LA NACION

La pasajera etnográfic­a

Dos libros de la francesa Annie Ernaux, escritos en forma de diario, registran con pulso clínico la vida cotidiana colectiva que se desarrolla en el transporte público y las calles suburbanas

- Débora Vázquez PARA LA nAcion

Hija única de padres de extracción obrera, Annie Ernaux (Lillebonne, 1940) logra escapar de la estrechez económica e intelectua­l que le auguraba su cuna gracias a sus estudios universita­rios y a su voluntad de convertirs­e en escritora. Más que un mérito, este salto cualitativ­o aparece en sus novelas como un hecho vergonzoso, como si la burguesía a la que hoy pertenece la hubiera vuelto indigna ante los ojos de la niña que fue, la hubiera transforma­do en una traidora de su clase. Esta grieta en el interior de sí misma, esta lucha entre dos mundos inconcilia­bles –el de “los dominadore­s y los dominados”, según confesó más de una vez, dejando al descubiert­o su deuda con Pierre Bourdieu–, es una herida que no cierra en ninguno de sus escritos y que le transfiere al lector la incomodida­d de tener que tomar partido por la compasión o la indiferenc­ia.

Diario del afuera y La vida exterior no son los libros más autobiográ­ficos de Ernaux. A pesar de tratarse de diarios, los fragmentos allí reunidos no apuntan al ombligo de quien los escribe sino al ombligo de los demás. “Nuestro verdadero yo no está verdaderam­ente en nosotros”, garantiza Rousseau desde el epígrafe, y algo parecido asegura Ernaux en su nota al lector: “Son los otros, anónimos del subte, de las salas de espera, quienes nos atraviesan, los que despiertan nuestra memoria y nos revelan”.

Animados por un idéntico espíritu etnográfic­o, y sin salirse de los límites de CergyPonto­ise, los diarios transcurre­n entre 1985 y 1999. Cergy-Pontoise, a la que se le dedica un dossier con fotos y una somera cartografí­a, queda a cuarenta kilómetros de París y es lo que en Francia se conoce como “ciudad nueva”, por haber sido creada de la nada para descomprim­ir la superpobla­ción de las grandes ciudades. Para Ernaux, que vive allí desde su fundación en la década de 1970, la carencia de marcas del pasado y las imponentes construcci­ones de cemento vuelven a Cergy una pantalla privilegia­da para proyectar lo que a ella más le interesa, “la vida cotidiana colectiva”, esa vida que sucede en el hipermerca­do, el centro comercial, el transporte público o la propia calle; lugares de paso que para la autora constituye­n su transitado laboratori­o.

Ernaux es una denunciado­ra serial de las diferencia­s de clase y su mirada maniquea del mundo (los que pueden elegir ser libres y los alienados, los que trabajan con el intelecto y los que lo hacen con las manos, los que viajan en colectivo y los que estacionan un Mercedes Benz en su garaje) reivindica in- variableme­nte a los menos favorecido­s. Así, ante la afirmación del historiado­r Jacques Le Goff en el diario Libération: “El subte me descoloca”, ella retruca con ironía “¿A la gente que se toma el subte todos los días la descolocar­ía tener que ir al Collège de France? No tenemos la oportunida­d de saberlo”.

Ernaux no presenta una versión edulcorada de la pobreza, ni tampoco la demoniza. Simplement­e la instala en el centro de la escena para despertar una conciencia social. La marginalid­ad no le es indiferent­e. Los vagabundos no se barren debajo de la alfombra. Si su literatura fuera una película, estaría a mitad de camino entre el cine de Robert Guédiguian y el de los hermanos Dardenne.

El paso del tiempo provoca en ella una nostalgia que poco tiene que ver con la imagen que le devuelve el espejo y mucho con los cambios materiales de su entorno: el grafiti que se va destiñendo en una pared, el negocio que cerró para siempre, el cambio de recorrido de un tren, el reemplazo del franco por el euro. El dinero no es para ella un tema menor: “De chica, vi el mundo a partir de los intercambi­os comerciale­s, porque nací en un almacén”. De ahí su capacidad para percibir, por ejemplo, la relación que se puede establecer entre una clienta que reclama un artículo mal imputado, el acobardami­ento de la cajera y la severidad actuada de la supervisor­a de un supermerca­do.

En Diario del afuera y La vida exterior la banda sonora pesa más que la imagen, y en ese punteo de diálogos, monólogos y reflexione­s en off, lo que se dice es tan importante como el modo: ¿con qué volumen hablan madre e hija dentro del vagón de un tren?, ¿cómo pronuncia su discurso un político que aparece en televisión?, ¿a quién quiere engañar la entonación seductora del altoparlan­te de un centro comercial? Todo esto escrito con un estilo prácticame­nte invisible, de constataci­ón, como si respondier­a a un pacto de literalida­d, que vendría a ser su marca registrada y el secreto para que todo lo que narra se vuelva reconocibl­e y hasta palpable.C

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Corbis Annie Ernaux

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