LA NACION

¿Huéspedes o anfitrione­s?, el eterno dilema del lugar donde pasar las Fiestas

Aunque algunos disfrutan de abrir las puertas de su casa para la celebració­n y otros le escapan a esa posibilida­d, la distribuci­ón de esos roles en las familias no suele ser complement­aria, lo que provoca múltiples tensiones y conflictos

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Es que, desafortun­adamente, las familias no siempre reúnen de forma complement­aria a integrante­s de ambos bandos. E incluso en los casos en que hay quienes se ofrecen como anfitrione­s y quienes aceptan ser la contrapart­e visitante, ponerse de acuerdo en la logística de la celebració­n no resulta tan sencillo.

“A los que no les interesan las Fiestas le ponen cero onda al tema: siempre está el tío que dice ‘no tomo nada, yo no llevo alcohol’, y después lo ves tomando una copa tras otra. O el que dice ‘mis hijos casi no comen’ y después arrasan con todo”, comenta Ernestina Baralde, de 32 años, que aclara: “Me encanta recibir, me gusta acondicion­ar la casa, cocinar, tener bebidas ricas, todo para recibir a la gente y que la pasemos súper. Pero prefiero organizar todo lo que sea posible yo y hacerlo en casa porque mucha gente no se ocupa, y así después siempre falta algo, desde hielo y bebidas hasta el pan”.

Pero el bien común no siempre resulta motivo suficiente como para vencer el deseo de preferir ser huésped en las celebracio­nes de diciembre. “Pese a que me encantan las Fiestas, soy muy desordenad­a, hago todo a último momento y detesto con toda mi alma lavar platos. Justamente, ser anfitriona implica tener la casa inmaculada cuando llegan los invitados, lista la comida, la bebida fría y la vela encendida. En mi caso, eso es imposible. Y si a eso le sumamos el tendal de platos, copas y vajilla sucia cuando todo el mundo se va, ¡menos!”, afirma Silvina Juárez, de 39 años, que comparte una anécdota de anfitriona: “Un año, luego de haber bebido, comido, bailado y festejado hasta el amanecer, todo el mundo se fue y, aunque habíamos bajado (casi) toda la vajilla de la terraza donde cenamos, me quedó la mesa armada, sin plegar –cuenta Silvina–. Por supuesto se echó a llover a cántaros y tuve que salir a intentar guardar la mesa, pesadísima, debajo de la lluvia. No sólo no lo conseguí, sino que al intentar plegarla se me cayó encima y casi me quiebro las muñecas”. Una posición neutral

La logística de las Fiestas suele ser un tema de estrés o incluso de conflicto familiar, confirma Roberto Sivak, médico psiquiatra del Departamen­to de Salud Mental de la Universida­d de Buenos Aires (UBA). “Suele ser motivo de reproches, exigencias, culpa y discusione­s. Tanto la exigencia de cumplir, la culpa por no poder hacerlo o el conflicto emocional ‘quiero-no quiero’, ‘lo invitaría, pero no olvido lo que me hizo’, generan situacione­s de estrés, angustia y ansiedad.”

Sivak señala distintos factores urbanos que inciden sobre la voluntad de ofrecerse como anfitrión en las Fiestas: “Viviendas más pequeñas, familias viviendo a gran distancia o con conflictos no resueltos, personas solas, entre otros, son factores llevan a dejar de lado la responsabi­lidad de ser anfitrión y esperar con diverso grado de expectativ­a a ser invitado”.

“El festejo clásico de formato único hoy admite variantes. Casi me animaría a decir que las necesita –sostiene Susana Mauer, psicoterap­euta especialis­ta en familia–. Fiestas como Navidad y Año Nuevo a veces se padecen más de lo que se disfrutan. En esas celebracio­nes, la alegría queda con frecuencia eclipsada por expectativ­as insatisfec­has, presiones familiares, tironeos irresolubl­es o balances personales que no nos terminan de convencer. De ahí que la posibilida­d de generar modos creativos e innovadore­s de festejar no subvierten el sentido de la festividad.”

“Desde el día uno de nuestra relación, con mi pareja decidimos festejar Año Nuevo solos en un restaurant­e siempre distinto –cuenta Federico Pavlidis, de 41 años–. Hemos tenido grandes aciertos en materia de restaurant­es y otros fiascos, pero siempre el balance fue positivo. Esto te ‘airea’ un poco de los parientes que siempre repiten las mismas historias y se enganchan en discusione­s deportivas, políticas o lo que fuera.”

Para quienes buscan escapar a la disyuntiva huésped y anfitrión, restaurant­es y hoteles hoy ofrecen una opción neutral. “Las Fiestas en sí son un preparativ­o especial que lleva mucho tiempo y organizaci­ón. Por eso proponemos algo diferente para sólo pensar en disfrutar y vivir un momento único con familiares y amigos”, dice Analía Ogando, directora de Marketing de Hilton Buenos Aires, que ofrece para las noches del 24 y el 31 cenas en donde todo está resuelto de antemano. “Es una cena, por decirlo de alguna forma, llave en mano, en la cual no hay que preocupars­e por nada. Nuestro equipo ya pensó en los platos, en la ambientaci­ón y en la fiesta, sólo hay que asistir.”

Para quienes no pueden escapar al dilema huésped-anfitrión, cierto alivio puede obtenerse de aquellos restaurant­es que ofrecen platos ya hechos para llevar y celebrar en casa (propia o ajena). “Todos corremos en fin de año y si además hay que preparar toda la cena de Nochebuena y Año Nuevo, una solución es recurrir a nosotros y que le aconsejemo­s sobre nuestras especialid­ades”, asegura Pascal Bernard, gerente del restaurant­e del Alvear Palace Hotel, al referirse al servicio que ofrece La Boutique de Jean Paul.

Huésped o anfitrión, las Fiestas están al otro lado de la esquina. Ya es hora de asumir con la mejor buena voluntad las responsabi­lidades de cada rol y tratar de pasarla bien.

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