Una comedia asfixiada
Drama, humor y melancolía en La vida interesante, novela de Máximo Chehin que se centra en un personaje de hoy
El narrador de La vida interesante recibe la llamada de un amigo. Se entera de que el padre de Carlos, a quien no ve muy seguido, ha muerto. Camino al velorio en una opulenta sala funeraria, evoca la muerte de su propio padre, hace años, y, al pasar por delante del edificio donde vivía con su pareja, recuerda a Laura. Luego en la oficina, la recepcionista le cuenta que hay en marcha una reorganización, es decir, despidos en puerta. Él teme perder sus horarios flexibles, que le permiten huir al cine en medio de la tarde a ver Los
cuatrocientos golpes o Entre los muros. Pronto conoce a su nuevo jefe, que no tiene idea de cuál es su función allí; sin embargo, le garantiza el puesto y le encarga mantenerse en contacto con la sede de la India: debe comunicarse por teleconferencia con Balab y Sridhar para llevar adelante un proyecto. Cuando eso ocurre, los tres se percatan de que nadie sabe en qué consiste. El narrador, para enmascarar el vacío, empieza a escribir informes en una jerga burocrática: “Pienso que así como Sridhar y Balab podrían ser sólo un par de voces que existen para participar en mis reuniones, yo podría ser no más que un adorno en una realidad comandada por ellos”.
Pese a que aún recuerda a Laura, de quien se separó no sin hostilidad, tiene relaciones con la empleada de limpieza de la empresa. A partir de un sueño recurrente con un guionista que no lo considera importante, el narrador comienza a pensar en los aspectos interesantes de la vida (el trabajo no lo es). En su casa, escucha con atención a una vecina profesora de canto que le da clases a una negada y a una pareja que debe presentarse a una audición. Esa desconocida lo ayuda a paliar la soledad, incluso se diría que se enamora de ella y sufre con ella los avatares de las clases, casi nunca satisfactorias. Cree que, como él, está sola, aunque una noche oye la voz de un hombre que no está ahí para cantar. Además de los informes fraguados del proyecto hindú, el protagonista escribe pequeñas hipótesis existenciales: “1) Lo interesante no es necesariamente extra ordinario. De igual manera, lo cotidiano puede ser interesante, aunque esto último es infrecuente”. Tal vez sólo a través de un inesperado quiebre de la rutina la vida podría recuperar algún atractivo para él.
Si bien la primera novela del tucumano Máximo Chehin (Aguilares, 1972) comienza con un hecho dramático –la muerte del padre de un amigo lejano–, los anillos de sentido de ese episodio crecen de a poco y abarcan, en un mes, la vida entera del personaje, cuyo duelo por el padre muerto todavía no ha terminado. Recién separado, padece las circunstancias anodinas como si fuesen graves pese a la anestesia que flota en el ambiente urbano, donde –bajo la forma de amenazas de despido, malhumor social y cierta misoginia que el narrador destila– late la violencia. La vida interesante fluye con gracia y lentitud, perezosamente, sin dejar prever un desenlace que, incluso efectista, resulta adecuado. Aquello que puede parecer gratuito o forzado (como algunos cierres de capítulos referidos al sueño recurrente del guionista o los bocetos de informes sobre el proyecto de la India) encuentra su justificación de una manera ligeramente trastornada. Al combinar escenas de comedia –una comedia asfixiada– con otras más serias o melancólicas, como el recuerdo de su ex mujer o el velorio del padre, la historia gana aire y las observaciones del narrador sobre el presente, que no son pocas, cobran relieve.
La novela, cuya escritura parodia con astucia un tono silvestre de calma aparente, crea empatía con el lector, sobre todo por aquellas condiciones negativas de las que quiere escapar el protagonista, una especie de Oblomov porteño que no puede trabajar niesperartranquilamente sentado la hora de salida de la oficina.
“aquello que puede parecer gratuito o forzado encuentra justificación de una manera ligeramente trastornada”