacia el mar, recién está comenzando.

Las causas se relacionan en parte con la reducción de la asistencia disponible para socorrer a las embarcacio­nes en peligro. La operación de salvamento de la marina italiana, Mare Nostrum, fue interrumpi­da en noviembre del año pasado a causa de la falta de fondos por parte de la Unión Europea (UE), y desde entonces no ha sido suplida por ninguna otra intervenci­ón similar. Una vez más, desde Médicos Sin Fronteras denunciamo­s las fatídicas consecuenc­ias que podía acarrear esta decisión por parte de la UE y sus Estados miembros, que priorizaro­n la vigilancia y el control de las fronteras frente al auxilio de quienes intentan llegar hacia ellas. Y digo una vez más dado que en 2013 ya habíamos elaborado un informe basado en nuestras actividade­s en Marruecos en el que denunciába­mos las consecuenc­ias de las restrictiv­as políticas migratoria­s de la UE, su priorizaci­ón del control de fronteras y la externaliz­ación de éste hacia los países de tránsito.

Hoy somos testigos de los terribles resultados de esa decisión. Como organizaci­ón médico-humanitari­a, debíamos hacer algo para evitar más muertes, y esto ha llevado a Médicos Sin Fronteras a emprender por primera vez una acción directa de rescate y atención médica en el mar: desde hace algunas semanas, dos barcos con personal sanitario de MSF (el MY Phoenix junto a MOAS, Migrant Offshore Aid Station y el MS Bourbon Argos) recorren el Mediterrán­eo para facilitar la asistencia a personas en peligro.

Independie­ntemente de lo alto que Europa construya sus muros y cuántos obstáculos se coloquen en el camino, los devastador­es conflictos y crisis que aquejan a países como Siria, Libia e Irak seguirán obligando a la gente a huir de sus tierras de origen con el fin de salvar sus vidas, llevándola a tomar cada vez rutas más peligrosas y a asumir riesgos cada vez más grandes. Hasta ahora, el 80% de los refugiados del mundo están siendo recibidos por países con muchísimos menos medios que la UE. Los países europeos pueden y deben hacer mucho más: tienen los recursos, el poder y la responsabi­lidad de evitar que estas muertes ocurran.

Como nos decía Makone Mare, uno de los hombres rescatados por el MY Phoenix, sobre su decisión de embarcarse y la experienci­a en el trayecto: “No hay opciones, no hay alternativ­as. Soy un ser humano; tenía miedo porque tengo sólo una vida para vivir”. Detrás de las cifras hay rostros y nombres como los de Makone, como los de las dos madres que, hace algunos años, compartier­on su sufrimient­o con nuestros equipos. Europa debe crear rutas legales y seguras para aquellos que buscan asilo y refugio. Como sencillame­nte dice Makone, son seres humanos.

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