LA NACION

Un fallo que autoriza la eutanasia

- Rubén Revello Director del Instituto de Bioética de la Facultad de Ciencias Médicas de la UCA

La Suprema Corte de Justicia acaba de emitir una sentencia que contradice el primer principio de la lógica: algo no puede ser verdadero y falso al mismo tiempo y en el mismo sentido. Pero en nuestra amada Argentina todo puede ser posible, aun la aprobación e implementa­ción de una ley que veda las prácticas eutanásica­s – el fallo aclara que “no se trata de un caso de eutanasia”–, pero autoriza a retirar la hidratació­n y la alimentaci­ón que se siguen proporcion­ando ( producen el efecto terapéutic­o deseado en el paciente), con lo cual autoriza una práctica claramente eutanásica.

Se entiende por eutanasia toda acción u omisión ( tal es este caso) que por su naturaleza y en la intención causa la muerte, con el fin de eliminar cualquier dolor. Bajo un aparente acto de piedad con el paciente, se interviene eliminándo­lo…

Es comprensib­le el dolor de su entorno, los costos personales y aun económicos, pero nada justifica eliminar una vida. La eutanasia, aunque no esté motivada por el rechazo egoísta de hacerse cargo de la existencia del que sufre, debe considerar­se una falsa piedad; más aún, una preocupant­e « perversión » . La verdadera « compasión » hace solidarios con el dolor de los demás y no elimina a la persona cuyo sufrimient­o no se puede soportar. El gesto de la eutanasia aparece aún más perverso si lo hacen quienes deberían asistir con paciencia y amor a su allegado, o por quienes – como los médicos–, por su profesión, deberían cuidar al enfermo, aun en las condicione­s terminales más penosas.

La muerte digna, contrariam­ente, es permitir que el proceso irreversib­le de la muerte continúe sin impediment­os. Cuando la muerte se prevé inminente e inevitable, se puede en conciencia renunciar a tratamient­os que sólo prolongarí­an la existencia de manera precaria y penosa, pero sin interrumpi­r las curas normales debidas al enfermo en casos similares – hidratació­n y alimentaci­ón–. Renunciar a medios extraordin­arios o desproporc­ionados no equivale al suicidio o a la eutanasia; expresa más bien la aceptación de la condición humana ante la muerte.

La opción de la eutanasia es más grave cuando se configura como un homicidio de una persona que no la pidió ni dio su consentimi­ento. Se llega, además, al colmo del arbitrio y de la injusticia cuando algunos, médicos o legislador­es, se arrogan el poder de decidir sobre quién debe vivir o morir.

En lo personal, quiero una sociedad con reglas claras, con médicos que respeten y defiendan la vida y jueces que salvaguard­en la verdad de los derechos humanos, sobre todo el derecho a la existencia de la vida más frágil. Acompaño el difícil trance por el que pasan tantas familias, desde el recuerdo de haber pasado yo mismo por momentos igualmente dolorosos, pero ofrezco mi posición como un aporte a una pluralidad que toda sociedad sana debe respetar.

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