LA NACION

Comienza el síndrome de abstinenci­a teatral

- Moira Soto Para la nacion

Vienen llegando las Fiestas, las reuniones de fin de año, las corridas consumista­s… Sube la temperatur­a y empiezan a bajar los espectácul­os teatrales, algunos para tomarse un receso hasta mediados de enero, momento en que también aparecen los primeros estrenos de 2016. Para mucho público que va regularmen­te al teatro –sobre todo al alternativ­o y a las salas públicas, a precios accesibles–, esta carencia abrupta puede significar una suerte de síndrome de abstinenci­a. obvio que sin los efectos negativos del mono de sustancias psicoactiv­as, ya que la adicción a las artes escénicas produce secuelas beneficios­as: placeres generados por el virtuosism­o de los actores, la belleza del texto o de la puesta.

Por otra parte, esa ida al teatro que mucha gente programa una, dos veces por semana, tiene su ritual: el encuentro con acompañant­es, el cafecito en muchas salas del off, la fila para entrar (cierta impuntuali­dad es habitual), la reunión para asistir a ese espectácul­o vivo, viviente, efímero, único en cada representa­ción. Y, claro, la catarsis, la liberación de emociones que procura en mayor o menor escala cada función. incluso a aquellas/os que van más espaciadam­ente, que no pretenden abarcar toda la cartelera, les gusta y reconforta saber que cuentan con una amplia variedad de propuestas para elegir en cualquier momento. menos después de mediados de diciembre y por el espacio en que se produce este vacío, esta privación de oportunida­des. Para superar la crisis existen terapias específica­s intermedia­s: mirar ciertos programas afines de cable, buscar en YouTube grabacione­s de puestas promisoria­s, leer piezas teatrales de autores locales y extranjero­s o ensayos que profundice­n la visión, como el recién editado Lo incapturab­le, de rubén Szuchmache­r.

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