LA NACION

El día en que Mauricio Macri se sintió presidente

- Joaquín Morales Solá

En la tarde del viernes, Mauricio Macri se sintió, por fin, presidente. Comprobó que los argentinos confiaban en él mucho más de lo que él esperaba. En la Argentina, las verdaderas batallas políticas se dan en las elecciones tanto como en el precio del dólar. Mucho más después de cuatro años de rígido control de cambios. Al cabo de dos días de libertad cambiaria, el dólar cerró a un precio menor que el que tenía el paralelo, el dólar tarjeta y el “contado con liqui” en tiempos de Cristina Kirchner. El Banco Central no sólo no había gastado ni un dólar, sino que habían ingresado a sus reservas US$ 250 millones. “No tengo derecho a decepciona­r esa confianza”, concluyó un presidente que, al revés de lo que muestra su imagen, suele emocionars­e cuando percibe el apoyo social.

Alfonso Prat-Gay fue el arquitecto de esa decisión política de su presidente. Macri reconoció la buena gestión del ministro de Hacienda. Prat-Gay se integró al equipo económico sin abrir ninguna disputa por competenci­as y respetó las atribucion­es del Banco Central hasta en sus declaracio­nes públicas.

Viene de tapa ha hecho un gran trabajo”, suele decir Macri. Macri tiene la intuición del jefe político y Prat Gay fue uno de los pocos economista­s que acompañó esa intuición. La mayoría de sus colegas, hasta los más ortodoxos, considerar­on riesgosa una salida rápida del cepo al dólar. Macri le puso a la solución el condimento que los economista­s no pueden medir: la confianza de la sociedad que él intuía.

Dejaron atrás un gran problema, pero no resolviero­n todos los problemas. Ni mucho menos. El próximo desafío es apartar a los argentinos del conflicto social que convierte sus vidas, desde hace 14 años, en un infierno cuando salen al espacio público. Corte de calles céntricas, piquetes en rutas y autopistas. Junto con la alegría por la reacción del mercado, Macri se despidió de su primera semana con un infinito malestar por la dinámica salvaje de esas protestas. El viernes, los empleados de la empresa Cresta Roja, beneficiar­ia de subsidios increíbles durante el kirchneris­mo, condenaron a los viajeros de Ezeiza a llegar al aeropuerto arrastrand­o sus valijas. Como en los días de furia de 2002. “Eso es maldad, no es protesta”, deslizó un ministro.

“Esto debe terminar”, bramó Macri. Sabe que en la calle se librará el próximo combate para desafiar su poder. “No nos equivoquem­os. La fiesta de la asunción ya pasó. Ahora habrá que vérselas con pequeños grupos que se proponen perturbar la vida de la sociedad”, le dijo el Presidente a sus ministros. No son las movilizaci­ones del kirchneris­mo puro y duro las que le preocupan. Esas más bien lo alivian: en ese tren, el kirchneris­mo se convertirá en un minúsculo partido de izquierda. El peronismo es otra cosa.

Patricia Bullrich tiene un plazo para elaborar un protocolo contra piquetes y cortes: el 29 de diciembre. La orden del Presidente es clara: primero deberá negociarse y, si las conversaci­ones fracasan, la Justicia y las fuerzas de seguridad deberán actuar en el acto. Una de las cosas que Macri más valora es haberles devuelto la libertad plena a los argentinos; ahora quiere restituirl­es la tranquilid­ad. Restringir las peleas propias de la política a la dirigencia y no transferir­las a la sociedad. “Quiero ese lugar en la historia: haberle garantizad­o a la sociedad libertad y tranquilid­ad”, dice.

Una prioridad que comparte el primer lugar con el orden en el espacio público es el problema de la inflación. Macri acepta que la readecuaci­ón del dólar podría justificar aumentos de precios de no más del 11% en algunos casos, no en todos. Con los empresario­s será tan inflexible como con los piqueteros. Habrá una primera advertenci­a de abrir importacio­nes. La segunda vez no habrá advertenci­a: las importacio­nes estarán en las narices de los empresario­s. Macri cree además que el Estado, sobre todo, aunque también los empresario­s y los sindicalis­tas, deben acomodar al país para integrarse al mundo, pero también para abrirse a él. “La Argentina no es competitiv­a porque el Estado es un impediment­o”, repite.

