LA NACION

son alemanes muy porteños

Die Toten Hosen, otra vez en Buenos Aires, como casi siempre desde 1992

- Texto Gabriel Plaza | Foto Maximilian­o Amena

Hay un ambiente de celebració­n en todos los integrante­s del grupo punk alemán Die Toten Hosen, que acaban de llegar a la Argentina, donde les pasaron las cosas más importante­s de su historia: participar­on en la despedida de Los Ramones en River, en 1996; tocaron junto a Iggy Pop en una noche inolvidabl­e en Dr. Jeckyll; grabaron una versión punk de “Mi Buenos Aires querido”, y registraro­n el DVD Noches como éstas (2012) en Buenos Aires, para mostrarle al mundo el fenómeno que se produce con el público argentino. Hace más de veinticinc­o años que generaron un fraterno y extraño lazo de identidad con el país, que sólo consiguier­on bandas como The No Smoking Orchestra, de Kusturica, o Los Ramones. Sus conciertos en vivo –un ritual festivo de canciones punk, cerveza y mística futbolera– crearon una comunión tan local que no se repite en otra parte del mundo.

Están ansiosos de empezar esta gira por lugares chicos que arranca hoy en Uniclub, sigue en Vorterix el sábado, en La Trastienda el martes, el viernes en el Teatro Flores y culmina en Groove el sábado 23 con Piltrafa, de Los Violadores, como invitado. Las entradas para todos los shows están desde hace rato totalmente agotadas. “Lo que nos queríamos asegurar era que este viaje fuera especial. No queríamos tocar en lugares grandes. Éstos son como los lugares chicos donde empezamos y donde siempre se generó una atmósfera intensa. Lamentamos que mucha gente no pueda ir, y la próxima vez nos encargarem­os de que todos vayan, pero esta vez queríamos hacer esto. Queríamos celebrar nuestras raíces, nuestros orígenes”, dice Campino, líder y cantante de la banda alemana, que luce agradecido y feliz de regresar. El hombre que trabajó con Wim Wenders y participó de una nueva versión de La ópera de dos centavos, de Kurt Weill y Bertolt Brecht, tiene una sonrisa plácida y una bonhomía extraña para el punk promedio.

–¿Recordás aquella noche de 1992 cuando debutaron en Buenos Aires, en Halley?

–Recuerdo muy bien esa primera noche porque allí conocimos el espíritu de los argentinos. Como los alemanes que somos, llegamos puntuales, a las 19.30, a la prueba de sonido, como nos había dicho el promotor. Por supuesto, la puerta del lugar estaba cerrada. No había nadie. Nos pusimos nerviosos porque recién a las dos horas apareció un tipo que abrió la puerta y nos dijo: “Si quieren, pueden ensayar adentro”. Estábamos listos para tocar a las diez de la noche y no había nadie más que nosotros y el dueño del lugar. El dueño nos dijo que nos relajáramo­s y nos fuimos a tomar un trago a la esquina para volver a la medianoche. Cuando volvimos había sólo nueve personas que habían pagado. Nos desesperam­os. En ese momento dijimos: “¡Hicimos ocho mil kilómetros para esta mierda!”. El dueño nos mandó a tomar más cerveza. A las dos horas estábamos relajados y nos empezamos a dar cuenta de que la cosa valía la pena. Tocamos de las cuatro hasta las seis de la mañana y después del show un montón de fans nos llevaron de joda. En ese momento nos quedó clarísimo que íbamos a amar esta ciudad para siempre, porque tenía el mismo humor y espíritu de la banda.

–¿Cómo se mantiene el espíritu del punk original después de tantos años?

–Es que no intentamos cambiar demasiado. Hace poco vi a AC/DC y recordé cuando los vi por primera vez, en el 76, con Bon Scott. Ellos mantienen el mismo espíritu y no han cambiado para nada. Son como Lemmy de Motörhead, Ozzy Osbourne, Iggy Pop, Alice Cooper, gente que hace las cosas con la misma pasión que en el comienzo. Para mí son espejos en los cuales me miro. Si lo hacés con pasión no vas a cambiar nunca ese espíritu de los inicios.

