LA NACION

La rutina. Hiperactiv­idad, alimentaci­ón estricta y seguridad combinada

Macri transformó la organizaci­ón diaria de la Casa Rosada para adaptarla a su esquema

- Mariana Verón

Mauricio Macri abandonó por estos días sus clases de pilates, que cumplía con rigor cada martes y jueves. Se lo ve activo pero cansado, consciente de que en apenas siete días ya empezó a consumir parte del capital político con el que arrancó.

En su primera semana en el poder, el Presidente intenta acomodarse al vertiginos­o ritmo de la gestión después del cimbronazo político que generó su decisión de nombrar por decreto a dos jueces para la Corte Suprema, que ahora dejó en suspenso, y de devaluar el peso, anuncio que quedó en manos de su ministro de Hacienda, Alfonso Prat-Gay, y que Macri vio desde su despacho por televisión. “Acepto las críticas, cada uno tiene derecho a opinar lo que quiera, pero lo hice dentro de lo que marca la Constituci­ón”, repite a los suyos ante la sorpresiva medida de apurar sin acuerdo del Senado la integració­n del máximo tribunal.

En esa vorágine diaria que les imprimió a sus primeros días en el cargo, se muestra más tranquilo ante el desenlace de su decisión de devaluar. Cree que el dólar quedó contenido pero siguió de cerca el movimiento cambiario con llamados diarios a Prat-Gay y Federico Sturzenegg­er. Para combatir el estrés, avisó a los suyos que no dejará la actividad física y ya recorrió el gimnasio de la quinta de Olivos, donde se instalará en febrero, para tratar de mantener algo de la vida que llevó hasta ahora. Su rutina arranca a las 8 con actos fuera de la Casa Rosada. A media mañana ya está en su despacho. De alimentaci­ón estricta, todos los días pidió lo mismo para almorzar: ensalada de palta y palmitos, que acompañó con Coca-Cola light. No corta al mediodía y se va al atardecer.

Llega sin leer los diarios. Tampoco lo hace más tarde. Su vocero, Iván Pavlosky, le envía una síntesis con los titulares, que Macri revisa en su teléfono. Si algo le interesa, pide que le manden más informació­n. El Presidente pasa largas horas en Balcarce 50. Es un intento por dar una imagen permanente de autoridad desde el centro del poder real. Sobre todo en estos días, en los que debió virar su estrategia con el tema Corte.

Su rutina transformó la dinámica del palacio de gobierno. Es común verlo pasar caminando rumbo a alguna oficina. Cuentan los históricos de la Rosada que no aguanta más de un rato en su propio despacho. Se mueve sin corte de funcionari­os ni de custodios, aunque eligió para su seguridad una combinació­n de Policía Federal y Metropolit­ana. A la cabeza quedó Alejandro Cecati, ex custodio de Daniel Scioli cuando estaba en la vicepresid­encia. El otro, de la fuerza creada en la Ciudad, es Alfredo “Freddy” Gallardo, que lo seguía en la campaña.

A sus hombres de confianza se los llevó bien cerca. Ese primer anillo del poder lo comanda el jefe de Gabinete, Marcos Peña, y los dos nuevos integrante­s de la mesa chica: los empresario­s Gustavo Lopetegui y Mario Quintana, que tienen línea directa con el Presidente. Acostumbra­dos a la dinámica empresaria­l, los dos abandonaro­n desde el primer día las oficinas que les habían destinado. A Lopetegui le tocó el espléndido despacho que usó Cristina Kirchner cuando era senadora y primera dama. Se cansó de tantas puertas y tomó para sí el Salón de las Mujeres, emblemátic­o de los actos de la ex presidenta, donde instaló escritorio­s y computador­as, sin tabiques ni separacion­es. Quiere una gestión horizontal. Por ahora, no volvieron las reuniones de gabinete, sino los cónclaves por separado con presentaci­ones de equipos de cada ministro (ver aparte). El lugar elegido para esas reuniones fue el Salón Eva Perón. “Me gusta que dé al histórico balcón”, lo escucharon entusiasma­rse al Presidente.

Bien cerca de Macri tiene su despacho Fernando De Andreis, el secretario general de la Presidenci­a, a quien le confió el Fútbol para Todos. Suele pasar con él el tiempo muerto entre reunión y reunión, para escaparse de la soledad del ceremonios­o despacho presidenci­al, donde todavía no está cómodo. Por ahora no hizo reformas, pero el personal de la Casa Rosada colocó tres calefones después de que en el primer día tuviera que darse una ducha fría por falta de agua caliente. Su antecesora jamás se bañó ahí. Como decoración propia, agregó fotos con su mujer, Juliana Awada, y su hija Antonia. En esas imágenes, Macri lleva puesta la banda presidenci­al.

Los otros dos funcionari­os de influencia quedaron en la planta baja. Son el ministro de Interior y Obras Públicas, Rogelio Frigerio, y el secretario legal y técnico, Pablo Clusellas, su amigo de la infancia. Otro hombre clave es Emilio Monzó, el presidente de la Cámara de Diputados. Esta semana se reunió varias veces con Macri ante la crisis abierta con los senadores y la oposición.

Con dormitorio itinerante, el Presidente pasa algunas noches en su departamen­to de la Avenida del Libertador y otras en Los Abrojos, la quinta de Malvinas Argentinas, adonde llega en helicópter­o. Se muestra austero. Para su viaje a Asunción, pasado mañana, eligió el Tango 10, una nave de la flota presidenci­al mucho menos ostentosa que el clásico 01.

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