Sonidos de otra dimensión
Sorprendente protagonismo de la música de Debussy en el vernissage de una sugestiva exposición y en un documental inclasificable
la inauguración de su muestra “para ver y oír” en la galería de Jorge Mara fue una experiencia inusual
macaparana
artista Plástico considera que su nuevo film, al centro de la tierra, es una obra de ficción interpretada por personajes reales
Daniel rosenfelD cineasta
El vernissage de Música, la muestra del artista brasileño Macaparana en la galería Jorge Mara, fue una experiencia inusual. El subtítulo, que podía leerse en la invitación, era casi una declaración de principios: “una exposición para ver y oír”. En las paredes se podían contemplar las obras en las que, con papeles recortados, plegados y luego desplegados, Macaparana desarrollaba su “partitura”. Esos pequeños papeles de formas geométricas básicas (cuadrados, círculos, triángulos), pintados con pigmentos rojos, azules, amarillos, negros, tenían una duración, a pesar de estar fijos, atrapados en el papel y en el marco de acrílico. Muchos de esos recortes habían sido plegados y luego desplegados: las huellas de los pliegues no habían podido ser borradas y contaban la historia de ese repertorio geométrico. Eran papeles con pasado, con tiempo acumulado, a pesar de su abstracción.
Según comentó el crítico Pablo Gianera, que escribió el libro-catálogo de la exposición, la música está en el origen de las obras. Por medio de ellas, Macaparana se propuso establecer un vínculo entre el espacio y el tiempo. La compositora y flautista Patricia Da Dalt escribió la Suite
Macaparana, inspirada en las imágenes que se pueden ver en la galería. Gianera mostró algunas de las páginas de la Suite para que se comprendiera el parentesco visual, gráfico, que existe entre las indicaciones musicales y los trabajos de Macaparana. La semejanza, en algunos casos, era asombrosa. “Es como si él trabajara el tiempo en el espacio, como si concentrara en sus papeles un ovillo temporal. Si se observa con detenimiento los elementos que utilizó, se pueden ver pentagramas incompletos, notas. La música contemporánea recurre a gráficos en lugar de las partituras convencionales. Esos gráficos, como pueden apreciar, están emparentados con lo que Macaparana plasmó en sus obras.”
Después de la Suite, el trío Luminar (Patricia Da Dalt, Marcela Magin y Lucrecia Janosa) interpretó Sonata para flauta,
viola y arpa de Claude Debussy. Fue muy extraño porque, después de la introducción del arpa, la flauta en la boca y en las manos de Da Dalt sonó como si todavía se estuviera escuchando la Suite Macaparana, como si Debussy hubiera anticipado la sonoridad de la compositora argentina, o como si ella buscara en el músico francés el tipo de lectura que más se asemeja a sus propias composiciones.
Por fortuna, Mara distribuyó sillas y armó en pocos minutos un improvisado auditorio para que se pudiera disfrutar de la música con comodidad. En esa efímera platea estaban Alice Rohrwacher, la directora de Le meraviglie, que obtuvo el Grand Prix en el último Festival de Cannes; la poeta italiana Patricia Cavalli, autora de
Pigre divinitá, pigra sorte; Abrasha Rotenberg, Tununa Mercado, Noé Jitrik, Inés Bancalari, Juan Lecuona, Nora Correa y Edgardo Cozarinsky.
Debussy también estuvo presente, de modo insólito, en Al centro de la tierra, la última película del director Daniel Rosenfeld (Cornelia frente al espejo, La quimera de los héroes, Saluzzi), proyectada en el Bafici. Para muchos, se trata de un documental casi antropológico; sin embargo, Rosenfeld piensa que se trata de una obra de ficción interpretada por personajes reales. El protagonista es Antonio Zuleta, un salteño de más de sesenta años, consagrado a investigar la presencia de ovnis en Cachi, la zona donde aparentemente se habrían avistado más naves extraterrestres. Rosenfeld descubrió a Zuleta cuando viajó a Salta con la idea de hacer otro film. La cara y el silencio de Zuleta, por sí solos, ya cuentan una historia y justifican que el cineasta haya cambiado de proyecto. El salteño se vale de su primitiva cámara para registrar todo lo que le parece sospechoso e inusitado en el cielo local.
Rosenfeld tuvo mucha suerte: su héroe silencioso, tras la confirmación de otros mundos, de otros seres no humanos, lo conduce a paisajes de una belleza y un misterio estremecedores. Repetidas veces, la cámara toma un amplio panorama desde lejos, desde tan lejos que se debe estar muy alerta, como en un estudio de campo visual, para ver aparecer un punto negro, en el extremo izquierdo, abajo, en la pantalla. Ese punto se desplaza en el vasto espacio de piedra con lentitud, en tiempo real, paso por paso: uno termina por comprender que se trata de Zuleta, convertido en un grano de polvo entre las rocas gigantescas. La inmensidad de esos cerros y de esas mesetas es la mejor explicación de la fe que tiene Zuleta en la existencia de otros mundos, de otras civilizaciones. Si no creyera en esa “compañía” proveniente de otras galaxias, si no buscara demostrarla, la mera contemplación del desierto infinito lo condenaría, como a todos, a la angustia y a la insignificancia más absoluta. El mejor modo de no enloquecer es creer, aunque la fe pueda ser considerada otra locura. En esa persecución de algo más grande que este banal planeta, Zuleta consulta (era inevitable) a Fabio Zerpa, el mediático especialista en ovnis.
Uno esperaría que la música de fondo para esos paisajes y esa historia fuera folclórica. En cambio, Rosenfeld utiliza números de la suite Children’s Corner, de Debussy, y también obras de Brahms. El contraste no puede ser más agudo y desconcertante. Entre la cara de Zuleta y las gráciles piezas de Debussy hay una distancia tan abismal como la que separa la Tierra de las estrellas lejanas desde donde llegarían los ovnis. Por otra parte, la música original compuesta por el chileno Jorge Arriagada, radicado en Francia desde 1966, responde también al espíritu de la tradición francesa. Arriagada se especializa en componer música para films. Colaboró mucho con Raoul Ruiz, por ejemplo, en El tiempo recuperado. Se formó con Olivier Messiaen, Pierre Boulez y Max Deutsch, discípulo de Arnold Schönberg. La música que creó para esta película empalma de manera asombrosa con la de Debussy y la de Brahms. Ése es el universo sonoro que sigue a Zuleta. Es como si, por medio de la música, uno descubriera hasta qué punto, bajo la común apariencia humana, cada uno está encerrado en su propia cápsula espacial.