El fútbol, al paredón
Al fútbol argentino, los controles le dan alergia. Hagamos un repaso: los clubes no cumplen con los límites económicos. Gastan más de lo que pueden y se endeudan a niveles siderales ($2444 millones de pasivo en 2014). No pagan los impuestos (por eso muchas instituciones se acogieron a moratorias de la AFIP). Y, por lo visto, tampoco respetan los reglamentos. La FIFA, por ejemplo, prohíbe la publicidad “a menos de un metro” de las redes de los arcos y de las líneas de meta. Hace unos años, Sebastián Palacios trastabilló contra un cartel a ras del piso en la Bombonera. Pudo haberse lesionado de gravedad.
El fútbol argentino parece no darse cuenta de que la falta de controles, de apego a las reglas, de previsibilidad, conspira contra sí mismo. Hoy es tan noticia en el mundo por la muerte de Emanuel Ortega como por el decisivo superclásico de la Copa Libertadores. ¿Quién mide el impacto negativo de una muerte –una más– tan absurda como evitable? ¿Por qué tenemos que esperar a que alguien pierda la vida en una cancha para empezar a debatir sobre los reglamentos de la AFA? Sobre los clubes que cumplen y los que no. Sobre quienes tienen que hacer cumplir las reglas. Sobre los premios para quienes respetan lo escrito y los castigos para quienes eligen otro camino.
¿Acaso hay que esperar, por ejemplo, que un árbitro o un jugador pierdan un ojo (o la vida) en una cancha para que extrememos los controles contra la pirotecnia? ¿Qué tiene que pasar para que todos los espectadores sean cacheados como corresponde? Todos. No sólo los plateístas. O los hinchas comunes. O los periodistas. Todos. Y eso incluye a los integrantes de las barras bravas.
Se gastaron ríos de tinta y bosques de papel para señalar a Julio Grondona como responsable de buena parte de los problemas del fútbol argentino. Don Julio ya no está. Pero la pelota sigue padeciendo las mismas enfermedades que tenía hace un año; o hace una década. Cumplir con las reglas puede ser un buen comienzo. Aunque muchos no estén acostumbrados y prefieran vivir en el caos. En el descontrol de siempre.