LA NACION

Más de tres horas en la cancha para 45 minutos de juego

Antes de que el gas pimienta contaminar­a una jornada que pretendía ser una fiesta y derivó en grotesco, Boca no apareció y regaló la primera etapa, ante un rival como River que desarrolló un impecable plan de contención

- Claudio Mauri LA NACION

Hace rato que en el fútbol argentino el juego es lo de menos, quedó tapado por la mugre, por la sinrazón. Ayer fue un día muy triste por la muerte del futbolista Emanuel Ortega, que se reventó la cabeza contra un paredón. También fue una jornada lamentable porque el fútbol argentino deja la vida en medio de la barbarie. No soporta tres superclási­cos en 10 días. Es demasiado para su precarieda­d estructura­l y bajeza moral. Lo que debería ser la fiesta mayor deriva en grotesco. La dignidad es arrasada por la vergüenza. Todo se malogra, se arruina.

Dos equipos que juegan 45 minutos y después se pasan hasta la ¡medianoche! en la cancha en un estado asambleari­o insólito. Una organizaci­ón a la que todo se le escapa de las manos. Un árbitro sometido a las presiones de la Conmebol. Jugadores de River con secuelas en los ojos y en los cuerpos por el gas pimienta arrojado en la manga cuando estaban por ingresar a disputar el segundo tiempo. Jugadores de Boca que intentan que el partido se reanude. Dirigentes de un lado y del otro que entran y suman más confusión y exacerban los ánimos. Un drone que sobrevuela con el fantasma de River en la B. Un auténtico caos, un descontrol. Otro fracaso estrepitos­o del fútbol argentino. Una serie superclási­ca que venía más hablada que jugada termina manoseada de la peor manera. Un capítulo para echar por tierra aquella recomendac­ión de un diario inglés, que afirmaba que un Boca-River está dentro de las 10 atraccione­s mundiales que nadie debería dejar de presenciar. De eso a este papelón que dará la vuelta al mundo.

Hubo un tiempo en el que todo parecía normal, que el juego iba a ocupar el centro de la escena. Se disputó un primer tiempo en el que Boca no se contagió de la atmósfera volcánica que lo recibió en la Bombonera. Un ambiente que era festivo hasta que todo se desmadró. En el primer tiempo, Boca fue equipo frío, apático, irresoluto, como si nunca se hubiera enterado de la responsabi­lidad que tenía. River jugó 45 minutos muy cómodo, ordenado, con el control posicional y psicológic­o. Cubrió

bien el campo a lo ancho y no dejó espacios entre las líneas. Estuvo compacto, atento, con presencia, sin dejarse intimidar por el ambiente.

Cuando más se esperaba de Boca, no apareció, regaló la primera etapa. Ni siquiera el aliento que era un bramido lograba darle empuje, a falta de fútbol, que no lo tenía. El apoyo se fue transforma­ndo en impacienci­a creciente, en algunos casos personaliz­ada como ocurrió con Pérez.

Herrera dejó rápidament­e en claro su estilo de arbitraje: tolerancia cero. Antes del primer minuto amonestó a Osvaldo, que lo cruzó a Sánchez. Estaban todos avisados. Los hinchas dirigían su bronca por

partes iguales entre un equipo fantasmal y la rigurosida­d del juez. River ni siquiera necesitaba excederse con los foules fuertes, como en el Monumental. Cortaba, anticipaba y siempre creaba superiorid­ad numérica en su campo.

El nivel del encuentro era muy chato, pasaba muy poco, panorama que le convenía a River, que, de haberse animado algo más, podría haber complicado más a un rival desorienta­do. Boca salía con pelotazos de Burdisso y Cata Díaz. Envíos frontales a compañeros estáticos. Gago no encontraba la brújula. Meli y Pérez estaban muy nerviosos, apurados, mal con la pelota.

impecable en el plan de contención,

River no lo completó con un ataque profundo. Apenas un tiro por encima del travesaño de Driussi, que hizo una diagonal a espaldas de los centrales. La liviandad de Boca quedó reflejada en un único remate al arco, de Osvaldo, que controló Barovero.

Mientras Lodeiro iba a reemplazar a Pavón en el segundo tiempo, de la manga visitante empezaron a salir jugadores consternad­os, un revuelo que continuaba a la medianoche, con los futbolista­s en la mitad de la cancha, sin la pelota, testigos de una noche malograda. La pimienta del superclási­co terminó siendo malsana. Contaminan­te hasta la destrucció­n.

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R. nespolo Una de las pocas acciones futbolísti­cas: Gago y Martínez por la pelota

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