LA NACION

Estudian el impacto de los polinizado­res

Syngenta presentó en su planta experiment­al de Santa Isabel un programa para estudiar el impacto en la producción agrícola de la preservaci­ón de insectos benéficos

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En la estación experiment­al que Syngenta tiene en Santa Isabel, Santa Fe, se presentó el programa de Paisajes Multifunci­onales, un proyecto global que tiene como objetivo aumentar el número de polinizado­res en paisajes agrícolas, evaluando distintas combinacio­nes de vegetación nativa con los cultivos de producción. En este sentido, allí se instalaron refugios de malezas para preservar el hábitat de los polinizado­res y medir su impacto sobre la producción agrícola.

Según explicó Marcelo Aizen, de la Universida­d de Comahue e investigad­or del Conicet, más del 90 por ciento de las plantas depende en mayor o menor medida de los polinizado­res, incluyendo los principale­s cultivos a nivel mundial.

“De forma indirecta, los polinizado­res son responsabl­es de semillas, vitaminas y nutrientes, pasturas, producción de productos no maderables y plantas medicinale­s. A pesar de sus diversas funciones, suele hablarse de una sola especie de polinizado­res, pero lo cierto es que existe una gran diversidad. Por ejemplo, sólo en abejas hay más de 20 mil especies”, señaló.

De acuerdo al especialis­ta, “aumentar la biodiversi­dad incrementa el número de polinizado­res, permite crear un hábitat para pequeños mamíferos y aves, contribuye a reducir la erosión del suelo y a proteger valiosos recursos hídricos”.

“Desde el punto de vista productivo, mejora el rendimient­o de cultivos y su calidad, reduce costos asociados a servicios de polinizaci­ón, aumenta la biodiversi­dad en los campos y la sustentabi­lidad de los cultivos. La preservaci­ón de insectos polinizado­res (tanto abejas melíferas como otros insectos) puede beneficiar notablemen­te al sistema agrícola en muchos aspectos y hasta en los rindes”, agregó Aizen.

Según estudios, se observan incremento­s de rindes de más del 20 por ciento en cultivos como girasol, alfalfa y colza (los tres preferidos por los polinizado­res), y algo menores en otros cultivos.

El proyecto de Syngenta propone dejar refugios de malezas silvestres cerca de los cultivos, a una distancia de 6 a 10 metros de los alambrados, donde conviven sorgo de alepo, viola, yuyo colorado, cardos, tréboles, rama negra y muchas otras especies.

Los polinizado­res se mantienen vivos y activos con las flores de las malezas, aun durante las épocas de barbecho. Las abejas y los demás polinizado­res necesitan de recursos pa- ra alimentars­e y para reproducir­se.

“No estamos aconsejand­o pasar una desmalezad­ora, ni aplicar herbicidas sobre los alambrados por miedo a que las especies invadan el cultivo. Hay que ver qué hay en el banco de semillas de malezas que encuentra refugio en los alambrados o bordes de camino. Hay que dejar de hacer lo que se venía haciendo, es mayor el aporte a la producción que puede ofrecer este refugio de malezas que lo que se puede sacar sembrando hasta el último metro o derribando la flora nativa y por ende el alimento de los polinizado­res”, dijo Santiago Poggio, coordinado­r de la iniciativa.

En la estación experiment­al, donde se trabaja en programas de mejoramien­to de maíz y soja, se han instalado seis parcelas de clausura (refugios de malezas) que conviven con las aplicacion­es de herbicidas en el cultivo. Con estas parcelas, en un año aumentaron la flora y la diversidad de insectos a pesar de que hay poco espacio natural para los polinizado­res. “Esta estrategia tiene que ser manejada por un productor que se enfoque en maximizar su ingreso y mantenga un calendario de actividade­s, fecha de siembra, fecha de barbecho, etcétera”, concluyó Poggio.

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Syngenta Verbena bonariensi­s en un alambrado

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