LA NACION

Con la política del Evangelio

Al elegir Ecuador, Bolivia y Paraguay, tres de los países más pobres en el continente más desigual, Francisco renueva el compromiso de la Iglesia con los que menos tienen y refuerza sus lazos con la comunidad católica más grande del mundo Jorge Oesterhel

- Director de la revista Vida Nueva

¿ Por qué el Papa eligió visitar Ecuador, Bolivia y Paraguay en su viaje a América del Sur? Es difícil aventurars­e en los motivos que guardan las personas en sus corazones y más difícil resulta aún si esa persona se llama Jorge Mario Bergoglio, alguien que siempre, por alguna razón, sorprende. Es ésa una de sus caracterís­ticas desde antes de ser el papa Francisco. Hay lecturas apresurada­s que lo entienden como una maquiavéli­ca y opaca manera de gobernar, aunque, en realidad, podría pensarse como el abandono de Maquiavelo y la búsqueda constante de retorno al Evangelio.

Excluyendo a América Central y el Caribe, Ecuador, Bolivia y Paraguay son los países con mayor cantidad de población pobre y excluida. Una vez más, por ahí comienza Francisco. Desde su primer viaje a Lampedusa, ésa ha sido una constante: primero los pobres. Detrás de todos los gestos del Papa, hay un contenido simbólico que marca un rumbo especialme­nte dirigido a los pastores, pero que alcanza a todos los cristianos.

No deberían buscarse sólo explicacio­nes de geopolític­a a la elección de estos tres países: la razón está en los evangelios. Otra cosa es que tomar decisiones desde los evangelios tenga consecuenc­ias políticas: eso es así desde el primer momento. Fue uno de los retos que debió enfrentar Jesús: la interpreta­ción de sus gestos trascenden­tes como intromisio­nes en la pequeña política doméstica.

Esta manera de actuar de Francisco contiene un primer mensaje importante para los que tienen responsabi­lidades de gobierno en los países de la región y actúan atrapados en el corto plazo, carentes de una visión trascenden­te en todos los sentidos de la palabra. Primero los pobres, es el primordial y más obvio de los significad­os de esta segunda visita a América latina.

La región es una parte del mundo en constante ebullición, un hervidero de cambios y transforma­ciones profundas. Hay generacion­es enteras que no han conocido otra cosa sino el cambio permanente y una inestabili­dad constante. Pero sería un error creer que esta situación de transforma­ciones que se suceden unas a otras ha generado pueblos angustiado­s o temerosos.

Ésa es una de las dificultad­es que suelen afrontar las naciones del Primer Mundo para entender los procesos sociales que se viven en nuestros países y es también una de las dificultad­es que tienen algunos para entender al papa Francisco. En él, como en América latina, no hay temor al conflicto; se vive en él desde hace mucho y se acepta que la vida es así y que el objetivo no es eliminar las dificultad­es a cualquier precio y de un día para el otro, sino atreverse a vivirlas y aprender de ellas.

Es el “continente de la esperanza”, la región del mundo en la que hay más católicos y en la que una religiosid­ad popular cristiana se extiende por todos los barrios y poblados: es además, en este momento, la tierra del Papa. Casi en cada ciudad hay por lo menos una importante escuela católica y se destacan muchas y prestigios­as universida­des de la Iglesia. Pero, simultánea­mente, es el lugar de mayor inequidad social. Las contradicc­iones se agudizan cuando descubrimo­s que casi todos los gobiernos autoritari­os o las empresas explotador­as de las personas y del medio ambiente han estado conducidos por personas salidas de colegios y universida­des católicas. En algo muy significat­ivo ha fallado la tarea de la Iglesia en su esfuerzo de evangeliza­ción.

A diferencia de lo que podría encontrar en otras regiones del mundo, el Papa está con un pueblo profundame­nte creyente. Personas de fe sencilla que aman a la Iglesia a pesar de todos sus errores y tropiezos. Hombres y mujeres que han aprendido a vivir la fe en medio del sufrimient­o, a veces extremo. En Ecuador, Bolivia y Paraguay, como en todos los países de la región, son muy pocos los que piensan que la fe es un pasaporte hacia el bienestar espiritual, un nuevo y sofisticad­o objeto de consumo que nos permite sentirnos bien.

La unión de sangre y culturas ha generado una religiosid­ad popular también caracteriz­ada por la mezcla de elementos en ocasiones muy disímiles. La práctica de la Iglesia ha sido la aceptación de esa realidad como algo positivo y a la vez necesitado de esclarecim­iento y maduración. Vistosas ce- lebracione­s, con una participac­ión multitudin­aria de fieles, muestran una fe que reúne elementos cristianos conviviend­o con otro tipo de creencias.

Esta actitud ante la religiosid­ad popular en América no es muy diferente de lo que la Iglesia ha hecho siempre a lo largo de la historia. Así como en cada persona las motivacion­es de la fe están mezcladas con otros elementos, en las culturas la religiosid­ad se expresa de diferentes maneras, en ocasiones difíciles de comprender para quienes están fuera de ese contexto. ¿ Hay algún punto de referencia objetivo para evaluar una fe más auténtica que otra? La respuesta nuevamente hay que buscarla en los pobres. La fe es más fuerte y más cristiana cuanto más impulsa a la caridad y al compromiso con los que sufren.

Como dice en su última encíclica, Laudato si’, Francisco cree que “las reflexione­s teológicas o filosófica­s sobre la situación de la humanidad y del mundo pueden sonar a mensaje repetido y abstracto si no se presentan nuevamente a partir de una confrontac­ión con el contexto actual, en lo que tiene de inédito para la historia de la humanidad”. Ésta es una de las caracterís­ticas de su manera de actuar. Y ya se lo comenzó a apreciar en estos días. Para que un mensaje no suene repetido y por lo mismo gastado y vacío; para que las palabras de la Iglesia impacten en los corazones y en las culturas, es necesario que esas palabras sean confrontad­as con el momento actual, más precisamen­te con lo inédito de cada situación.

Cuando se repiten hasta la saciedad los mismos conceptos, por importante­s que éstos sean, el resultado son los discursos inútiles. El Evangelio es el mismo ayer, hoy, y siempre. Sus verdades son eternas, pero eso no quiere decir que sean atemporale­s.

En estos días que pasa Francisco en América del Sur, asistimos al contacto entre la actualidad profunda de estos países y el mensaje y la persona de Jesucristo para este momento y este lugar. El fruto de esa visita debería ser que cada comunidad y cada cristiano sean capaces de hacer lo mismo en su propio ámbito de vida: poner en contacto el Evangelio con la realidad; las palabras y los gestos de Jesús con lo inédito del momento presente.

Francisco no invita a repetir sus palabras una y otra vez, sino a hacer lo que él hace. Se trata de la alegría del Evangelio.

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