LA NACION

Cosas que Macri tiene hoy en la cabeza

- Luis Majul

Mauricio Macri ya no tiene dudas: el domingo será consagrado presidente. En la última semana, preguntó decenas de veces a los estrategas de su campaña si su victoria corría peligro. Si no había nada esperable ni extraordin­ario que hiciera que Daniel Scioli pudiera dar vuelta el resultado. “No, Mauricio, no insistas. No hay manera. Scioli no tiene tiempo para empatar”, lo tranquiliz­aron. Le dijeron que desde el 25 de octubre está sucediendo lo opuesto. Que el resultado del debate del domingo pasado habría ampliado las diferencia­s. Y no le quisieron confirmar a cuánto para que no empezara a festejar antes de tiempo.

Su mano derecha, Marcos Peña, y el secretario de Medios, Miguel de Godoy, son los más prudentes. “Todavía no ganamos. Hay que ser y parecer más sobrios que nunca. Y no aflojar los controles ni la fiscalizac­ión”, repiten. Todo lo contrario sucedió el domingo con Scioli. No bien terminó el debate, sus amigos prefiriero­n no decirle toda la verdad: “¡Ganaste Daniel. Ahora los argentinos saben que con Macri se vienen una megadevalu­ación y un shock inflaciona­rio!”. Uno de ellos se acercó a un periodista para pedirle que fuera “piadoso” y no le exhibiera “en la cara” una encuesta que considerab­a que Macri lo había doblegado.

En el equipo de campaña de Macri tienen una aspiración secreta: que la fórmula obtenga más del 54%, para que los incondicio­nales de Cristina Kirchner no agiten ese porcentaje y la muestren, en el futuro, como la candidata que más votos obtuvo en los últimos años. Pero Macri está preocupado por asuntos más tangibles. Ahora se siente raro. Siempre había pensado su carrera hacia la presidenci­a como un itinerario de subidas paulatinas y “controlada­s”. Primer escalón, presidente de Boca Juniors. Segundo escalón, jefe de gobierno de la ciudad. Tercero, presidente de la Nación. En estas horas siente que entre el escalón del jefe de gobierno y el de jefe de Estado argentino hay una distancia sideral. Que la gente lo está colocando “muy arriba”. Más cerca “del cielo” que del escalón donde está parado. Está preocupado por no perder su eje. No quiere marearse. No quiere confundir lo “transitori­o” con lo “esencial”. Les hizo prometer a sus amigos íntimos que no dejarían de verse. “Aunque sea una o dos veces al año.”

Si el domingo gana, primero festejará, después hará una conferenci­a de prensa, luego atenderá de manera individual a los conductore­s de los canales que estén en el aire y anunciará que desaparece­rá de escena para concentrar­se en la designació­n de sus equipos. No quiere que los periodista­s con los que viene hablando desde hace años sientan que ahora que llegó a la meta los va a empezar a ignorar. Eso hicieron Néstor Kirchner y Cristina con la mayoría. Los usaron y después les cerraron la puerta en la cara. En especial, a los periodista­s que se encargaron de señalar sus errores políticos. “Los veré menos, como es lógico, porque tendré más responsabi­lidades. Pero no me transforma­ré en lo que nunca fui”, garantizó el todavía jefe de gobierno de la ciudad. Y pidió que en el futuro no dejen de plantearle de frente las cosas que consideran erradas.

Macri tiene entre tres y cuatro candidatos para cada ministerio. “Igual de capaces y serios cada uno.” Pero dice que, al final, elegirá al que “maneje mejor su ego”. “Si alguien pone su ego por encima de la función pública, mejor va a estar en el sector privado”, concluye. No va a tener a un superminis­tro de Economía como Domingo Cavallo o Axel Kicillof. Le va a dar tanta importanci­a a la economía como al área de infraestru­ctura. Va a dejar en libertad de acción tanto al jefe de gobierno de la ciudad electo, Horacio Rodríguez Larreta, como a la futura gobernador­a de la provincia de Buenos Aires, María Eugenia Vidal, para que elijan a sus colaborado­res directos. Pero se va a reservar el “derecho a veto”, como cree que le correspond­e a cualquier jefe político que se precie de tal. Macri sabe que necesita mucha gente idónea, honesta y responsabl­e para completar la grilla de los tres gobiernos. Y ya empezó a pedir a los más íntimos que se encarguen de convocarla y traerla. Y que se hagan responsabl­es de sus sugerencia­s. “Que vengan con un plan escrito y una propuesta de cómo ejecutarlo”, los instruyó.

En estos días empezó a sentir un hartazgo por “los amigos del campeón de último momento”. A los que se le ofrecen y él, en principio, los considera aptos les pregunta, sin vueltas: “¿Estás salvado o sentís que todavía no ganaste la plata suficiente?”. Y si tiene que elegir entre una de las dos opciones, prefiere al que está dispuesto a ir “por la gloria” que al que intuye que siente al Estado como una oportunida­d para hacer negocios. Está pensando en entregar en vida la mayor parte de los bienes a sus hijos para no dar lugar a que piensen que usará la gran política para hacerse más rico de lo que es. Prepara con cierta obsesión lo que él considera uno de los momentos clave de su próximo gobierno. Lo llama “el punto de partida”. Cree, al contrario de lo que repite Scioli, que continuar con el cepo sería una opción “suicida”. Está seguro de que el tipo de cambio no se va a desmadrar. Dice que sabe de dónde sacar los dólares. Piensa que, con la baja de retencione­s, una parte provendrá del campo. Y no quiere revelar en público cuál será el método para conseguir lo demás. Sí tomará decisiones que servirán para desarmar “las cajas negras de la política” en el gobierno nacional y en el gobierno de la provincia. A uno de los futuros ministros de las áreas más sospechada­s le dijo: “Si me entero de que desaparece un solo peso de ahí yo mismo me voy a encargar de denunciart­e”. A un ministro de la ciudad al que le tiene plena confianza le encargó que se ocupara de detectar, uno por uno, los últimos nombramien­tos compulsivo­s en cada una de las áreas del Estado. “Vamos a anular por decreto las designacio­nes compulsiva­s.” No va a esgrimir la venganza como metodologí­a política. No va a desmontar Tecnópolis ni el Polo Científico ni va a cerrar el Centro Cultural Kirchner sólo porque le pusieron el nombre del ex presidente. “No venimos a refundar nada. Ni a quitarle los planes a nadie. Ni a destruir lo que se hizo bien para que se nos considere únicos e irrepetibl­es.” Macri, Vidal, Rodríguez Larreta y los intendente­s del conurbano que les ganaron las elecciones a los llamados barones repiten como un mantra dos o tres frases idénticas: “No vamos a hacer promesas locas que no podemos cumplir. No queremos generar expectativ­as desmesurad­as. Lo único que garantizam­os es que somos gente normal”. Macri apunta a perfilarse como “el primer presidente latinoamer­icano del siglo XXI”. Alguien capaz de llevar cordura, eficiencia y desarrollo en un país gobernado por la locura, la desidia, el resentimie­nto y el subdesarro­llo.

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