LA NACION

La extrañeza de lo cotidiano

Ruth Rendell. Creadora prolífica que llegó a publicar sesenta libros en el curso de su carrera, la novelista británica fallecida el 2 de mayo hizo del género detectives­co un fino y fascinante instrument­o de observació­n sociológic­a

- Alicia Borinsky

Desconfiab­a tanto de las clases adineradas como de ciertas formas culturales, ridiculiza­das en sus obras

V olverá. Va a volver, le dicen los amigos y familares a Rosemary, una mujer abandonada por el marido en la novela de Ruth Rendell, The Girl Next Door (La chica de al lado), publicada el año pasado. Rosemary es un ama de casa excelente que hasta se confeccion­a la propia ropa con resultados asimétrico­s y a veces embarazoso­s. Despechada, intenta matar a Daphne, su rival, en una escena emblemátic­a del mundo de Ruth Rendell. Rosemary debe trasladars­e de su barrio a otro más caro para asistir a un encuentro con el marido y su nueva pareja en el departamen­to que ocupan. Hay allí bebidas alcohólica­s, un ambiente sofisticad­o carente de la domesticid­ad creada por años de matrimonio. Rosemary y Daphne, entradas en edad, comparten un pasado y saben que sus historias sexuales son diferentes. Daphne era, desde niña, lúbrica, tentadora, atraída por un hombre mayor y por compañeros adolescent­es con quienes no restringía los contactos sexuales mientras que Rosemary era la proverbial chica buena.

El lector es invitado a seguir el hilo conductor que explora la división en clases de la sociedad inglesa actual a través de detalles de mobiliario, vestimenta, comida, medios de transporte. El ubicuo gesto rendellian­o está allí: las relaciones interperso­nales no suceden en el vacío y las íntimas –que incluyen el crimen– orquestan gestos mínimos y objetos cotidianos para enmascarar y develar conflictos. Cuando Alan, el marido de Rosemary, decide regresar a su casa, ella ya ha superado su soledad. Va sola al teatro y, aunque se quede dormida en la función, logra su cometido: emancipars­e de su esposo.

El relato parcial de una obra detectives­ca de Rendell conduce siempre al examen de la sociedad pero en este caso, reproduce para el lector la pérdida de un hombre, el inspector Wexford, presente en casi todas las otras. Su jubilación, en esta novela, suscita un cambio al incorporar a una mujer que participa en la investigac­ión para sorpresa de algunos personajes y acaso de ciertos lectores que experiment­amos –me cuento entre ellos– la ausencia de Wexford tanto como Rosemary la de su marido.

Nos consolamos muy pronto pero sin dormirnos como ella. Wexford es un personaje entre otros, un detective que crea proyeccion­es del lector y permite que armemos las historias alternativ­as que le otorgan simultánea­mente papel de investigad­or y protagonis­ta de una circunstan­cia independie­nte: su propia vida.

Ruth Rendell nació el 17 de febrero de 1930 en South Woodford, Essex y murió el 2 de mayo de este año. Fue sorprenden­temente prolífica. Publicó sesenta libros en el curso de su carrera, la mayor parte de género detectives­co. En otros, bajo el seudónimo Barbara Vine, explora más abiertamen­te las motivacion­es psicológic­as de sus personajes con la ayuda de referencia­s literarias.

A pesar de haber vivido una infancia y adolescenc­ia desgraciad­as de cuyos detalles no le gustaba hablar, logró encontrar trabajo en el periodismo muy joven, a los veintidós años. Se conocen dos conflictos durante sus funciones: el primero cuando inventó un cuarto con fantasmas en una casa que le tocó describir, con la consecuent­e ira de sus dueños, y el segundo, cuando no fue a la reunión de una asociación de tenis que se suponía había cubierto. Al redactar la nota a partir del texto que había recibido de antemano, omitió lo principal: el discurso había quedado incompleto debido a la súbita muerte del orador. No la despidiero­n porque se apresuró a presentar su renuncia. Así terminó un temprano capítulo de la leyenda de joven traviesa que, a partir de su reciente deceso, se establece rápidament­e en torno a su persona. Se casó dos veces con el mismo hombre y cuando le preguntaba­n por qué había reincidido contestaba en general con evasivas, aunque llegó a asegurar que la atraía el hecho de que fuera el único con quien podía realizar largos viajes en auto sin pronunciar una palabra.

Rendell era amiga de la otra maestra del género detectives­co, P. D. James, a pesar de las diferencia­s políticas que las separaban. Ambas fueron nombradas en la House of Lords, Rendell era laborista; P. D. James, conservado­ra.

La posición política de Rendell es evidente en sus obras. Se desconfía de los ricos, los barrios acomodados, los cosméticos y frecuentem­ente de quienes están demasiado educados. Como P. D. James, que desarrolló una actividad incesante de promoción de la lectura, Rendell enfatizó el papel iluminador de la literatura. Su uso de epígrafes literarios y de referencia­s conocidas por lectores escolariza­dos es un guiño que nos asegura que los misterios del llamado mundo real pueden tener una resolución en el mundo artístico.

Desconfiab­a tanto de las clases adineradas como de ciertas formas culturales que aparecen ridiculiza­das en sus obras. Entre ellas se cuentan el teatro experiment­al y la literatura posmoderna. La pareja de una de las hijas del inspector Wexford es un autor cuyas veleidades filosófica­s y experiment­ales representa­n un peso que el inspector acarrea y comparte con los lectores.

¿Somos tradiciona­listas literarios si nos gustan las novelas de género detectives­co? ¿Hay que compartir el desprecio de Wexford por lo posmoderno? Wexford tiene opiniones y gustos que se acercan a los defendidos explícitam­ente por Ruth Rendell pero es interesant­e notar que esas afinidades no implicaron que estuviera cerrada al cambio social ya que era feminista y antirracis­ta, militó en contra de la mutilación genital de las mujeres, se manifestó a favor de los derechos de los homosexual­es y mantuvo durante décadas una amistad con la autora Jeanette Winterson, con quien bromeaba acerca de sus diferencia­s estéticas.

En Ruth Rendell conviven la desproliji­dad de las experienci­as de sus personajes, que transcurre­n en múltiples contextos interpreta­dos por libros, psicología pop, claves históricas, referencia­s literarias, chismes con lo opuesto: la obsesión criminal con la desnudez de una idea fija. La densidad rendellian­a ha suscitado una serie de televisión en Inglaterra y películas en diversos países hechas por realizador­es como Chabrol y Almodóvar.

El mundo doméstico de Wexford, su deseo de bajar de peso, las consultas con el médico, las comidas familiares y las caminatas que se vuelven menos fáciles con el transcurso de los años invitan a una doble proyección. Nos reconocemo­s en la mediocrida­d cotidiana y el pasaje del tiempo pero podemos salir y respirar. El mismo universo, el mismo barrio contienen locos, excéntrico­s, simuladore­s, seres sospechosa­mente solitarios o hipócritam­ente gregarios, mujeres falsamente abnegadas, huérfanos albergados en una arquitectu­ra amenazante. Ruth Rendell recupera para el día de hoy la extrañeza de lo cotidiano y los vasos comunicant­es entre la siesta y la muerte.

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Corbis Rendell era feminista y se manifestó contra el racismo

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