LA NACION

El rey tambalea

El tenis discute si es el final de un ciclo único

- Texto Sebastián Fest

Cuando las cosas van mal, cuando algo no le gusta, la ceja izquierda de Rafael Nadal se arquea hasta una altura tan inverosími­l como asombrosa es su autonomía respecto de la derecha. Y hoy, la ceja izquierda de Rafael Nadal está inquieta y a la altura de la Torre Eiffel, la misma que lo vio tantas veces campeón. ¿Volverá a verlo? Los nueve títulos del español en Roland Garros no tienen precedente en la era profesiona­l del tenis, y lo que le está sucediendo al zurdo esta temporada, tampoco. Poderoso desde el fondo de cancha, insoportab­lemente intenso para sus rivales, capaz de meter 15 derechas seguidas a los flejes en cada punto durante cuatro horas, poco de eso ofrece hoy Nadal.

“No sólo falla con la derecha, está más lento”, analiza Martín Jaite, ex número 10 del mundo y director del torneo de Buenos Aires, el único que ganó el español desde que, en junio de 2014, se llevara su noveno trofeo de los mosquetero­s. Con todos los méritos que tiene el certamen que se juega en el Buenos Aires Lawn Tennis, ese triunfo de febrero no cambió mucho para Nadal. Ganó en la Argentina, sí, una asignatura pendiente en su carrera, pero sus cuatro rivales hasta el título estaban fuera de los 50 primeros del mundo. No era medida, algo que se demostró en los torneos posteriore­s, que lo vieron caer ante adversario­s que habitualme­nte dominaba: Milos Raonic, Fernando Verdasco, Fabio Fognini, Stanislas Wawrinka.

“La verdad es que perdí bastantes partidos que debí ganar”, se sinceró Nadal el miércoles en el aeropuerto de Palma de Mallorca. Voló a París con un balance asombrosam­ente negativo: por primera vez desde que es alguien en el circuito, no se llevó ninguno de los torneos de la tradiciona­l gira sobre polvo de ladrillo europea.

Su derecha no le permite dominar, su revés es vulnerable, su servicio ofrece más resquicios de lo habitual y a sus piernas les falta reacción, aunque el gran “golpe” que perdió es otro: esa mentalidad de hierro que le permitía intimidar y ganar ante casi cualquier adversario. Basta con ver sus golpes: pega demasiadas veces con el brazo agarrotado, está ansioso y presionado.

A París voló un Nadal con barba algo crecida, cabellera revuelta y más gesticulac­iones de lo habitual, lo que ya es decir mucho. Está preocupado, y no lo oculta, aunque su pasión por el tenis sigue intacta.

El miércoles aterrizó en el aeropuerto de Orly y se fue directo, con todo el equipaje, a Roland Garros. Ni pisó el hotel. La intención era entrenar, pero el sol que lo recibió en París se transformó de un momento para el otro en una feroz tormenta de tintes tropicales. Menos de diez minutos de chaparrón sobre el Bois de Boulogne en los que Nadal quizás haya pensado en algo muy sencillo: no quiere que la celebració­n de su cumpleaños número 29 sea en Mallorca. Nacido un 3 de junio, el español estaba predestina­do a París: como el Abierto de Francia se juega en la última semana de mayo y en la primera de junio, el cumpleaños lo encuentra siempre en la capital francesa. Siempre desde 2005… excepto en 2009, cuando el sueco Robin Soderling se convirtió en el único jugador capaz hasta el momento de vencer a Nadal en el polvo de París.

Hoy, la repetición de aquel 31 de mayo de 2009 parece más cercana que nunca. ¿Puede Nadal ganar una vez más Roland Garros? Claro que sí. ¿Puede despedirse en la primera semana? También. La primera afirmación fue una obviedad a lo largo de una década. De hacerse realidad la segunda, en cambio, hablar de un tsunami tenístico no sería exagerar. Un dato es suficiente para entenderlo: Nadal jugó 67 partidos entre 2005 y 2014 en Roland Garros y ganó 66. Nadie, nunca, dominó un torneo de Grand Slam con esa contundenc­ia.

Cuatro años atrás, el 3 de junio de 2011, Nadal era elusivo al responder si algo cambiaba en su vida y su carrera por el hecho de cumplir 25 años. “Nada. Todo igual. Sumo un año, pero soy el mismo”.

Los últimos doce meses lo mostraron con una opinión ya diferente, lamentándo­se con frecuencia que el tiempo pase: “Ya no soy el más joven, es la realidad”.

Soderling, ese jugador que llegó a ser uno de los cinco mejores del mundo y no juega desde 2011 debido a las secuelas de una enigmática mononucleo­sis, está algo harto del “síndrome Nadal”. Cada vez que alguien habla con él, la inevitable pregunta remite a aquel triunfo parisino. “Quizá sea mejor que Rafa pierda otra vez, así dejan de preguntarm­e por eso”, dijo un tanto en broma, un tanto en serio, en una entrevista que publicó esta semana The Daily Telegraph.

Toni Nadal, el tío y entrenador sin el cual Nadal sencillame­nte no existiría –él fue el responsabl­e de hacerlo jugar con la zurda siendo diestro y de moldearle una mentalidad de hierro–, suele tener la virtud de la sinceridad.

“Llegamos con menos confianza porque no hemos tenido las victorias necesarias para tenerla”, admitió. El viaje a París es, este año, diferente de cualquier otro.

“Cada vez que hemos venido a Roland Garros llegamos con una cierta inquietud. Cuando llegábamos con muchas victorias sabíamos que era el lugar para confirmar nuestro buen juego. Ahora tenemos una inquietud diferente. Pero llegamos con buen juego. El torneo son dos semanas, si logramos pasar la primera, espero que todo cambie.”

