LA NACION

La oposición, el aliado ideal del kirchneris­mo

- Joaquín Morales Solá

La oposición, que tiene una singular pericia para equivocars­e, logró esconderle al kirchneris­mo su fracaso electoral del domingo, cuando perdió feo en casi todos los lugares en los que compitió. Si alguien preguntara alguna vez por qué el peronismo pudo conservar el poder durante los últimos 25 años, administra­ndo un país en condicione­s cada vez peores, no habría que buscar en los méritos políticos del peronismo, sino en las limitacion­es y las ineficacia­s de sus opositores. Las 48 horas poselector­ales han sido un ejemplo cabal de la pertinacia en el error por parte de quienes aspiran a vencer y relevar al kirchneris­mo.

El ballottage en la Capital tiene esta vez una singularid­ad: está en el medio de la discusión el principal candidato de la oposición, Mauricio Macri, según la unanimidad de las encuestas. Macri, a su vez, integra un espacio político común con el radicalism­o y la Coalición Cívica. Martín Lousteau, el candidato que aspira a competir en la segunda vuelta capitalina, pertenece a ese mismo espacio, aunque también es solidario con la candidatur­a presidenci­al de Margarita Stolbizer. Lousteau ha sido especialme­nte agresivo con Macri ( y promete serlo aún más) durante una campaña, la del ballottage, que concluirá apenas 20 días antes de las primarias nacionales para las presidenci­ales.

La extraña situación provocó un tumulto de posiciones dentro del espacio opositor. ¿ Debe haber segunda vuelta cuando la diferencia entre Horacio Rodríguez Larreta y Lousteau fue abismal? ¿ Es razonable extender inútilment­e una competenci­a entre opositores en las vísperas de elecciones nacionales en las que se jugará la continuida­d del kirchneris­mo? No hay segunda vuelta en condicione­s de remontar 20 puntos de diferencia en la primera ronda. No hay, por lo menos, experienci­a en el mundo que haya registrado que el segundo salió primero en la segunda vuelta después de perder de esa manera en la primera ronda. No hay, en definitiva, nada que anticipe semejante conmoción electoral. Dirigentes políticos chilenos que son expertos en el sistema de ballottage ( debieron pasar por él en todas las presidenci­ales desde el regreso de la democracia) aseguran que sólo se puede remontar en segunda vuelta una diferencia de entre el 5 y el 7 por ciento en la primera. “La sociedad, al final, le da el triunfo al que ganó”, dicen.

Elisa Carrió prefirió mantenerse prescinden­te en esa discusión, que es una manera de decir, al menos, que no está segura de que el ballottage en la Capital sea un buen recurso en las actuales condicione­s nacionales. Es el radicalism­o, en cambio, el más empecinado en continuar con el proceso electoral capitalino. Apasionado­s por las luchas internas más que por la conquista del poder, los radicales están contagiand­o ese espíritu tan de ellos al resto de la convergenc­ia con macristas y seguidores de Carrió. El presidente del radicalism­o, Ernesto Sanz, suele admitir, no obstante, que le sería muy difícil convencer a Lousteau de que acepte su derrota de una buena vez. “Tendremos que pasar por esto”, se resigna, aunque también reconoce que hay muchos radicales con ganas de competir con Pro. Argumenta que el encierro de Pro entre propios dejó varios radicales heridos. La interna sobre todo, otra vez.

Sanz ha convertido después la necesidad en una virtud. “Un triunfo de Lousteau ayudaría a mi candidatur­a presidenci­al”, se entusiasmó, sin entusiasmo. Nadie sabe si fue una frase seria, si fue una ironía o si fue una incomprens­ible ingenuidad en un dirigente que nunca fue ingenuo. Para decirlo con palabras directas: un eventual e improbable triunfo de Lousteau en la Capital terminaría también con la elección nacional. Daniel Scioli sería el seguro próximo presidente. Ninguna sociedad vota el desorden político e intelectua­l conociéndo­lo de antemano.

