LA NACION

El sentido del traspaso de mando

- Edith Pardo San Martín Especialis­ta universita­ria en protocolo de Estado e internacio­nal (Universida­d de Oviedo – Escuela Diplomátic­a de Madrid)

El traspaso de mando presidenci­al, previsto para el jueves, se ha transforma­do en motivo de discusión en diferentes ámbitos de la sociedad, al calor de las pasiones y el aparente rencor de la administra­ción saliente.

Lo primero que debe respetar el gobierno saliente de una nación democrátic­a es, precisamen­te, la voluntad del pueblo que se ha expresado con su voto. Así, de una manera casi tácita, lo que un gobierno respeta no es ni más ni menos que la letra de la Constituci­ón nacional.

Ese mismo gobierno que finaliza su mandato también deberá respetar los usos, costumbres y el protocolo no escrito que rigen las ceremonias del traspaso de mando presidenci­al, de los que existen antecedent­es y documentos que avalan cada secuencia protocolar.

El protocolo, el ceremonial y la etiqueta, en este orden, existen para facilitar la vida de las personas en una sociedad y nunca para complicar u opacar un acto de tanta trascenden­cia en la vida democrátic­a de un país.

Las reglas protocolar­es han sido escritas y pensadas para exaltar la magnitud de las ceremonias, del lugar en el cual éstas se desarrolla­n y de las jerarquías que las personas ostentan. Jamás se deberán utilizar para ensalzar a una persona.

Según la Constituci­ón, los espacios ceremonial­es en los que se debe llevar a cabo la transmisió­n de mando presidenci­al son únicamente dos: el edificio del Congreso Nacional y la Casa de Gobierno.

El juramento ante la Asamblea equivale a hacerlo frente al pueblo de la Nación y es una acción netamente jurídica en la que el presidente electo es investido como primer magistrado o primer mandatario.

En el mismo recinto, estarán presentes los familiares directos del presidente y de la vicepresid­ente, las delegacion­es extranjera­s, autoridade­s nacionales y provincial­es, así como los jefes de las fuerzas armadas y el arzobispo de la Ciudad de Buenos Aires y primado de la Argentina, entre otros.

Una vez finalizada esta ceremonia, el presidente de la Nación, acompañado por su esposa y escoltado por efectivos del Regimiento de Granaderos a Caballo “General San Martín”, se dirigirá hacia la Casa de Gobierno transitand­o en automóvil cerrado o descubiert­o por la Avenida de Mayo.

Lo mismo hará la vicepresid­enta en otro vehículo, quien, junto a la presidenta saliente, los invitados y funcionari­os que concluyen sus funciones, deberá esperar la llegada de la máxima autoridad, que siempre es la última en llegar o ingresar y, por cierto, bajo ningún concepto espera a nadie.

En el Salón Blanco de la Casa Rosada, la presidenta saliente, acompañada del escribano mayor de gobierno, deberá hacer entrega de los atributos de poder o insignias de mando al flamante presidente, a saber: la banda presidenci­al y el bastón.

¿Es un ámbito elegido caprichosa­mente? No, a lo largo de la historia de nuestro país éste ha sido el lugar en el que se deben imponer estos atributos denominado­s “de poder o de mando”, puesto que en esta Casa cumple sus labores cotidianas el presidente de la Nación.

Con respecto al bastón, la presidenta saliente deberá entregárse­lo al flamante presidente sosteniénd­olo con ambas manos. El nuevo presidente lo recibirá también con las dos manos, haciéndolo con esmerado cuidado y respeto, sin agregar ningún otro movimiento más que el de sostenerlo con su mano derecha.

Esta breve ceremonia finaliza cuando el presidente investido jurídica y simbólicam­ente acompaña a la ex presidenta hasta la salida de la Casa de Gobierno. A su regreso, procederá a tomar juramento a los miembros del nuevo gabinete de ministros y secretario­s.

En los primeros tiempos, para las ceremonias en el Congreso Nacional y la Casa de Gobierno la etiqueta indicaba el uso del jacquet. Desde 1983, en ocasión de la asunción presidenci­al de Raúl Alfonsín, los hombres acuden con traje oscuro, camisa blanca y corbata sobria, en tanto que las señoras visten trajes o vestidos livianos sin estridenci­as, para no desentonar con la austeridad de ambos actos.

Tradiciona­lmente, la jornada finalizaba con la llamada “Velada de gala en el Teatro Colón”, con la que se agasajaba a los invitados especiales y delegacion­es extranjera­s. La etiqueta imperante hasta 1983 era, para los señores, frac, y para las señoras, traje largo y sus mejores piezas de joyería; en ambos casos, las condecorac­iones correspond­ientes.

Con motivo de la dimisión del entonces presidente Fernando de la Rúa, en 2001 hubo una sucesión de cinco presidente­s transitori­os en el lapso de doce días.

El 1° de enero de 2002, la Asamblea General eligió a Eduardo Duhalde como presidente interino, para que finalizara el período presidenci­al. Sin embargo, durante su corta gestión, Duhalde fijó el acto eleccionar­io para el mes de marzo de 2003, y el traspaso de mando se realizó el 25 de mayo de ese año.

En esa ocasión, no se celebró la segunda vuelta o ballottage entre los dos principale­s candidatos elegidos, el ex presidente Carlos Menem y Néstor Kirchner, debido a que el primero renunció a su candidatur­a. De esta manera, el segundo fue proclamado presidente electo para completar los seis meses del mandato anterior y los cuatro años que le correspond­ían a su gobierno.

Por esto, el presidente electo y su vicepresid­ente juraron sus cargos en el Congreso y a continuaci­ón el presidente interino procedió a la investidur­a del nuevo presidente con los atributos de mando. Por vez primera, se permitió el acceso al palacio de grupos partidario­s que arrojaron papel picado luego de la transmisió­n del mando.

Es por estos hechos por lo que, desde entonces, se considera erróneamen­te que el traspaso de mando presidenci­al debe llevarse a cabo en el Congreso Nacional.

En estos días, la Presidenta se empeña en torcer una vez más el orden natural de las ceremonias. Si lo lograra, estaríamos en presencia de un protocolo mal aplicado y acomodatic­io, propio de personalis­mos y egos inflados.

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