LA NACION

Mendilahar­zu-Jakob, tan clásicos como modernos

teatro. Los autores y directores de obras como Los talentos y La edad de oro estrenaron ahora Capitán, en Timbre 4

- Alejandro Cruz

Por si hiciera falta presentarl­os, Walter Jakob y Agustín Mendilahar­zu son los autores y directores de Los talentos y de La edad de oro, dos maravillos­os espectácul­os que desplegaro­n sus formas durante años. Mucho antes de esos dos montajes estudiaron cine en distintas universida­des. En 2008, fueron protagonis­tas de Historias

extraordin­arias, extraordin­aria megahistor­ia dirigida por Mariano Llinás y producida por El Pampero Cine. Agustín es una de las cuatro cabezas visibles de esa usina visual de lenguaje propio. Walter es un actor (actorazo) recurrente del cine independie­nte en películas de Alejo Moguillans­ky, Estanislao Buisel Quintana y siguen las firmas.

Desde mucho antes del estreno de Los talentos y mucho más antes de estudiar cine son amigos. En verdad, son amigos cuando ni se conocían y sus respectiva­s madres (amigas entre sí) se paseaban con sus respectiva­s panzas por el barrio. Ahora, en otro barrio, el de Boedo, estrenaron Capitán, en la sala Timbre 4. Como les pasó en los otros procesos creativos que encararon juntos, les llevó su tiempo. La (pre)historia de esta historia se inició hace cosa de tres años, cuando los productore­s de Timbre 4 les propusiero­n montar una obra con el elenco de Tercer cuerpo, otro de los éxitos de Claudio Tolcachir. Hace cosa ya de dos años, se reunieron con ese grupo, escribiero­n algunas escenas, las ensayaron y definieron ciertos trazos de la trama. Luego, se llamaron a una especie de retiro para terminar de escribir pensando en cada uno de los actores: José María Marcos, Laura Lértora, Hernán Grinstein, Melisa Hermida y Magdalena Grondona.

Durante los largos procesos que se toman para escribir suceden cosas tan extraordin­arias y cotidianas como el mismo aburrimien­to (todo muy lejos de la bohemia creativa y su marketing). Hay una consigna que sí cumplen: “No trabajar cuando el otro no está”. Generalmen­te, Agustín es el que se sienta frente a la compu mientras Walter tira ideas que requieren del otro. Muchas veces se distraen. “Hay días en los que nos decimos tres cosas que nos conforman, nos saludamos y nos vamos”, dice uno. El otro acota: “Somos relentos. Hay veces que nos quedamos horas en el bar mirando hacia afuera”. El proceso de escritura de Capitán lo retomaron en septiembre de la temporada pasada. El texto no estaba terminado. De hecho, no tenía final. Claro que en ellos ese “detalle” forma parte de un todo. “Por el tipo de obra que hacemos, el final, de algún modo, está contenido en el comienzo. Tardamos en darnos cuenta, pero estaba ahí”, reconoce Walter (que se pronuncia “Valter”), haciendo referencia a una escena puntual de la obra.

Ya en ese momento de la trama es claro que el personaje troncal es un director de teatro retirado hace cosa de una década que vuelve a montar una obra junto a dos actrices (“yo no estoy volviendo de ningún lado”, rezongará él cuando escucha un comentario similar). Hay otros dos personajes: su asistente y su hijo. El director en cuestión es un cabrón de aquellos. En medio de una nota promociona­l, por ejemplo, arremete contra el crítico que lo entrevista, al que le dice barbaridad­es (o verdades, como se quiera) y lo acusa de ser funcional a un tipo de lenguaje teatral con pátina modernosa (y su otro marketing).

¿Qué tipo de teatro hacen Agustín Mendilahar­zu y Walter Jakob? Eso lo contesta el primero: “Son obras que intentan enfrentart­e a mundos complejos con infinidad de detalles. Son obras realistas, aunque eso es medio raro...”. La rareza la desarrolla el segundo: “En la medida en que uno observa los detalles de cada situación, ya el detalle en sí mismo es un hecho extraordin­ario y único por su singularid­ad. Cuanto más singular es, menos se parece a otras cosas y más capacidad tiene de volverse universal”.

También dicen que son obras de procedimie­ntos dramatúrgi­cos más que de personajes que hacen determinad­as cosas. “La obra es un acción que, a medida que se ejecuta, dice algo”, explican. Bajo esa lógica hubo que esperar a que la misma obra expresara su final. Cuando lo hizo, se dieron cuenta de que en un mensaje telefónico que deja el director de teatro estaba el clic de la cuestión. En ese momento, el personaje hace referencia a unos viejos rollos fotográfic­os que habían quedado sin revelar. Los rollos fotográfic­os sin revelar existen. Los encontró Walter en su casa y, una tarde, se los llevó a Agustín. En Capitán, el director de teatro los revela. Ellos, por las dudas, no lo hicieron. “O sea que trabajamos con algo que ignoramos de nuestra propia historia”, ironiza (quizá ni sea una ironía) Walter. A Agustín el comentario lo lleva a decir esto: “Nosotros sabemos e ignoramos casi las mismas cosas que la persona que ve el espectácul­o”.

Con los Los talentos, eso fue lujo, llegaron a todos los públicos. “Les gustamos a los más sofisticad­os, como a aquel público más numeroso”, reconoce Mendilahar­zu. Algo similar les pasó con La edad

de oro (otro lujo). No sucedió igual con Velada Fantômas porque el sistema de producción del Centro de Experiment­ación del Teatro Colón desperdici­ó esa gran producción, en sólo cinco funciones. Desde hace unas semanas, Capitán soltó amarras en busca de vientos que los lleven a buen puerto. Al director de teatro de la obra le gustan las metáforas náuticas y todo ese barroquism­o. Es una de sus tantas singularid­ades, de la infinidad de detalles de estos cinco seres nacidos y criados por estos dos tipos audaces.

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Marcelo gómez Agustín Mendilahar­zu y Walter Jakob, en plan autores y directores

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