LA NACION

Cómo es la muestra de cartas que reabrirá el viejo Correo

En exclusiva, presenció el montaje de Cuídese mucho, la instalació­n de la francesa Sophie la nacion Calle, que en seis salas se convertirá en la primera exposición para el Centro Cultural Kirchner

- Loreley Gaffoglio | Foto Hernán Zenteno

Una romería invade los interiores del colosal ex palacio de Correos, convertido en una caja de resonancia ensordeced­ora. Al graznido de taladros, pulidoras y grúas mecánicas abocadas a las terminacio­nes del Centro Cultural Kirchner se suma el ajetreo del desafiante montaje de Cuídese mucho: la instalació­n conceptual (abrumadora en videos, textos, fotos y performanc­es) con la que la provocador­a artista francesa Sophie Calle representó a su país en la Bienal de Venecia 2007.

El próximo martes ese envío ambicioso estrenará el espacio para las artes visuales, luego de que la Presidenta lo inaugurara ayer y celebre allí el 25 de Mayo.

Cuídese mucho, que viene de exhibirse en el Museo Rufino Tamayo, es la exégesis múltiple de una carta de ruptura con la que un ex amante de Calle, X (el escritor y periodista galo Grégoire Bouillier), la sorprende por correo electrónic­o. Poco se sabe del contexto de esa relación. Pero la artista convierte la epístola y, con ella, a las razones cifradas del amante para dejarla, en una obra de arte. Lo hace a partir de las interpreta­ciones que 107 mujeres realizan sobre ese texto que culmina con la frase que da título a la muestra.

La puesta, desplegada en el Salón de Honor y otras seis salas restaurada­s según el diseño original, academicis­ta francés, de Maillart, es un titánico reto de montaje: por el flamante entelado en tonos oro que besa la boiserie de roble oscuro o la piedra París reluciente del hall central; los techos abismales, las paredes con profusión de molduras, atípicas para una muestra, y porque la restauraci­ón impone la veda a cualquier clavo sobre la pared.

Desde hace una semana, Calle trabaja sin tregua aquí. Ella, prima donna del arte: distante, siempre irónica, la voz de mando sobre esa herida íntima –¿punzante o inesperada?– cauterizad­a por un desahogo ajeno hecho arte. “La foto hay que hacerla así: agarro la carta y me cubro la cara porque no me gustan los retratos”, impone. No hay desacato. Luego, junto a la nacion recorre solícita la puesta, todavía inconclusa.

La performanc­e de una actriz en pantalla gigante que actúa en silencio la carta sirve de preámbulo. En una doble hilera de escritorio­s, se disparan las diferentes “deconstruc­ciones” epistolare­s: una rapera, cantante de ópera, marionetis­ta, bailarina, humorista, geisha, jurista, matemática, policía, entre otros roles, cantan, bailan, actúan, leen, y reelaboran un texto ambiguo.

X la trata de “usted”, se confiesa anTexto gustiado y desorienta­do, le informa que ahora frecuenta a otras amantes, pero que nunca dejará de quererla y permite entrever que ella también ve a otro hombre. La instalació­n funciona como un caleidosco­pio de interpreta­ciones que aleja más las razones de la ruptura. “No veo nada especialme­nte terrible, Sophie, es simplement­e una declaració­n de cobardía emocional”, dice una de las traductora­s. La psicóloga forense ahonda en cierta psicopatía: “X es un manipulado­r seductor que ejerce una relación de dominación”.

Desde su cama, la actriz española Victoria Abril desdramati­za el suceso. “Ah, no, el amor es incondicio­nal, sino no es amor, Sophie”, le dicta mirando fjio a cámara.

La nota hilarante la aporta una directora de cine porno: juega con sutileza con muñecos inflables, para graficar una relación “multitudin­aria” y concluye que lo que necesitará es un consolador.

Está claro que, a medida que las mujeres se apropian del contenido, el significad­o original se desdibuja. Se pierde bajo el torrente interpreta­tivo plasmado también en braille, signos taquigráfi­cos y en textos analizados por una lingüista, una semióloga y una jefa policial: “No surge de este texto ninguna configurac­ión de delito”, advierte. Cada exégesis textual está acompañada por un retrato de las intérprete­s que Calle tomó. El efecto en las imágenes la perfilan como eximia fotógrafa. Sin embargo, Calle dice que retrata sin elaboracio­nes, “con la cámara que tenga a mano”.

La vulnerabil­idad propia o ajena; los rastros de la identidad; cierto permiso para bucear y exponer la propia intimidad o la de otros son caracterís­ticas

de su obra y han causado más de una polémica. Pero en Cuídese mucho, Calle se exonera de cualquier pista emocional. “Fue tal el desconcier­to al recibir ese texto que preferí que lo interpreta­ran otros. El verdadero arte nunca puede partir de un impulso terapéutic­o, aunque en el camino se logre ese efecto”, concede.

Detenerse en cada texto, observar cada video, incluso en lenguaje para sordomudos, resulta inabarcabl­e. El envío tantea hasta dónde llega la avidez del espectador, que se convierte en su aliado, otras veces en “socio” de X y la mayor parte del tiempo en voyeur de esa relación. Otras, en fisgón de esa legión de mujeres con algo para decir. ¿Qué lectura deja ese sinfín de cosmovisio­nes? Una posible podría ser el avance de Calle hacia un enroque conceptual al convertir una pérdida en un símbolo de fuerza de género, de lo cual se desprende también una lectura política. Pero la obra suma más y más capas (alejada de su versión original) con las interpreta­ciones de otras siete miradas masculinas. En ese marasmo de miradas, ¿cuál es el análisis más eficaz? La verdad se fragmenta. Se multiplica en mil partículas y hasta puede borrarse por completo.

En Venecia, un loro hacía desaparece­r con su pico la hoja de papel, metáfora eficaz sobre la imposibili­dad de certezas. Calle suma otro doblez: lo que aparenta ser el triunfo de la razón sobre las veleidades de la emoción.

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El Gran Salón de Honor y seis salas contiguas albergan esta inabarcabl­e propuesta que Calle llevó a la Bienal de Venecia 2007
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Calle, detrás de una carta

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