En busca de talleres clandestinos
Inspectores de la DGI, la AFIP y Migraciones recorrieron el barrio donde murieron dos niños; vecinos se quejan porque carecen de orden de allanamiento
La AFIP tocó timbres en Flores para intentar descubrirlos.
En la esquina de Páez y Terrada todavía se siente el olor a quemado del incendio que se llevó la vida de dos niños hace tres semanas en Flores. En la vereda, detrás de un corralito fabricado con hilos y tela, y custodiado por cuatro efectivos de la Policía Federal, yacen las ruinas del taller clandestino, escenario de la última tragedia del rubro textil. Bolsas con prendas, un maniquí carbonizado, cordones, colchones, ollas y sillas forman, sobre la vereda, una montaña negruzca de desechos que son testigos del horror.
A pocas cuadras de allí los vecinos fueron protagonistas de una consecuencia directa de aquel hecho: desde el lunes están recibiendo la visita inesperada de inspectores de la AFiP, de la Dirección Nacional de Migraciones y de Gendarmería, quienes, sobre la base de un listado, realizan una inspección puerta a puerta para detectar talleres textiles donde podría haber reducción a la servidumbre de las personas.
Según dijeron la nacion varios vecinos que fueron testigos de las visitas, la inspección en los domicilios se realiza sin una orden de allanamiento y con modales poco amigables, en algunos casos.
“En casa sólo estaban mis tres hijos y tuve que dejar todo, tomarme un taxi y llegar lo más rápido posible porque querían entrar como sea”, contó Daniela Barlocco, quien vive junto a su familia en una casa sobre la calle Bolivia. “Todos los vecinos sabemos dónde están los talleres clandestinos y mi casa, aunque por fuera le falta mantenimiento, está lejos de ser uno de ellos”, agregó.
La mujer recordó que ante la insistencia de los inspectores, “que golpeaban la puerta como para derribarla”, una vez que llegó a la vivienda les permitió ingresar. “Fueron dos mujeres que miraron con bastante detalle cómo estaba la casa en el interior. Les dije que estaban fuera de lugar y se fueron avergonzados”, dijo Daniela.
Confusión y temor Entre los vecinos reinó confusión y temor en un barrio donde los hechos de inseguridad son moneda frecuente. Muchos de ellos pensaron que se trataba sólo de una excusa de delincuentes para entrar a las viviendas y robar. La sensibilidad sobre este tema fue en ascenso desde el asesinato de una mujer en la zona donde ocurrió el incendio y los robos en tres casas de la misma cuadra en el lapso de dos semanas.
“Desde esos robos nadie quiere abrir la puerta”, admitió Justina López, que vive sobre la calle Páez y es una de las impulsoras del consejo de Prevención, que organiza reuniones en la comisaría 50a. Entre el martes y miércoles dijo que el grupo de inspectores trató de ingresar a viviendas habitadas por adultos mayores que no se animaron a abrir la puerta. En esos casos fue “la garante de que en esos domicilios no funcionaban talleres clandestinos”.
consultados por la nacion voceros de la AFiP admitieron que hay un grupo de inspectores que, periódicamente, realizan estos tipos de abordajes en los barrios atravesados por la problemática de la explotación de personas. Pero nada dijeron sobre lo que ocurrió esta semana en Flores.
Al igual que su vecina, Justina manifestó que todos en el barrio saben dónde funcionan los talleres clandestinos. contó que es fácil detectarlos por la cantidad de restos de telas que se depositan en contenedores de basura o dentro de bolsas. Otro indicio son los carteles de alquiler o venta en el frente de las propiedades cuando, en realidad, la oferta no es real y se trata sólo de una puesta en escena para ocultar los talleres.
“No me sentí a gusto con lo que pasó”, confesó Adela, una inmigrante peruana que desde hace 30 años está radicada en la Argentina. “Dijeron directamente: «Venimos a ver tu taller», y quisieron entrar. ¡Yo no tengo ningún taller ni nada! Tampoco hago arreglos de ropa, nada de eso”, contó ayer, parada detrás de las rejas de su casa de la calle Bolivia.
“Mi marido les gritó «xenófobos», pero insistían en entrar a la casa. Tal vez porque la vieron medio fea desde afuera. Al final entró una mujer y miró todo con detalle. Me dijo que alguien había denunciado la casa como taller”, agregó.
La muerte de Rodrigo y Rolando camacho, los niños de 7 y 10 años, precipitó una serie de acciones entre las que se incluye la sesión especial que tuvo lugar ayer en la Legislatura porteña (ver aparte).
En septiembre de 2014, La Alameda realizó una presentación ante la Procuraduría de Trata y Explotación de Personas, con el listado de 30 talleres clandestinos. Entre ellos, figuraba el de Páez 1796, donde murieron los hermanos camacho.