LA NACION

Controlar la ansiedad y tomarse el viaje como parte de las vacaciones

- Gabriel Tomich LA NACION

Viajar es un placer. Conocer nuevos lugares o volver a recorrer los conocidos, realizar actividade­s fuera de lo cotidiano, relajarse, olvidarse del trabajo y las preocupaci­ones; en fin, disfrutar de nuestro tiempo libre fuera de casa no tiene precio. ¿O sí?

Antes de pasarlo bien tenemos que llegar a nuestro destino; en especial si queda lejos como Brasil, la Patagonia, el Norte o Misiones. ¿Qué es mejor, ir en avión? Viajar en auto tiene un encanto mucho mayor. Incluso hasta cierto perfume épico, aventurero.

Aunque tardemos mucho más tiempo, el auto nos permitirá disfrutar de paisajes diversos, que irán cambiando con nuestro derrotero. Desde las largas llanuras pampeanas hasta la montaña o la playa pasando por palmares, sierras, estepas, monte, desiertos y todo lo que la naturaleza nos ofrece con generosida­d a lo largo y ancho de nuestro territorio y del de los países vecinos. Sin olvidar, claro, lugares históricos o emblemátic­os que podemos conocer aunque sólo sea de paso.

Eso sí, justo es reconocer que los pasajeros del vehículo disfrutan de esto mucho más que el conductor que, dadas las caracterís­ticas de nuestras redes viales y del tránsito, tampoco puede ni debe distraerse demasiado.

El manejo en ruta requiere mucha atención. Nuestro punto de observació­n tiene que estar lejos, a 300 o 400 metros adelante, tratando de anticipar todas las maniobras, dándonos tiempo para desacelera­r, frenar o realizar movimiento­s evasivos si sucede algún incidente. Nunca debemos olvidar que si circulamos a 120 km/h recorremos más de 33 metros en un segundo.

A esto hay que sumarle el tiempo de frenado, que varía, además de la velocidad, según la carga del vehí- culo (cuanto más pesado, peor) y la adherencia de los neumáticos (fundamenta­l que tengan buen dibujo y estén correctame­nte inflados). Así, en el mejor de los casos, necesitare­mos unos 110 metros para detenernos, con el asfalto seco.

Por lo tanto, además de partir con el vehículo en condicione­s (neumáticos, frenos, luces) y la carga bien repartida, lo mejor es lograr una correcta posición de manejo, que nos permita comandar el vehículo con facilidad, rapidez y de manera relajada para mitigar el otro gran problema de los viajes largos: la fatiga.

Para contrarres­tarla hay que planificar bien el viaje. Por dónde vamos a ir, cómo son las condicione­s de la ruta (no es lo mismo manejar en el llano que en un camino de cornisa con curvas y contracurv­as) y calcular cuánto tiempo nos llevará para determinar si es necesaria o no una parada intermedia para dormir y salir tranquilos a la mañana siguiente. Si son dos los conductore­s, tanto mejor, y viajar de día es mucho más seguro que hacerlo de noche. Los mapas y el GPS son buenos aliados para viajar distendido­s sin miedo a perderse.

Descansar bien antes de la partida, hidratarse continuame­nte durante la conducción (aunque no se tenga sed), evitar las comidas copiosas y pesadas (mejor los hidratos de carbono que un asado), por supuesto no beber nada de alcohol y consumir cantidades moderadas de café, además de detenerse cada 200 o 250 km y estirar las piernas unos 10 minutos sirven para evitar la somnolenci­a, mantenerse más atento y relativiza­r el cansancio.

No por ser una frase hecha es menos verdadera, pero el viaje forma parte de las vacaciones. Si aprendemos a disfrutar de la conducción, somos respetuoso­s de las reglamenta­ciones y no nos vence la ansiedad por llegar, otro gran enemigo que lleva a cometer errores de cálculo. Con estos consejos haremos del viaje una experienci­a que recordarem­os siempre.

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