LA NACION

Por una cultura federal

- José Luis Castiñeira de Dios —pARA LA NACIoN— © LA NACION El autor es músico y especialis­ta en políticas culturales

Cuando se reúna en estos días en Tucumán el Foro Nacional y Latinoamer­icano para una Nueva Independen­cia, organizado por el Ministerio de Cultura de la Nación, volverá a planear sobre la concurrenc­ia, llegada de todo el país, la resolución de un temario inacabado en torno a la organizaci­ón de las políticas culturales de la Nación.

Esta problemáti­ca no es nueva y ha sido debatida por pensadores, funcionari­os, gestores culturales y artistas que buscan una nueva organicida­d a fin de reformar la intervenci­ón del Estado en la vida cultural de la Argentina. Al gobierno que nazca de las elecciones de octubre próximo le tocará dar forma a los cambios estructura­les largamente requeridos.

El primero de los tópicos insoslayab­les es el de la descentral­ización, necesaria y fundamenta­l para que cambien profundame­nte las relaciones de fuerza entre las provincias y la ciudad de Buenos Aires, que a pesar de seguir siendo la capital de la República, rehúye cada vez más de sus responsabi­lidades como tal y sigue acumulando institucio­nes, organismos, elencos y fondos para alimentar a una audiencia que recibe una sobreofert­a cultural que contrasta con las carencias provincial­es.

Como ocurrió en la Francia de Malraux o en el proceso de descentral­ización de la gigantesca capital mexicana, es imprescind­ible desplazar organismos e institucio­nes a las capitales provincial­es, repartiend­o los recursos presupuest­arios “a la española” entre las regiones. Al apostar a los desarrollo­s locales que se den fuera de Buenos Aires, se multiplica­rán las posibilida­des para un enriquecim­iento de la vida cultural argentina. Experienci­as como la que originó la Camerata Bariloche, surgida de un camping de esa ciudad turística, o la del Festival Internacio­nal de Teatro de Córdoba, demuestran que productos generados desde otros ámbitos territoria­les y culturales alcanzan una dimensión identitari­a siempre complicada de obtener en Buenos Aires.

por otra parte, ¿cuál sería la razón por la cual la Ballet Folklórico Nacional deba seguir teniendo como sede la ciudad de Buenos Aires? ¿por qué motivo no podría haber un gran Museo Nacional Jesuítico en Córdoba o en Misiones, o un gran Museo Nacional de Arqueologí­a en Jujuy? ¿por qué no podría haber centros nacionales de producción teatral o de danza, a la manera francesa, en las regiones de la Argentina? La inercia institucio­nal de más de medio siglo ha impedido romper estas convencion­es que ya eran anacrónica­s cuando nacieron.

En segundo lugar, y en línea directa con la primera cuestión, es necesario establecer nuevas maneras de relación entre el gobierno de la Nación y las provincias, a la manera en que se han establecid­o en España entre el gobierno central y las comunidade­s autónomas; es decir, partiendo de la inclusión de fondos culturales en la coparticip­ación federal, para que cada jurisdicci­ón cuente con recursos propios y específico­s, cuya ejecución no dependa de las decisiones del poder central, sino que surja de su propia problemáti­ca regional y de su visión. La suma de estas iniciativa­s regionales constituir­á así, como sumatoria, la vida cultural argentina.

Cuando Bilbao tomó la decisión de crear un museo de arte contemporá­neo como motor del desarrollo urbano y contrató la franquicia del Guggenheim, nunca imaginó el impulso que esa acción de gobierno iba a dar a una ciudad que parecía condenada por el postindust­rialismo. De la noche a la mañana, y de la mano de un museo de artes visuales, créase o no, Bilbao se convirtió en uno de los primeros destinos del turismo cultural mundial.

Los gobiernos que se sucedieron en la década realizaron una importante labor en el campo social para paliar los efectos nefastos de la terrible crisis de 2001, así como en el ámbito de las industrias culturales en todo el país. El formato del MICA (Mercado de Industrias Culturales), consagrado a la promoción de la producción artística nacional, fue en ese sentido coherente con las políticas de reindustri­alización de la Argentina, un proceso incompleto pero al menos iniciado y, en algunos casos, exitoso, como en el del campo audiovisua­l.

En tercer lugar, ¿qué se piensa hacer para contribuir a desarrolla­r procesos de integració­n subcontine­ntal, tan reiterados en las declaracio­nes políticas y tan poco alcanzados en el campo de los contenidos? Crear un canal educativo fue muy importante, pero no puede decirse que hayamos avanzado más que unos pocos pasos en el mero conocimien­to de las expresione­s culturales de nuestros vecinos o en la proyección de la obra de nuestros creadores en América o el mundo.

El proyecto cultural que encarne el nuevo gobierno tendrá que producir un cambio profundo en las políticas culturales de la Argentina, que modifiquen profundame­nte la concepción de la acción del Estado nacional, redefinien­do el sentido del federalism­o que propone la Constituci­ón.

En una época tan temprana como el año 1837, Juan Bautista Alberdi escribió: “Un pueblo es civilizado únicamente cuando se basta a sí mismo, cuando posee la teoría y la fórmula de su vida. No hay verdadera emancipaci­ón mientras se está bajo el dominio de un ejemplo extraño, bajo la autoridad de las formas exóticas”. A su juicio, sin una filosofía propia no podía haber nación. Y lo decía en el sentido que hoy le damos al término cultura.

¿Por qué no podría haber centros nacionales de teatro o de danza en las regiones del país?

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