El sentido del traspaso de mando
El traspaso de mando presidencial, previsto para el jueves, se ha transformado en motivo de discusión en diferentes ámbitos de la sociedad, al calor de las pasiones y el aparente rencor de la administración saliente.
Lo primero que debe respetar el gobierno saliente de una nación democrática es, precisamente, la voluntad del pueblo que se ha expresado con su voto. Así, de una manera casi tácita, lo que un gobierno respeta no es ni más ni menos que la letra de la Constitución nacional.
Ese mismo gobierno que finaliza su mandato también deberá respetar los usos, costumbres y el protocolo no escrito que rigen las ceremonias del traspaso de mando presidencial, de los que existen antecedentes y documentos que avalan cada secuencia protocolar.
El protocolo, el ceremonial y la etiqueta, en este orden, existen para facilitar la vida de las personas en una sociedad y nunca para complicar u opacar un acto de tanta trascendencia en la vida democrática de un país.
Las reglas protocolares han sido escritas y pensadas para exaltar la magnitud de las ceremonias, del lugar en el cual éstas se desarrollan y de las jerarquías que las personas ostentan. Jamás se deberán utilizar para ensalzar a una persona.
Según la Constitución, los espacios ceremoniales en los que se debe llevar a cabo la transmisión de mando presidencial son únicamente dos: el edificio del Congreso Nacional y la Casa de Gobierno.
El juramento ante la Asamblea equivale a hacerlo frente al pueblo de la Nación y es una acción netamente jurídica en la que el presidente electo es investido como primer magistrado o primer mandatario.
En el mismo recinto, estarán presentes los familiares directos del presidente y de la vicepresidente, las delegaciones extranjeras, autoridades nacionales y provinciales, así como los jefes de las fuerzas armadas y el arzobispo de la Ciudad de Buenos Aires y primado de la Argentina, entre otros.
Una vez finalizada esta ceremonia, el presidente de la Nación, acompañado por su esposa y escoltado por efectivos del Regimiento de Granaderos a Caballo “General San Martín”, se dirigirá hacia la Casa de Gobierno transitando en automóvil cerrado o descubierto por la Avenida de Mayo.
Lo mismo hará la vicepresidenta en otro vehículo, quien, junto a la presidenta saliente, los invitados y funcionarios que concluyen sus funciones, deberá esperar la llegada de la máxima autoridad, que siempre es la última en llegar o ingresar y, por cierto, bajo ningún concepto espera a nadie.
En el Salón Blanco de la Casa Rosada, la presidenta saliente, acompañada del escribano mayor de gobierno, deberá hacer entrega de los atributos de poder o insignias de mando al flamante presidente, a saber: la banda presidencial y el bastón.
¿Es un ámbito elegido caprichosamente? No, a lo largo de la historia de nuestro país éste ha sido el lugar en el que se deben imponer estos atributos denominados “de poder o de mando”, puesto que en esta Casa cumple sus labores cotidianas el presidente de la Nación.
Con respecto al bastón, la presidenta saliente deberá entregárselo al flamante presidente sosteniéndolo con ambas manos. El nuevo presidente lo recibirá también con las dos manos, haciéndolo con esmerado cuidado y respeto, sin agregar ningún otro movimiento más que el de sostenerlo con su mano derecha.
Esta breve ceremonia finaliza cuando el presidente investido jurídica y simbólicamente acompaña a la ex presidenta hasta la salida de la Casa de Gobierno. A su regreso, procederá a tomar juramento a los miembros del nuevo gabinete de ministros y secretarios.
En los primeros tiempos, para las ceremonias en el Congreso Nacional y la Casa de Gobierno la etiqueta indicaba el uso del jacquet. Desde 1983, en ocasión de la asunción presidencial de Raúl Alfonsín, los hombres acuden con traje oscuro, camisa blanca y corbata sobria, en tanto que las señoras visten trajes o vestidos livianos sin estridencias, para no desentonar con la austeridad de ambos actos.
Tradicionalmente, la jornada finalizaba con la llamada “Velada de gala en el Teatro Colón”, con la que se agasajaba a los invitados especiales y delegaciones extranjeras. La etiqueta imperante hasta 1983 era, para los señores, frac, y para las señoras, traje largo y sus mejores piezas de joyería; en ambos casos, las condecoraciones correspondientes.
Con motivo de la dimisión del entonces presidente Fernando de la Rúa, en 2001 hubo una sucesión de cinco presidentes transitorios en el lapso de doce días.
El 1° de enero de 2002, la Asamblea General eligió a Eduardo Duhalde como presidente interino, para que finalizara el período presidencial. Sin embargo, durante su corta gestión, Duhalde fijó el acto eleccionario para el mes de marzo de 2003, y el traspaso de mando se realizó el 25 de mayo de ese año.
En esa ocasión, no se celebró la segunda vuelta o ballottage entre los dos principales candidatos elegidos, el ex presidente Carlos Menem y Néstor Kirchner, debido a que el primero renunció a su candidatura. De esta manera, el segundo fue proclamado presidente electo para completar los seis meses del mandato anterior y los cuatro años que le correspondían a su gobierno.
Por esto, el presidente electo y su vicepresidente juraron sus cargos en el Congreso y a continuación el presidente interino procedió a la investidura del nuevo presidente con los atributos de mando. Por vez primera, se permitió el acceso al palacio de grupos partidarios que arrojaron papel picado luego de la transmisión del mando.
Es por estos hechos por lo que, desde entonces, se considera erróneamente que el traspaso de mando presidencial debe llevarse a cabo en el Congreso Nacional.
En estos días, la Presidenta se empeña en torcer una vez más el orden natural de las ceremonias. Si lo lograra, estaríamos en presencia de un protocolo mal aplicado y acomodaticio, propio de personalismos y egos inflados.