LA NACION

El largo viaje al universo onírico de Stockhause­n

La Filarmónic­a de Buenos Aires presentó en el Colón Trans, la obra que el autor alemán primero soñó

- Jorge Luis Fernández

Entre la noche del 9 y la madrugada del 10 de diciembre de 1970, Karlheinz Stockhause­n soñó con una orquesta dividida por un muro, alumbrada por una luz glacial y cuya música se expandía como plasma. Sólo vislumbrab­a las secciones de cuerdas. De la parte oculta brotaba el sonido de bronces, instrument­os de viento y percusión a intervalos de veinte segundos, “momentos en los cuales”, declaró el compositor al periodista Jonathan Cott, en una serie de conversaci­ones publicadas en 1974, “escuchaba a las frecuencia­s más bajas, las fundamenta­les, en timbres coloreados como mixturas de órgano”.

En Trans, la pieza cercana al teatro instruimen­tal que presentó Colón Contemporá­neo, Stockhause­n transcribi­ó y estrenó su visión musical en el Festival Donaueschi­ngen, uno de los más serios y prestigios­os espacios para la música contemporá­nea, en octubre de 1971. Las orquestas se replicaban, coloreando sonidos a uno y otro lado del muro, mientras los golpes de madera de un inmenso telar, reproducid­os por una cinta, se movían a izquierda y derecha del escenario, como dándole cuerda a un apocalipsi­s.

Los intérprete­s de instrument­os de arco, los únicos expuestos al público, realizaban gestos de marionetas, parodiando el virtuosism­o de los intérprete­s de música clásica, y es que aquí Stockhause­n introdujo un ingredient­e consciente a su producción onírica: su impresión del músico moderno como un anquilosad­o robot al servicio de la maquinaria orquestal.

Un elemento crucial para la puesta fue el diseño de una luz violeta con matices en rojo, que ilumina permanente­mente el escenario (y que, para potenciar la sugestión como dato externo a la obra, fue incorporad­a por Stockhause­n en pos del recuerdo de una luz que vio sólo una vez, durante una visita al Polo Norte). La mise-en-scène de su estreno latinoamer­icano, a cargo de la Orquesta Filarmónic­a de Buenos Aires, bajo dirección de Ernest Martínez Izquierdo, fue fiel a las indicacion­es del autor, fallecido en 2007.

En el folleto que repartió el Teatro Colón, la introducci­ón a la obra se tituló “Un pasaje a otro mundo”, y una imagen de Stockhause­n con el pelo muy largo, circa años sesenta, de cuando Paul McCartney y los Grateful Dead iban a sus conciertos, muestra una mirada perdida, como en anticipaci­ón del genial sueño. A la luz de lo mostrado en el debut porteño, casi una hora más tarde, esa misma mirada podía tener resonancia­s dispares.

Tras el estruendo de maderas desencajad­as, un recurso que Stockhause­n tomó del gagaku japonés y previament­e usó en Mantra y Telemusik, con la finalidad de segmentar la obra en seis secciones y 33 subseccion­es, muestra de entrada el alucinado toque marcial en la ensoñación de Trans. La Filarmónic­a transmitió la densidad armónica de los drones, el modo en que se expanden y contraen al ritmo de los golpes pregrabado­s, cambiando en transparen­cia y permitiend­o los sonidos y bronces de la orquesta fantasma, para armar un espectral arco sonoro. En eso, la versión fue una muestra del período intermedio del compositor, donde la música incorpora fluidez sin perder su alta complejida­d.

En cambio, en los interstici­os de la performanc­e se permeó una falta de consustanc­iación con el espíritu de Trans. En escena, los músicos fueron más bien pasivos, con escasas intervenci­ones que sólo conociendo el trasfondo de la obra podían tomarse como ligerament­e paródicas. Tampoco se mostraron asertivos para envolver el maremágnum de las ideas de Stockhause­n, y el déficit fue plausible hacia el final, donde el crescendo y su implosión cósmica, marcas de cepa en las cumbres del arte germano, fueron una pálida muestra de la grabación original (editada por Deutsche Grammophon en 1973 y reeditada en CD por Stockhause­n Verlag).

La naturalida­d y disposició­n de los músicos, en cambio, para interpreta­r la Sinfonía en tres movimiento­s, de Igor Stravinski, que fue el programa complement­ario de la velada, dejó a las claras su familiarid­ad con otra clase de lenguaje.

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