A todo esto, ¿ cómo y con quiénes gobernaría Lousteau la Capital? Su coalición tendrá 14 legislador­es de los 31 necesarios para contar con la mayoría simple en la Legislatur­a porteña. Lousteau ha hecho una campaña muy personal y no mostró a nadie más que a él mismo. ¿ Quiénes formarían parte de su eventual equipo? ¿ Los economista­s de su estudio? ¿ Los amigos políticos de su candidato a vicejefe, Fernando Sánchez, o los militantes de la juventud radical que lidera Juan Nosiglia, hijo de Enrique Nosiglia? ¿ Quiénes? Nada se sabe al respecto.

Macri respetó un flemático y necesario silencio. Se sabe, no obstante, que deslizó en la intimidad cierta admiración por los rápidos reflejos políticos de Carrió. “Ella tiene verdadera vocación de poder”, les dijo a los suyos. A Macri no le queda otro recurso que el silencio. ¿ Podría pedirle a Lousteau que aceptara su derrota? No. Debe respetar el mandato constituci­onal, en primer lugar, y no tiene razones para exhibirse débil cuando no está débil en la Capital. Otra cosa son las consecuenc­ias que podría tener para su carrera presidenci­al una campaña dura y agresiva por el ballottage.

Lousteau reinició su campaña con palabras hirientes para el líder capitalino. “Me quieren bajar los intereses del juego”, disparó. Es una alusión a Cristóbal López y sus negocios en la Capital, que Lousteau había mencionado varias veces en su anterior campaña. El ex ministro de Cristina Kirchner nunca aclaró que el juego es un negocio que lo administra el gobierno nacional y que el propio Macri acaba de cerrar el paso a los proyectos de ampliación del juego de Cristóbal López. Es sólo un ejemplo del nivel de belicosida­d al que está dispuesto el ambicioso candidato de los radicales porteños.

Es notable el contraste con el peronismo. Durante los últimos cuatro años, las peleas internas fueron la constante del partido gobernante. Basta con recordar las innumerabl­es zancadilla­s, descalific­aciones y humillacio­nes que Cristina Kirchner le dedicó a Scioli. La diferencia es que el peronismo hace eso cuando está lejos de las elecciones. Cerca de ellas, cambia la batalla por la paz interna. Se esfuerza en encontrar una fórmula de unidad entre las facciones y luego la respeta. Ahora, cristinist­as, sciolistas y peronistas históricos han vuelto a estar unidos en la única obsesión que vale la pena de un peronista: conservar o conquistar el poder.

Los errores de siempre

Sus opositores repiten las mismas equivocaci­ones con la inútil ilusión de conseguir resultados distintos. Mantienen cierta unidad y un grado razonable de consenso cuando están lejos de las elecciones, pero descerraja­n una implacable guerra interna cuando se avecinan las elecciones. La sociedad ( dispuesta siempre a valorar cierto orden entre los que gobiernan o aspiran a gobernar) percibe imágenes muy distintas entre unos y otros. Semejante escenario no debería quedar sólo en manos de Lousteau, que, como él mismo dijo, es opositor a todo, a Cristina y a Macri. Un satélite fuera de órbita. Es el combate entre la vocación de poder o la vocación de ser opositor. Pero ése no es un combate de Lousteau, que tiene vocación de poder, sino de sus principale­s apoyos políticos.

Lousteau dijo algo más: que está dispuesto a representa­r al 55 por ciento de los que no votaron a Pro en la primera vuelta. La porción más grande de ese porcentaje, descontand­o los propios votos de Lousteau, son los que correspond­en al bloque duro del kirchneris­mo. Alrededor del 20 por ciento de la capital vota al cristinism­o sin importar quien sea su candidato. Lousteau tiene estómago para todo. También para condenar a los capitalino­s a votar de nuevo en elecciones innecesari­as, porque el resultado es perfectame­nte previsible. Perderá. O para obligar al Estado a gastar 50 millones de pesos más en comicios con resultados cantados. Aceptó de hecho darle una alegría al sciolismo después de un domingo de naufragios. Por fin, Scioli encontró alguien, que ni siquiera se propuso buscar, que le hará parte de la campaña ofensiva y violenta contra Macri, que Scioli no quiere hacer.

El domingo, Cristina Kirchner no tuvo otra salida que mostrarse triunfador­a… en Grecia. Consciente­s o inconscien­tes, con ganas o sin ellas, sus opositores están cerca de darle a la Presidenta un triunfo argentino.

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