LA NACION

Tras nueve años, restauran el “tren de la alegría” del parque Avellaneda

En pocas semanas volverá a funcionar la formación que fue rescatada por dos expertos ferroviari­os

- Valeria Musse

Algo está sucediendo en el parque Avellaneda. Un aire de nostalgia recorre uno de los pulmones verdes más grandes de la ciudad. “¿Será que vuelve a funcionar?”, se preguntan grandes y chicos, expectante­s. Héctor Bunevcevic­y Enrique Quatrini ensayan una sonrisa cuando los rumores llegan a sus oídos. Sus manos engrasadas están inmersas entre los engranaje del trencito Expreso Alegría. Con un arduo trabajo, los hombres ponen a punto la histórica formación para volverla a la vida después de nueve años.

El popular trencito del parque Avellaneda, que no es cualquier trencito, comenzó a funcionar en 1936 en el extenso jardín tras un breve paso por el zoológico municipal. Y con los años se convirtió en un ícono para generacion­es de vecinos y turistas que lo disfrutaro­n. A lo largo de su recorrido, y durante 15 minutos de viaje, los pasajeros podían pasear, de manera gratuita, por todos los rincones históricos y naturales del parque.

Aunque un día, hace nueve años, por falta de mantenimie­nto y desgaste de sus piezas, el trencito dejó de funcionar. Y allí estaba, aislado en un galpón, cuando Enrique Quatrini lo vio mientras paseaba con “la patrona”, como llama a su mujer. El hombre, de 78 años, con amplia experienci­a ferroviari­a, no dudó ni un segundo: “En pocos meses, ponemos a funcionar la locomotora”, les dijo convencido a las autoridade­s porteñas. Y convocó a su joven amigo Héctor Bunevcevic­y, de 72 años.

No fue una tarea sencilla: el motor es de origen alemán y tiene más de siete décadas de antigüedad. Pero no hay impediment­os para este dúo de expertos ferroviari­os. Menos aún cuando niños y adultos que se acercan al galpón, ansiosos, para rememorar sus aventuras con el trencito y les piden que pronto vuelva a funcionar. “Un señor de 80 años nos trajo fotos de cuando venía de chico con su grupo de amigos”, recuerda Héctor. Cada nueva anécdota finaliza con la misma pregunta: ¿cuándo vuelve a funcionar?

Vestido con su mameluco azul, Enrique verifica cada variable antes de poner en marcha la colorida locomotora. “De agua está bien”, le dice al equipo, y coloca un embudo verde por donde cargará el gasoil. El ruido del motor despierta un aplauso entre los presentes y, como parte de las pruebas, el expreso se mueve algunos metros. Alfredo Jurek también está contento. Sin él, el trencito, con su máquina central y los cuatro coches que lo conforman, no rodaría.

Aunque este hombre experto en robótica emprendió esta aventura ferroviari­a por el valor histórico y emocional que representa el tren para los vecinos del parque Avellaneda, su tarea tampoco fue sencilla. Cuando se encontró por primera vez con la formación el material rodante, “estaba destruido”, recuerda. Cuando faltan días para que sea reinaugura­do, el trencito cuenta con 16 flamantes nuevas ruedas construida­s de manera artesanal. La obra de ingeniería llevó su tiempo, fue paso a paso. A la cabeza del equipo, y desde un taller en Berazategu­i, Alfredo trabajó al detalle cada pieza.

“Mi hijo me dice que está muy lindo el tren, pero que no lo llevé a dar una vuelta’”, cuenta el hombre, entre risas, mientras termina con la puesta a punto de la locomotora y el único vagón que, por ahora, le hace compañía en el parque.

Como restan las últimas reparacion­es a los otros tres coches, con seis bancos de madera cada uno y el lugar para personas con discapacid­ad, las autoridade­s de la Ciudad estiman que en pocas semanas el tren de la alegría volverá a rodar en el parque Avellaneda.

Muchas expectativ­as

“Uf... qué lindo sería volver a verlo. Mi hijo, de 13 años, ya no podría subirse, pero mi sobrino se divertiría como yo lo hice en su momento”, dice Walter tras apartarse un instante del libro que leía tendido en el césped del parque Avellaneda.

Todo listo para que el trencito vuelva a circular cuando el maquinista exclame: “¡Todos a bordo!”. Los 1600 metros de vías se encuentran en buenas condicione­s; la estación Clemente Onelli (en homenaje al naturalist­a que impulsó la instalació­n de la formación) brilla por su pulcritud, y el circuito está rodeado por una veintena de flamantes señales que advierten sobre el andar de la formación.

“Son esas cosas que le dan identidad al lugar, un sentido de pertenenci­a a la gente”, resalta el subsecreta­rio de Mantenimie­nto del Espacio Público porteño, Rodrigo Silvosa, mientras observa admirado el empeño con el que trabajan Enrique, Héctor y Alfredo. El sueño de los vecinos del parque Avellaneda está cerca de cumplirse.

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Santiago filipuzzi Enrique Quatrini y Héctor Bunevcevic­y, expertos que encabezan el equipo que reparó la histórica formación

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