LA NACION

El fútbol, al paredón

- Alejandro Casar —la nacion — acasar@lanacion.com.ar

Al fútbol argentino, los controles le dan alergia. Hagamos un repaso: los clubes no cumplen con los límites económicos. Gastan más de lo que pueden y se endeudan a niveles siderales ($2444 millones de pasivo en 2014). No pagan los impuestos (por eso muchas institucio­nes se acogieron a moratorias de la AFIP). Y, por lo visto, tampoco respetan los reglamento­s. La FIFA, por ejemplo, prohíbe la publicidad “a menos de un metro” de las redes de los arcos y de las líneas de meta. Hace unos años, Sebastián Palacios trastabill­ó contra un cartel a ras del piso en la Bombonera. Pudo haberse lesionado de gravedad.

El fútbol argentino parece no darse cuenta de que la falta de controles, de apego a las reglas, de previsibil­idad, conspira contra sí mismo. Hoy es tan noticia en el mundo por la muerte de Emanuel Ortega como por el decisivo superclási­co de la Copa Libertador­es. ¿Quién mide el impacto negativo de una muerte –una más– tan absurda como evitable? ¿Por qué tenemos que esperar a que alguien pierda la vida en una cancha para empezar a debatir sobre los reglamento­s de la AFA? Sobre los clubes que cumplen y los que no. Sobre quienes tienen que hacer cumplir las reglas. Sobre los premios para quienes respetan lo escrito y los castigos para quienes eligen otro camino.

¿Acaso hay que esperar, por ejemplo, que un árbitro o un jugador pierdan un ojo (o la vida) en una cancha para que extrememos los controles contra la pirotecnia? ¿Qué tiene que pasar para que todos los espectador­es sean cacheados como correspond­e? Todos. No sólo los plateístas. O los hinchas comunes. O los periodista­s. Todos. Y eso incluye a los integrante­s de las barras bravas.

Se gastaron ríos de tinta y bosques de papel para señalar a Julio Grondona como responsabl­e de buena parte de los problemas del fútbol argentino. Don Julio ya no está. Pero la pelota sigue padeciendo las mismas enfermedad­es que tenía hace un año; o hace una década. Cumplir con las reglas puede ser un buen comienzo. Aunque muchos no estén acostumbra­dos y prefieran vivir en el caos. En el descontrol de siempre.

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