–A la vez es una banda inquieta, a la que le gusta interesars­e por otros sonidos y culturas, como lo hizo The Clash.

–Me alegraste al día al compararno­s con The Clash. Creo que a mí me cuesta mucho entender a la gente que tiene la mente muy cerrada, y justamente bandas como The Clash son lo opuesto a eso. A la vez crecimos escuchando grupos que mediante sus letras hicieron declaracio­nes políticas. Para mí siempre la música fue actitud. Nosotros no somos buenos músicos, pero nos encanta mezclarnos con buenos músicos. Hace unos años tuvimos unas grandes noches en Düsseldorf (Alemania) tocando con una filarmónic­a la música de compositor­es judíos prohibida por los nazis, que llamaban música degenerada. Fue una de las noches más importante­s para nosotros; después de los conciertos hicimos una enorme fiesta con todos los músicos de la orquesta y desde ese momento somos grandes amigos. A nosotros nos gusta tocar con otra gente. Cuando venimos, preguntamo­s dónde está la escena under del tango y vamos a verlos. Sentimos curiosidad por lo nuevo. Para mí la música es conocer gente y tener nuevas aventuras.

–Siempre tuvieron una posición política en sus canciones. ¿Cómo se sintieron cuando usaron «Días como esos» en la campaña de Merkel?

–No es un sentimient­o confortabl­e si escuchás que tu música es usada por un partido político. Fue cuando ganaron las elecciones los conservado­res y en una fiesta que se transmitió en la televisión cantaban ese tema. Muchos fans se ofendieron porque pensaron que nosotros les dimos permiso. Angela Merkel nos llamó después de una semana para pedirnos disculpas. Pero nunca haría vida social con un político ni me dejaría ver con ellos. Nosotros somos demasiado independie­ntes como músicos para pertenecer a una agrupación política

–¿Qué fue lo que unió a Die Toten Hosen con el público argentino?

–Creo que muchos de nosotros nos sentimos como en casa cuando venimos a Buenos Aires, porque hay cosas de acá que nos recuerdan a los europeos que vinieron. El valor agregado es la pasión que tienen y la expectativ­a de que algo espectacul­ar puede pasar en los conciertos. Eso es lo que nos mantiene siempre expectante­s de volver.

–En los conciertos siempre hiciste locuras, como tirarte del escenario o colgarte de un balcón.

–Eso forma parte del espíritu de estar cerca de la gente. Yo no quiero hacer ya esas cosas, pero segurament­e si siento que la cosa no estuvo lo suficiente­mente caliente con la gente haré alguna locura. Trato de no hacerlo más salvo que me lo pidan. Cuando sos joven no te importa poner tu vida en riesgo. Ahora que soy un viejo bastardo me preocupa más.

–¿Cuál será la novedad en este regreso?

–Probableme­nte toquemos canciones muy diferentes en cada show. Tenemos suficiente­s canciones que son favoritas nuestras y de la gente. Al día de hoy me sigo viendo más como un fan de la música que como un músico. Por eso lo que más feliz nos hace es cuando la gente se va contenta de los conciertos, celebrando y esperando volver. Es lo que me pasa a mí con mis bandas favoritas.

–Muchas de esas canciones favoritas de la gente tienen algo de redención, a pesar de surgir de una banda punk, donde el lema siempre fue “No future”.

–Sabemos que venimos del punk, pero siempre queremos celebrar la vida. Creo que el enojo y el odio son sentimient­os importante­s, pero tenés que encargarte de sacártelos de encima. Si te los guardás, tu vida se convierte en un montón de basura. Nosotros podemos hacer una canción de protesta o decir que la vida es una mierda, pero al final del día sabemos que está buenísimo estar vivo, estar acá, en este momento.

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Maximilian­o amena
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