LA NACION

El canto del cisne de Grateful Dead

A 50 años de su formación, la banda norteameri­cana se despidió de sus fans

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CHICAGO ( AFP).– Por décadas, los fans de los Grateful Dead han grabado, debatido y guardado metódicame­nte las zapadas de la legendaria banda durante sus más de 2300 conciertos. El domingo por la noche, cuando el grupo dio un concierto en Chicago que anunció sería su gran final, muchos “deadheads” – los apasionado­s fans que seguían a la banda de show en show– ya habían comenzado a apostar cuál sería la última canción.

Mientras los “deadheads” con sus camisetas desteñidas bailaban en éxtasis, la banda que definió a la generación hippie cerró las compuertas tras varias horas de concierto con una gran zapada acústica del tema “Attics of My Life”.

Los Grateful Dead, que tuvieron algunos éxitos comerciale­s en el sentido tradiciona­l del término, tocaron poco esta canción, pero la letra esta vez parecía apropiada para cerrar el concierto: “He pasado mi vida buscando todo lo que queda por cantar”.

La canción le dio un cierre tranquilo y emocionalm­ente resonante a la serie de cinco conciertos – tres en Chicago y dos en San Francisco– que, según algunos seguidores, era una despedida demasiado grandilocu­ente para una banda que se enorgullec­ía de su ecuanimida­d. No obstante, los “Deads” celebraron con fuegos artificial­es y, durante el show del sábado, el edificio Empire Estate de Nueva York emitió un show de luces coordinado con el Soldier Field de Chicago que fue transmitid­o a la audiencia en el estadio durante el tema “U. S. Blues”. Pero al parecer, los miembros de la banda impusieron un límite cuando se negaron a llevar al escenario, en forma de holograma, a Jerry García, el miembro más identifica­ble de los Grateful Dead que falleció tras un show en ese mismo lugar, en 1995.

Las entradas para los conciertos estuvieron entre las más codiciadas de los últimos años y los precios de reventa alcanzaron los 70.000 dólares. En total 71.000 personas compraron entradas para el domingo y, de esta manera, rompieron el récord de ventas del Soldier Field, el más antiguo estadio de fútbol americano profesiona­l.

Producto del fermento cultural de San Francisco en los años 60, los Grateful Dead crearon una cultura de comunidad entre sus seguidores, revolucion­aron el concepto de gira musical cuando alentaron a sus fans a que grabaran los conciertos en pasacasete­s y le abrieron el camino a otras bandas con innovacion­es, como crear su propia oficina de venta de entradas.

Pero el fin de semana, el Soldier Field de Chicago vio seguidores de todas las edades, no solamente hippies de cabello gris. “Nací en 1978, pero tengo algunos recuerdos de los años 70. Recuerdo cosas que no debería”, dijo Wolfgang Rehmert, un “deadhead” originario de Alemania que conoció a su esposa en Nueva York gracias al gusto compartido por la banda.

“No hay nada como un concierto de los Grateful Dead. Es como una gran familia”, contó el fan, que viajó en coche con otros “deadheads” los 3200 kilómetros que separan California de Chicago ( Illinois).

Julie Kelleher, de Florida, comentó que pertenecía a la segunda generación de “deadheads”. Nació en 1989, cinco años después de que su madre comenzara a viajar para seguir cada uno de los conciertos. “He visto a muchas bandas, pero los Grateful Dead son completame­nte únicos”, dijo. “Todo el mundo es muy abierto y siempre están todos juntos.”

El heredero

Los músicos complacier­on a las nuevas generacion­es tocando sus últimos conciertos con el guitarrist­a Trey Anastasio, de Phish, la banda considerad­a heredera de los Grateful Dead. Desde que comenzó la primera canción – cuando cientos de porros de marihuana se encendiero­n instantáne­amente–, Anastasio demostró haber sido una buena elección. Inicialmen­te se mantuvo un poco en la sombra en relación con los miembros originales de la banda, pero tocó poderosos solos de guitarra en canciones como “Scarlet Begonias”.

La música de los Grateful Dead suele describirs­e como rock psicodélic­o, pero también tiene elementos de blues, country y bluegrass. Adoptaron además la improvisac­ión del jazz, lo cual convenció a sus fans viajeros de que cada espectácul­o sería siempre diferente al anterior. Incluso el presidente Barack Obama, uno de los tantos políticos estadounid­enses que admiran a la mítica banda, escribió una dedicatori­a que fue impresa en el programa del concierto: “Los Dead tienen la creativida­d, la pasión y la habilidad de unir a la gente que hace que la música de Estados Unidos sea tan grandiosa”.

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Jay BlakeSBerg / reuterS Récord de público para los Deads: 71.000 personas en Chicago

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