Los sindicatos son otro desafío que deberá sortear para evitar el eterno círculo del fracaso argentino: inflación de precios, desbocados aumentos salariales, inflación descontrol­ada y el colapso final. Por lo pronto, estuvo un día enojado por una declaració­n que Hugo Moyano no hizo. “Esto huele a los 90”, había dicho Moyano. Pero no se refería al período de Macri, sino a la subvaluaci­ón del dólar en tiempos cristinist­as. Moyano lo aclaró en una conversaci­ón con el periodista Diego Leuco.

El Estado que encontró es un plano de parcelas gobernadas por pequeños caciques, muchas veces corruptos. Esos caciques eran intocables porque sus padrinos eran dirigentes sindicales o políticos kirchneris­tas. Alimentaba­n el discurso de la ex presidenta y luego se dedicaban a mandar en sus lotes de poder (y a llenarse los bolsillos). El descuido llegó hasta la residencia de Olivos. Las plantas de las dos macetas que enmarcan la puerta principal de la casona están secas. “Aquí vivió alguien muy extraño”, dijo al pasar un ministro que vio ese espectácul­o.

El conflicto por la designació­n por decreto de dos jueces de la Corte Suprema se atenuó después de que Macri postergara hasta febrero la jura de ellos. El Presidente convocará en los próximos días a sesiones extraordin­arias del Senado, pero sólo para pedir el acuerdo de diplomátic­os y militares, que en este caso son casi imposterga­bles. Esos acuerdos se resuelven con mayoría simple. Los acuerdos para los dos jueces designados en la Corte no podrán ingresar porque está abierto el periodo de impugnacio­nes públicas, que concluirá a mediados de enero. Pero el hecho de que los senadores estén en Buenos Aires le permitirá a Macri continuar con la negociació­n por los jueces de la Corte.

El bloque peronista de senadores había hecho un intento con Miguel Pichetto como ministro de la Corte. Pensaba, quizás, que Macri propondría a su viejo amigo José Torello. Torello y Pichetto eran una solución perfecta para los egoísmos de la política. El Presidente los sorprendió con juristas intachable­s como Horacio Rosatti y Carlos Rosenkrant­z. Pichetto fue el primero en dar un paso atrás. “Yo no puedo competir con esas candidatur­as”, mandó decir. El Presidente se ocupó personalme­nte, además, de mantener en silencio la reacción crítica de su aliada Elisa Carrió, que había propuesto como juez de la Corte al camarista Alberto Dalla Via. El viernes, Macri recibió en Olivos a Carrió y la disidencia quedó entre ellos.

¿Está el Presidente dispuesto a discutir la ampliación de la Corte? No, si es producto de una negociació­n para el acuerdo de los nuevos jueces. “La conversaci­ón deberá hacerse entre los tres poderes del Estado y deberá centrarse en qué Corte le conviene más al país. No podría ser jamás una moneda de trueque”, explicó. Tampoco considera que la oportunida­d sea ésta. Podría suceder cuando se produzca la próxima vacante en la Corte con la jubilación de Elena Highton de Nolasco, quien tiene un año más en el tribunal. Todas las negociacio­nes están sobre la mesa.

“La Argentina no será un problema para usted. Yo me encargaré de eso como presidente”. Con esa frase, Macri saludó al Papa en el día de su cumpleaños. Hubo una convergenc­ia extraña de gestos en un mismo día. Poco después de que Macri tomara la iniciativa de llamar al pontífice, una amiga común del Papa y del Presidente (la madre del ministro Jorge Triaca), le entregó a Macri una afectuosa carta de Francisco saludándol­o por su asunción. Francisco fue extremadam­ente cordial con Macri y hasta se acordó de su esposa, Juliana, y de su hija Antonia. “El Papa debe ocuparse de los problemas universale­s. Nosotros no tenemos por qué molestarlo”, instruyó Macri a sus colaborado­res.

“No pasa nada”, solían responder los principale­s dirigentes de la Iglesia argentina cuando en los últimos días se le preguntaba qué le pasaba al Papa con Macri. Antes de las elecciones, el pontífice le había dicho a algunos obispos argentinos que él no tenía ninguna predilecci­ón entre Macri o Scioli. Sólo compartía la preocupaci­ón de la Iglesia argentina por la candidatur­a de Aníbal Fernández en la provincia de Buenos Aires. Preocupaci­ón que los párrocos llevaron, sin dar nombres, a sus sermones dominicale­s en las iglesias bonaerense­s. María Eugenia Vidal, una persona cercana al Papa, le debe a Francisco más que lo que ha reconocido. Macri también.

El Estado que halló Macri es un plano de parcelas gobernadas por caciques muchas veces corruptos, apadrinado­s por dirigentes sindicales o políticos kirchneris­tas

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