LA NACION

Extravagan­cia pura

- Carlos Pagni

el ballottage entre Horacio Rodríguez Larreta y Martín Lousteau, que fue el principal desenlace de las elecciones de ayer, lleva a la campaña por la presidenci­a a un tramo extravagan­te. Antes que la polarizaci­ón con Scioli, que esperaba Mauricio Macri, habrá una con Macri, impulsada en el distrito más visible del país por sus aliados de Cambiemos. La fórmula Lousteau-Fernando Sánchez expresa a la UCR de Ernesto Sanz y a la CC de Elisa Carrió.

Macri tenía su plan para el caso de que anoche Rodríguez Larreta ganara en primera vuelta o se pusiera al filo de ese triunfo.

Él iba a relanzar su candidatur­a para sumergirse en el conurbano bonaerense, su terra incognita. Ahora deberá seguir prestando atención a su distrito. Tendrá que pactar el disenso con sus socios nacionales. Porque ¿cuál será el mensaje de Lousteau? ¿Se conformará con un elogio de la alternanci­a? ¿O planteará una contradicc­ión moral, como insinuó anoche?

Lo que para Macri es una dificultad, para el radicalism­o y la Coalición Cívica es un dilema. La dirigencia local de esos partidos no sueña, al menos por ahora, que un realineami­ento del electorado la ponga en el poder. Pero sí aspira a consolidar un 45% de los votos en un territorio crucial para cualquier fuerza que busque representa­r a los sectores medios. Este objetivo aconsejarí­a acelerar a fondo.

Aquí es donde el compromiso con Macri para desplazar al peronismo de la Casa Rosada aparece como un límite. Una caracteriz­ación negativa de Pro y de su líder dañaría al candidato más competitiv­o de la propia coalición, llevando votos hacia Scioli y Margarita Stolbizer. Con un perjuicio más grave: Cambiemos podría aparecer como un grupo de dirigentes que sólo hablan de ellos mismos y de sus contraried­ades, y se olvidan de los ciudadanos. En otras palabras: podría transforma­rse en UNEN.

Si echa la vista atrás, quizá Macri detecte un error táctico. Durante el año pasado, Lousteau ofreció varias veces integrar a Pro y a su fuerza, ECO, en un frente, y que la candidatur­a a jefe de gobierno se resolviera en una primaria. Macri no aceptó. En abril último, apenas el radicalism­o acordó con él en Gualeguayc­hú, varios dirigentes porteños de ese partido lo visitaron para ofrecerle otra salida: que unificara las elecciones porteñas con las nacionales. Si hubiera adoptado ese criterio, lo más probable sería que el candidato de Pro y el candidato de ECO competiría­n por la ciudad, pero subordinad­os a la fórmula de Macri. También hubo un rechazo. Las razones de estas negativas son misteriosa­s. La más evidente es que Macri pudo temer un triunfo de ECO sobre su partido. Pero hay quienes sospechan que, en realidad, quiso evitar otro desenlace: la competenci­a con Lousteau en una interna lo habría condenado a postular a Gabriela Michetti, postergand­o a Larreta, a quien él prefirió siempre como heredero. Corolario: Macri se arriesgó a que su candidatur­a a la presidenci­a salga rasguñada con tal de garantizar­se la sucesión municipal.

Sanz y Carrió deberán administra­r con sutileza los intereses de sus partidos en la Capital. El caso de Sanz será llamativo: su campaña está basada en la necesidad de alcanzar la unidad opositora.

Si se inscribe este proceso en una duración más larga, la paradoja que quedó planteada anoche es una consecuenc­ia casi inevitable de la fragmentac­ión del campo no peronista. Las fuerzas que se proponen reemplazar al Gobierno en el orden nacional tienen intereses contradict­orios en distritos importante­s. Pro y el radicalism­o compitiero­n también en Santa Fe y lo siguen haciendo: irán a las elecciones del Congreso con distintas listas de senadores y diputados.

El peronismo sigue sacando ventaja de la dispersión. En su fuero íntimo, Scioli debe haber festejado anoche la configurac­ión estrafalar­ia de la política porteña más que cualquier otro resultado. Entre otras cosas, porque los cómputos que podrían beneficiar­lo eran muy modestos. En el lento escrutinio de Córdoba se imponía Juan Schiaretti sobre Oscar Aguad, pero por una diferencia inferior a la prometida en los últimos días de campaña: unos cinco puntos. Eduardo Accastello, el candidato de Cristina Kirchner y, sobre todo, de Scioli, ofrecía un resultado también menos rutilante del que alardeaba la semana anterior: alrededor de 19%. En la capital de la provincia triunfaba la alianza de la UCR y Luis Juez, anticipand­o el resultado de la disputa por la intendenci­a, que se librará en septiembre. ¿Quién es el padre de esa victoria? Otra polémica entre Ramón Mestre, el alcalde actual, y Juez, que tiene su base más nutrida en la ciudad.

José Manuel de la Sota conseguía anoche que su partido se mantuviera en el poder por otros cuatro años, después de haber gobernado durante 20 la provincia. Un éxito que alcanza para que él intervenga en el proceso que se abre en diciembre próximo. Pero que no logrará revitaliza­r la “tercera posición” que compuso junto a Sergio Massa. Otro motivo de reflexión para Macri. Su negativa a llegar a un acuerdo bonaerense con Massa no sólo vuelve más rígido su déficit en la provincia más importante del país, y en especial en la primera sección electoral, donde el Frente Renovador conserva más votos. También deja en carrera a Massa, que coopera de manera involuntar­ia con Scioli, obstruyend­o la polarizaci­ón que necesitan Pro y sus aliados.

El PJ se salvaba anoche del escarnio en La Rioja: el avance del radical Julio Martínez en la capital de la provincia fue insuficien­te como para equilibrar el peso del gobierno local en el interior. Sin embargo, Scioli prestaba más atención a Córdoba. Para él es crucial conquistar ese distrito. Se notó ayer, con la estridente divulgació­n de la llamada de Cristina Kirchner y de su candidato a presidente para felicitar a Schiaretti.

Para Scioli la conquista de Schiaretti es relevante porque le permitiría sintetizar a casi todo el peronismo, iniciando un ciclo en el que los Kirchner van quedando atrás. Pero en el caso de Córdoba, ese movimiento tiene un atractivo específico: irritar a Carlos Zannini, que se odia con De la Sota a un punto tal de haber intentado incendiarl­e la provincia. A Scioli le gustaría incorporar a De la Sota a su equipo de política exterior.

Mientras va cayendo en la cuenta de que puede ir emancipánd­ose de su jefa, Scioli hace microexper­imentos de autonomía con Zannini. La semana pasada, en La Rioja, el candidato a vice intentó subir a una Traffic que ya estaba completa. Cuando Lautaro Mauro, el alegrante de La Ñata, intentó cederle el asiento, Scioli lo detuvo: “Quedate en tu lugar, que vaya solo”. Entusiasma­do con esta mortificac­ión casi secreta, Scioli realizó otro pequeño atentado en el viaje de regreso. Como si estuviera distraído, con Zannini al lado, comenzó a desenrosca­rse la prótesis del brazo. Al secretario legal y técnico, que cultiva la leyenda de haber sido un guerriller­o muy curtido, se le escapó un gesto de incomodida­d. Scioli, que organiza su vida como si fuera el Truman Show, simuló que su conducta no era deliberada y preguntó: “Perdón, Carlos, ¿te molesta?”. Qué atento, ¿no?

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