Nadal definió alguna vez qué es la confianza: “La confianza es jugar sin pensar”. Frase ideal para graficar su actual momento, porque Nadal piensa mucho, demasiado, su cabeza bulle con cada golpe y momento del partido. Por eso es que pasar la primera semana es vital para el ex número 1 del mundo, por eso es que tras probar un prototipo nuevo decidió volver a utilizar su raqueta de siempre. Tiene que dejar de pensar. Lo que en los últimos años era un trámite –muy raras veces cedía un set– hoy es un desafío no menor. Y si supera esa primera semana podría estar jugando en cuartos de final precisamen­te el 3 de junio. En ese día especial el cuadro lo enfrentarí­a a uno de los mejores, quizás al serbio Novak Djokovic, quizás al suizo Roger Federer. Séptimo preclasifi­cado, Nadal ya no tiene el beneficio de que el sorteo le evite a los mejores antes de la final. Situar al rey histórico del torneo por detrás de otros seis jugadores con posibilida­des teóricamen­te mayores de ganar el certamen generó una pequeña polémica. ¿No debió Roland Garros, tal como hace Wimbledon con habitualid­ad, mejorar la preclasifi­cación de Nadal? Hay razones válidas para el sí y para el no. El Abierto de Francia, al igual que el de Estados Unidos y el de Australia, se rige por el ranking mundial para elaborar su lista de preclasifi­cados. Wimbledon, especial y aislacioni­sta, “british”, en definitiva, toma en cuenta otros factores. Se vale de un argumento atendible: el césped es una superficie muy diferente, en la que los especialis­tas son una especie muy definida. Así es que durante años un comité específico del All England Club determinó arbitraria­mente las posiciones. Tan arbitraria­mente que cuando los españoles Alex Corretja y Carlos Moyá se vieron fuertement­e degradados pese a su condición de sólidos “top ten” la ATP presionó hasta lograr que Wimbledon aceptara transparen­tar y homologar sus criterios.

Eso no existe en Roland Garros, que nunca se había enfrentado a un problema como el que le plantea Nadal, el de un nueve veces campeón que defiende el título y llega tambaleant­e a esa cita. Favorecer a Nadal situándolo como segundo o tercer favorito sería sentar un precedente, argumenta la dirección de la Federación Francesa de Tenis (FFT), organizado­ra del certamen.

No, responden otros en la propia FFT: no sentaría ningún precedente, sencillame­nte porque lo de Nadal no es comparable con nadie. Nunca sucedió y probableme­nte nunca vuelva a suceder.

Mientras esperaba al sorteo de hoy para conocer a su rival y el cuadro que le espera, Nadal se entrenó con el sudafrican­o Kevin Anderson el miércoles y con el uruguayo Pablo Cuevas ayer, el mismo día en que París le entregó un título que sólo se puede ganar una vez y que muy pocos tienen. “Un gran campeón que ha marcado y sigue marcando la historia de París”, dijo la alcaldesa Anne Hidalgo, al honrarlo con la medalla Grand Vermeil, la mayor distinción que otorga la capital francesa. “Es el más parisino de los mallorquin­es”, añadió Hidalgo, nacida en San Fernando, una localidad cercana a la españolísi­ma Cádiz. No está sola: Manuel Valls, el primer ministro francés, socialista al igual que Hidalgo, nació en Barcelona. Una buena combinació­n para abordar uno de los mitos más asentados en la década larga en que Nadal fue protagonis­ta en el tenis: los espectador­es de Roland Garros no lo quieren.

“El público francés es bastante estúpido. A los parisinos les molesta el triunfo de un español.” La frase es de Toni Nadal y tiene apenas seis años. Salió de sus labios en las horas posteriore­s a la derrota con Soderling. “Cuando juega, lo que quieren es que pierda. Basar la felicidad en la derrota de otro me parece una mala idea”, añadió. Arnaud Di Pasquale, ex tenista y actual director técnico de la FFT, abrió los ojos de asombro cuando años más tarde le recordaron la frase. “¡Eso es una leyenda urbana! Te digo algo: yo quiero estar ahí cuando Nadal gane su décimo título. Aunque como yo adoro a Nadal, quizá no sea la persona adecuada para hablar de él. Quizá no sea un francés verdadero”, añadió sonriente.

El enojo de Toni Nadal no sólo se explicaba por el apoyo que el público le dio en aquella tarde de 2009 a Soderling: también pesaban las insinuacio­nes de doping que sobre el español lanzó más de una vez Yannick Noah, el último francés ganador de un título de Grand Slam (Roland Garros 1983).

Pero lo de este año no es comparable. Los Nadal se fueron convencien­do progresiva­mente de que en Francia sí se los quiere. “Cada año que he venido aquí me he sentido como un francés más, un parisino más”, dijo diplomátic­amente Nadal durante la ceremonia de ayer en el Hotel de Ville, el fabuloso edificio que desde 1357 es sede del gobierno municipal. Nadal, al que nada se le escapa, sabe que este año corre con ventaja ante el público en París: durante una década se lo vio como una máquina invencible. Asombraba, pero también cansaba con tanto poder. Las cosas ya no son así y el claro favorito es Djokovic, obsesionad­o con ganar el Grand Slam que le falta. Nadal, por débil, es ahora curiosamen­te más fuerte de cara a las tribunas del estadio Philippe Chatrier, donde caló una idea que asusta a los parisinos testigos de una década sin igual: nada es para siempre.

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