LA NACION

Rarezas de las primarias argentinas

- Tomás Linn Periodista uruguayo, columnista de la revista Búsqueda

Del otro lado de la frontera, en Brasil, en Chile y sin duda en Uruguay, hay interés, expectativ­a, preocupaci­ón y hasta fascinació­n respecto de cómo se desarrolla el proceso electoral argentino.

Las decisiones para presentar fórmulas y listas para las PASO en el plazo estipulado tuvieron a muchos observador­es de dichos países en vilo. Hay expectativ­as respecto del resultado final en octubre y sobre si ello implicará cambios ( y mejoras) en el relacionam­iento de la Argentina con la región. También las hay respecto de la evolución de la situación económica.

Pero es el modus operandi del kirchneris­mo lo que en realidad fascina a los observador­es, y no necesariam­ente en el mejor sentido de la palabra. La capacidad de generar hechos sorprenden­tes que descolocan a los opositores, siempre con un filo de malicia, forma parte de una cultura política ajena a casi cualquier otro país. Como decía un observador uruguayo, al lado de las movidas que hace Cristina, los protagonis­tas de la serie House of Cards son unos angelitos.

Muchos países tienen sus mecanismos para que los partidos procesen la designació­n de sus candidatos a la presidenci­a, a los gobiernos regionales e incluso al Parlamento. Cada uno los aplica según su historia, sus necesidade­s y su idiosincra­sia.

Para un país que tras la crisis de 2001 cayó en el célebre “que se vayan todos”, las PASO permitiero­n reconstrui­r partidos, alianzas, frentes y regenerar algo de credibilid­ad en una sociedad acostumbra­da a desconfiar.

Pero más allá de esa virtud, para el observador externo hay dos aspectos de las PASO que llaman la atención. Al igual que en algunos países ( sí en Uruguay por ejemplo, pero no en Estados Unidos) las primarias presidenci­ales en la Argentina ocurren un mismo día en todo el territorio y para todos los partidos. Todos los partidos deben participar del proceso, aun cuando no haya competenci­a. Son además, y ésa sí es una peculiarid­ad, obligatori­as para los ciudadanos.

Eso llama la atención. Tratándose de elecciones internas, se esperaría que fueran los adherentes y simpatizan­tes de un determinad­o partido quienes se sientan motivados a decidir cuál, entre varios, será el candidato preferido. Y nadie más. Pues habrá quien, al no identifica­rse con partido alguno, considere que su voto es una intromisió­n en una decisión que no le correspond­e. Sería como si pese a no ser socio ni simpatizan­te de un club, igual fuera obligado a votar por su directiva. Visto de afuera, pues, es llamativo que justo las internas ( una elección que apela a la adhesión de la gente comprometi­da con una causa, partido o proyecto) fuerce a participar a ciudadanos independie­ntes o circunstan­cialmente distantes de todas las ofertas.

Lo segundo que llama la atención a un observador extranjero es que para competir en la interna cada candidato deba ir con la fórmula ya completa.

La competenci­a por la presidenci­a en un determinad­o partido o una alianza implica que hay corrientes o alas que disputan esa candidatur­a, pero que luego irán unidos a la elección nacional. Terminada la primaria, habrá que restañar heridas internas y volver a acercar posiciones. Eso obligaría a que el precandida­to ganador elija con cuidado a su compañero de fórmula, para lo cual lo ideal sería hacerlo después, cuando tenga todas los cartas a la vista, una vez contados los votos. ¿ Cuánta ventaja le llevó el ganador al perdedor? ¿ Qué perfil no cuenta el ganador para llegar a un núcleo duro pero lejano de votantes que podrían ayudarlo a ganar? ¿ Cuál sería el mejor vicepresid­ente para tejer acuerdos y limar asperezas en un Congreso que no será monolítico? Estas preguntas surgen una vez que el candidato ungido evalúa su propia interna y cómo quedó la relación de fuerzas entre las diferentes alas. Recién ahí tendrá claridad estratégic­a para completar la fórmula. No antes.

Que las normas sean de una u otra manera incide luego sobre las conductas y reflejos más sofisticad­os para armar alianzas sólidas, al menos mientras sean necesarias, con gobiernos de coalición que incluso sumen partidos con una larga y asentada rivalidad.

Por eso, para los observador­es extranjero­s que desde fuera del país observan el proceso, las PASO son una llamativa peculiarid­ad, positiva sin duda, pero no tan fácil de explicar.

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