Una nueva América, o varias
Útimamente la mirada reflexiva de Marc Augé ha tomado por objeto la relación que los humanos establecemos con el paso inexorable de los años. De eso tratan, cada uno a su modo, ¿Qué
pasó con la confianza en el futuro? y Un tiempo sin edad, los dos libros a los que se refiere el antropólogo francés en esta edición de adncultura. Como si se dispusiera a cerrar un círculo virtuoso, en la alta madurez de su producción intelectual Augé vuelve a servirse de lo aprendido durante sus años de investigador en comunidades aborígenes de América, África y Oceanía. Aquellas “culturas de la inmanencia”, en las que todo acontecimiento o hecho disruptivo es incorporado a la estructura conocida –y aceptada como necesaria– de la realidad, por medio de su explicación o aun del relato mítico, parecen, paradójicamente, ofrecer un modelo válido para explicar el comportamiento de las sociedades actuales en relación con el tiempo.
Augé señala como rasgo común a la mayoría de las comunidades el deseo de desarrollar la propia vida en un entorno conocido y por lo tanto previsible (al menos ilusoriamente). Para mantener operativa esa previsibilidad, lo irregular debe ser neutralizado o limado hasta alcanzar su mínima (y, de ser posible, inocua) expresión. Pero las cosas a nuestro alrededor están cambiando. Afirma Augé en ¿Qué pasó con la confianza
en el futuro?: “Vivimos un período de transición a cuyo término la Tierra ya no será más que un punto de referencia y de partida. La exploración del espacio apenas acaba de comenzar, pero la evolución política y científica del planeta ya está orientada conforme a esa nueva perspectiva”. Con la Tierra reducida a mero “punto de referencia y de partida”, nuestra propia percepción del tiempo se modificaría drásticamente: “El siglo, que podría parecer una unidad histórica irrisoria comparada con el espacio-tiempo dentro del cual aprehendemos el universo, será sin embargo una referencia demasiado extensa para dar cuenta de la historia por venir”. Augé propone entonces, dada la altísima velocidad con que se producen las transformaciones científicas y tecnológicas, tomarle el pulso al siglo XXI, estudiándolo en tramos de diez o veinte años, para poder captar los cambios en su verdadera dimensión. “Apenas tomamos nota de las modificaciones frenéticamente aceleradas que han hecho del planeta un espacio de comunicación, ya aparecen las experimentaciones que mañana harán del cuerpo humano un cuerpo apto para soportar de manera duradera la ingravidez, para multiplicar sus capacidades para integrar elementos mecánicos y electrónicos, para acercarse al modelo del hombre ‘biónico’ imaginado por la ciencia ficción [...] Cierto día nos enteraremos de que se ha descubierto una nueva América, o varias”. La realidad y la utopía parecen darle la razón.