LA NACION

Dar vida en medio de la muerte

Guadalupe Báez tiene 29 años y estuvo con Médicos Sin Fronteras en Yemen, Siria, Sierra Leona y Sudán del Sur

- Rosario Marina

Su primera misión con Médicos sin Fronteras fue en Sudán del Sur (foto), en 2013. Allí, en el país africano, la rionegrina Guadalupe Báez, de 29 años, atendió partos, hizo controles de embarazo y dio charlas sobre planificac­ión familiar durante ocho meses. Estudiar obstetrici­a fue solamente una excusa para poder entrar, luego, a esa organizaci­ón humanitari­a con la que soñó trabajar desde los 13 años. Su segunda misión fue en Siria, luego en Sierra Leona y, finalmente, en Yemen, todos destinos atravesado­s por la guerra en los que tuvo que ayudar a dar a luz entre las bombas, la miseria y la muerte. Pero para esta médica argentina esta aventura con vocación de servicio recién comienza: en enero saldrá de nuevo, esta vez, a El Congo.

La mujer tiene las piernas llenas de barro y sangre. Está descalza y a punto de parir. Llora. Entra al hospital, una partera intenta acercarse pero ella la patea. Entonces alguien llama a Guadalupe Báez, la obstetra, y le cuenta que la mujer no se deja hacer el tacto vaginal necesario para saber cuánto tiene de dilatación.

Guadalupe se pone los guantes, acerca sus manos, la paciente le cierra las piernas. La médica les pide a todos que la dejen sola. Aunque sola es un decir: la traductora es necesaria, la médica no sabe árabe, la paciente no habla inglés, ni español. Guadalupe pregunta, insiste, hasta que logra que se lo diga: la mujer, embarazada, estuvo peleando en la frontera con Arabia Saudita desde el primer mes. Es una guerriller­a hutí. Guadalupe siente el miedo de la mujer en su cuerpo y un nudo en la garganta hace que por unos segundos no pueda hablar. Entiende, así, que hay una coraza que tiene que romper, con cariño, para poder atenderla. Lo logra. La mujer tiene a su bebe y se va. Nunca más se vuelven a ver.

Guadalupe tiene 29 años y estudió obstetrici­a como excusa. Lo que en realidad quería era ser parte de Médicos Sin Fronteras (MSF). Lo supo a los 13 años frente a una publicidad que vio en la televisión en su casa de Río Negro. Todavía puede verse a ella misma en ese momento diciéndole a su mamá: “Quiero hacer eso, yo quiero estar ahí”. Hoy lo cuenta así: “Sentía dos llamados: uno era el de viajar, tener aventuras, y el otro era para hacer servicio”.

Estudió para ser obstetra o, como se dice popularmen­te, “partera”. El día que tuvo el título mandó la carta a la ONG. Al poco tiempo llegó la respuesta: rechazada. El mail lo recibió en un cyber de Bariloche. Se había escapado de su trabajo en la fotocopiad­ora para ver si le habían contestado. Y ese correo decía que no. Lo que Guadalupe no sabía era que tenía que contar con dos años de experienci­a laboral. Apenas los terminó, volvió a mandar la solicitud. Y ese, dice hoy, fue el día más feliz.

Bombas en la distancia

Acostada en su cama, Guadalupe escuchó el avión y después la bomba. Era su primera vez en una guerra. Era el primer día en Yemen. Y allí empezaría a tener miedo a algo que nunca había siquiera considerad­o: la muerte. En Yemen hay, desde marzo de 2015, una guerra civil: el presidente Abd Rabbuh Mansur al-Hadi fue destituido por los hutíes, leales al ex presidente. Los primeros formaron una alianza de diez países liderada por Arabia Saudita.

Durante el conflicto, Médicos Sin Fronteras ya trató a más de 15.500 personas y realizó más de 5000 intervenci­ones quirúrgica­s. “Los equipos de MSF que trabajan en Yemen han sido testigos de la muerte de mujeres embarazada­s y niños, por llegar demasiado tarde al centro de salud debido a la escasez de gasolina, o por tener que esconderse durante días enteros a la espera de un momento de calma en los combates”, explicaba la organizaci­ón en una nota publicada en julio pasado.

Con los días, Guadalupe se fue acostumbra­ndo alas bombas. Una bomba caía a cuatro kilómetros de distancia y ella la sentía al lado de la almohada. Sentía, también, el estrés. Sabía que iba a un país en guerra, pero hasta que no estuvo ahí no lo entendió.

En la maternidad sólo había mujeres. Ahí se podían descubrir la cara, se pintaban, chusmeaban. “Después las veías afuera y eran una montaña negra que miraba al piso”, cuenta Guadalupe. En ese país musulmán los hombres están en un área del hospital y las mujeres en otra. Ella también debía vestirse como musulmana: un vestido negro de manga larga que le cubría todo el cuerpo hasta los tobillos, arriba una chalina que le escondía el pelo y el cuello. Y, sobre todo eso, un chaleco de MSF.

Cuando llegó a Yemen, tenía que atender 40 partos por semana. Dos meses después, el número había aumentado a 85, sumado a las complicaci­ones de cada día. “Eso significa que tenés que organizar el servicio, entrenar alas parteras, incluso pensar en la cadena de frío para las vacunas. Trabajaba 13 horas por día y estaba de guardia pasiva por si había complicaci­ones”, dice. por la cantidad de pacientes que atendía, no se permitía involucrar­se con cada historia. Y eso tuvo sus efectos: “Cuando regresé no podía volver a pararme en mi historia personal del lado del sentimient­o”.

A pesar de esa cantidad de trabajo, intentaba escaparse al quirófano o a la sala de emergencia­s para no estar ajena a lo que estaba pasando fuera de su área. “Caía una bomba a dos horas y Emergencia­s estaba esperando a que lleguen las camionetas con gente”, explica.

En Sudán del Sur mueren 2054 bebes por cada 100.000 nacidos. En ese país, una mujer queda embarazada entre ocho y diez veces en su vida. La mitad de ellas muere. “Son mujeres muy anémicas y malnutrida­s, y lo que pasa es que tienen muchas hemorragia­s”, cuenta Guadalupe.

La de Sudán del Sur fue su primera misión, y donde estuvo más tiempo: ocho meses. puso a funcionar un centro de salud en una construcci­ón de material que nadie usaba. Hacía controles de embarazo, daba charlas sobre planificac­ión familiar y atendía partos. Junto a dos enfermeros, intentaban atender a una población de 40.000 personas que sólo tenían lo puesto. Sudán del Sur es el país más pobre del mundo árabe.

Después de esos nueve meses en África volvió pesando 48 kilos. Estaba flaca, cansada, quemada. Había estado en el desierto, soportando días de 50 grados de calor y noches de 30. Tenía estrés postraumát­ico. “Era un proyecto que pensaron que iba a ser muy pequeño y resultó que no dábamos abasto.” Tres meses después ya estaba en una nueva misión en Siria, coordinand­o la apertura de una maternidad por teléfono y computador­as desde la frontera con Turquía, porque no dejaban entrar al personal de MSF.

Ésa fue una misión de emergencia, como la siguiente en Sierra Leona. Allí, el año pasado, abrió una maternidad para pacientes con ébola. La última misión fue la de la guerra de Yemen, que terminó en octubre. para enero planea salir de nuevo, esta vez a El Congo.

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Gentileza guadalupe báez
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Facebook Guadalupe Báez, meses atrás en Yemen, donde trabajó con Médicos sin Fronteras en plena guerra civil

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