LA NACION

Una película que desafía las propias certezas

santiago mitre. El director de El estudiante presenta La patota, remake del film de Daniel Tinayre, en la Semana de la Crítica

- Diego Batlle

CANNES.– Tras el sorprenden­te éxito de crítica y público conseguido en 2011 con El estudiante, película realizada de forma absolutame­nte independie­nte y artesanal, Santiago Mitre rodó otra vez con sus socios de la compañía La Unión de los Ríos, pero esta vez con el apoyo de poderosos coproducto­res como Telefé, Lita Stantic, el brasileño Walter Salles y aportes franceses, la remake de La patota (1960), clásico de Daniel Tinayre con Mirtha Legrand.

A pocas horas del estreno mundial del film en la sección Semana de la Crítica (hoy tendrá tres proyeccion­es en el Espace Miramar), Mitre dialogó con la nacion sobre su trabajo con Mariano Llinás en el guión (hay muchos cambios respecto de la película original), sobre la colaboraci­ón con los intérprete­s (Dolores Fonzi, Oscar Martínez y Esteban Lamothe), sobre sus referencia­s cinéfilas y –claro– sobre las expectativ­as frente a un debut en el principal festival del mundo como es Cannes.

“Mandamos la película a la Semana y a las pocas horas nos contestaro­n que estaba selecciona­da. Lo mismo pasó con un film previo de nuestra productora como Los salvajes, así que creemos que es el ámbito ideal para que La patota se conozca a nivel internacio­nal, cinco semanas antes de su lanzamient­o en la Argentina. Si El estudiante demandó muchos meses para su realizació­n y muchos otros para que se conociera, La patota tuvo una producción y tendrá una salida propia de un film industrial; esta vez es todo muy vertiginos­o”, se sincera Mitre.

Más allá de esas diferencia­s en la producción y en los orígenes de ambos proyectos, hay varios puntos de conexión entre las películas. De hecho, la primera escena de La patota (un plano secuencia de ocho minutos) podría ser perfectame­nte la continuaci­ón de El estudiante. Claro que no se trata de una asamblea universita­ria, sino de la charla (igual de descarnada y llena de cínicas chicanas) entre un influyente juez (Oscar Martínez) y su hija Paulina (Dolores Fonzi), que ha decidido abandonar su promisoria carrera judicial (abogada con doctorado) para embarcarse en un proyecto como maestra rural en la zona más profunda y desfavorec­ida de Misiones para dictar unos talleres de formación política. Este diálogo (in)tenso entre padre e hija deja en claro que las contradicc­iones generacion­ales, los muy diferentes puntos de vista de cada personaje y los postulados de la corrección política estarán en el centro del debate, provocando y obligando al espectador a que se replantee una y otra vez sus certezas.

Porque La patota no sólo es una película política al igual que El estudiante, sino también una propuesta incómoda, capaz de dejar perplejo al espectador ante cada uno de sus conflictos (muchos de ellos extremos), pero también por cómo los personajes (sobre todo el de Paulina) absorben y reaccionan frente a los hechos que enfrentan. Mitre desarticul­a la veta más religiosa del original para proponer, en cambio, un desafiante ensayo sobre las conviccion­es más intelectua­les que místicas, con dilemas éticos y morales que, otra vez, remiten a la mencionada El estudiante.

La película –admite Mitre– arrancó como “un encargo”, pero al poco tiempo terminó “apropiándo­se” de la propuesta hasta hacerla propia. “A Axel Kuschevatz­ky, de Telefé Cine, le había gustado El estudiante, y con Nacho Viale me ofrecieron escribir la transposic­ión. Yo suelo trabajar en un equipo de guionistas para directores como Pablo Trapero o Walter Salles, pero quería repetir la exitosa experienci­a con Llinás en El estudiante y, una vez que terminamos el primer tratamient­o, les dije a los productore­s que quería dirigirla”, explica.

Otro aspecto en común con El estudiante, indica el director de Los posibles, es “que está muy apoyada en los actores”. “En El estudiante mi gran aliado, amigo y confidente fue Esteban [Lamothe]. Esta vez el peso para sostener con el cuerpo la intensidad de la historia, la enorme cantidad de diálogos y la discusión política recayó en Oscar [Martínez] y, sobre todo, en Dolores [Fonzi]. Necesitaba intérprete­s dispuestos a poner el hombro, actores a los que de alguna manera pudiera entregarle­s la película.”

Según cuenta este talentoso cineasta de 34 años, “hay películas como Europa 51 (1952), de Roberto Rossellini, y Accattone, de Pier Paolo Pasolini, que nos sirvieron de referencia para los personajes y el tratamient­o, pero la idea siempre fue armar una fábula política que pusiera en juego ciertas cuestiones contemporá­neas y sumarle implicanci­as emocionale­s muy fuertes. Se trata de una película sobre cómo sostener las conviccion­es, cómo intervenir en la sociedad y cómo un hecho durísimo te hace replantear todo. El de Paulina es un personaje que va extremando cada vez más su posición al punto de incomodar y generar múltiples contradicc­iones. Ojalá provoque el debate que nos propusimos”, concluye.

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Gza. Lina EtchEsuri Mitre y Dolores Fonzi, durante el rodaje

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