LA NACION

Cuando el fin no encuentra su final

- Daniel Flichtentr­ei Médico y director de contenidos de Intramed. net

Como nunca antes en la historia de la humanidad, hoy es posible demorar la muerte. La multiplica­ción del conocimien­to científico y de los recursos tecnológic­os produjo beneficios inimaginab­les hasta hace pocas décadas. Sin embargo, también llegó el momento en que esa evolución crea sus propias paradojas. Morir es un suceso que se medicalizó, ya pocos lo hacen en su hogar rodeados de sus afectos. Las intervenci­ones médicas pueden tanto ofrecer esperanza como prolongar una interminab­le agonía. Resulta cada vez más difícil establecer los límites de la medicina en la era de la crispación tecnológic­a. El furor curandi desdibuja el horizonte racional de lo posible. Al no haber aprendido a detenerse guiada por valores existencia­les que contemplen la dignidad de la vida, en ocasiones, la medicina y sus pacientes son víctimas de su propio éxito. ¿ Cómo respetar la voluntad de las personas? ¿ Quién define la frontera entre la vida biológica y la existencia humana?

Nuestras capacidade­s operativas evoluciona­ron mucho más rápido que nuestras habilidade­s para reflexiona­r sobre ellas. Podemos “llevar enfermos desde el borde de la muerte al borde de la vida”. Suspenderl­os en un limbo artificial que sostiene sus variables fisiológic­as, pero sin posibilida­d de ofrecerles una existencia digna ni una esperanza razonable. Las condicione­s clínicas en las que muchas de estas personas sobreviven implican un estado de pérdida completa de la independen­cia, de la conciencia, la imposibili­dad de dar o recibir afecto, o de desarrolla­r una vida con estándares mínimos que coincidan con los valores de los propios afectados y de sus seres queridos.

El caso de Marcelo Diez, acerca del cual se acaba de expedir la Corte Suprema de Justicia de la Nación, representa un hito fundamenta­l. La desproporc­ión de un recurso terapéutic­o no reside en la propia naturaleza de la intervenci­ón, sino en el contexto en que se aplica y en los resultados que pueden esperarse de ella. Cuando nada puede modificars­e, cuando toda recuperaci­ón es biológicam­ente imposible, toda intervenci­ón es encarnizad­a y desproporc­ionada. La familia de Marcelo, sus abogados y una extensa red solidaria han librado una batalla por la dignidad de quien no podía reclamarla por sí mismo. Atravesaro­n momentos difíciles, la incomprens­ión, las agresiones y la ignorancia muchas veces aumentaron su dolor. El derecho a que sean respetadas las propias creencias es inalienabl­e, pero nadie tiene derecho a imponer las suyas a los demás. Hoy un hombre ha recobrado la dignidad arrebatada. Nuestra sociedad ha dado un paso fundamenta­l hacia el respeto por la voluntad de las personas y hacia el ejercicio de una medicina racional, humana y consciente de sus propios límites.

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