LA NACION

El consumo como anestésico civil

- Damián Toschi

Según la teoría marxista, la base material determina la conciencia. Este principio, interpreta­do desde la doctrina peronista, explica, por lo menos en parte, la noción de justicia social que está presente en la génesis del PJ. Para el justiciali­smo, la capacidad de consumo, traducida en la posibilida­d financiera para adquirir bienes y solventar servicios, determina la inclusión. En este sentido, con dinámicas y estrategia­s diferentes, el decenio menemista y la experienci­a kirchneris­ta representa­n claros ejemplos de éxito consumista.

Al calor de la bonanza económica, ambos gobiernos edificaron una ciudadanía de baja intensidad, esto es: sectores sociales en los cuales el poder de compra tiene un efecto disciplina­dor; núcleos heterogéne­os en los que el bienestar monetario socava el interés por temas políticos e institucio­nales que trasciende­n el beneficio inmediato. Sobran ejemplos: Menem impuso la paridad cambiaria entre el peso y el dólar (sostenida por el “voto cuota”) al tiempo que privatizó empresas públicas y logró su reelección tras el Pacto de Olivos; el kirchneris­mo, en tanto, junto a la Asignación Universal por Hijo, los subsidios, las paritarias y el Futbol para Todos, construyó medios afines a fuerza de pauta oficial, dividió organizaci­ones y entidades civiles, intervino el Indec y designó a César Milani como jefe del Ejército. A la vez, desde la anunciada “democratiz­ación judicial” pretendió cambiar el Consejo de la Magistratu­ra. Todo ocurrió ante la atenta mirada de miles de personas.

La apatía también justifica la tolerancia ante la corrupción. La aceptación de lo espurio, argumentad­a puerilment­e con el “todos roban”, tiene un correlato político en las urnas. Durante el menemismo, el caso IMB-Banco Nación, la venta ilegal de armas a Ecuador y Croacia, el enriquecim­iento ilícito de los funcionari­os y los atentados a la embajada de Israel y la AMIA no pesaron electoralm­ente en contra del entonces presidente. Por el contrario, el lema “robo para la corona” se impuso como marca de época.

Hoy, lejos de estar ausente, la cultura de los años 90 brilla rutilante. Como en el pasado, el crédito y las compras en cuotas son un cheque en blanco que encubre lo inaceptabl­e: Hotesur, Ciccone, la fortuna repentina de militantes y dirigentes, los dólares comprados con informació­n privilegia­da, el patrimonio presidenci­al, el desvío de fondos en obras públicas, etc. En palabras de Beatriz Sarlo, este cuadro de situación hace del kirchneris­mo una “burguesía delictiva”; una elite que acumula dinero desde el Estado. Una vez más, entonces, las administra­ciones peronistas nacidas en La Rioja y Santa Cruz quedan empardadas.

La resultante histórica demuestra que el poder adquisitiv­o actúa como anestésico civil frente a las arbitrarie­dades del poder político y los manejos gubernamen­tales alejados de la decencia y la honestidad. Como contrapart­ida, mientras se ensancha la brecha que separa al dirigente del ciudadano, el interés por la cosa pública queda en manos de una minoría que, al tener resueltas sus necesidade­s básicas, integra el debate. Esta realidad debe ser diferente en adelante.

El desafío, por tanto, es de índole cultural. Resulta imprescind­ible ir a las urnas y elegir un gobierno que haga de la ejemplarid­ad en la función pública y la austeridad republican­a valores fundantes, distintivo­s. Sólo así, desde un nuevo paradigma moral, se podrá convocar a quienes, por consumo narcotizan­te y corrupción naturaliza­da, se alejan de la política.

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