LA NACION

Un espacio cultural que no dejó a nadie indiferent­e

- Maximilian­o Tomas Para LA NACION El autor es crítico literario y periodista

En 2004 recibí el llamado de un compañero de la escuela primaria al que no veía desde hacía dos décadas. Se había encontrado con un libro en el supermerca­do, se preguntó si el nombre que figuraba en la tapa sería efectivame­nte el de su viejo compañero, es decir el mío, se comunicó con la editorial y les pidió mi número de teléfono. Cuando finalmente nos volvimos a ver me contó que si bien hasta entonces no había sido su pasión, en los últimos meses y para superar una profunda crisis personal se había volcado de lleno a la lectura.

Leía, si mal no recuerdo, unas doce o catorce horas por día. Leía sin pausa, sin guía, sin método, todo lo que caía en sus manos, y así había llegado, por ejemplo, a la antología de cuentos clásicos que yo había publicado tiempo atrás. Esa suerte de nueva adicción por la lectura, que según él lo había salvado, le dio la idea que pensaba concretar poco tiempo después: poner su propia librería.

No tenía experienci­a. No conocía editores, escritores, distribuid­ores, libreros. Era una locura. Pero le dije que me parecía una buena idea. La librería se llamó Eterna Cadencia y abrió hace exactament­e diez años, el 20 de diciembre de 2005, en el corazón de Palermo. Recuerdo que la idea original era ofrecer una cuidada selección de la mejor literatura, rechazar, si no esconder, los best sellers. También exhibir mejor que en otros lados la poesía, la narrativa argentina y extranjera, los libros importados. De más está decir que no todo resultó tan sencillo como su fundador, Pablo Braun, esperaba. Pero a lo largo de una década Eterna Cadencia no sólo fue un espacio de calidez, buen gusto y bienvenida inmutabili­dad en un barrio que al tiempo que se encarecía se volvía más expulsivo y repulsivo: también fue lugar de encuentro de escritores, centro cultural, un infatigabl­e espacio de entrevista­s abiertas y presentaci­ones de libros.

Con el tiempo, Eterna Cadencia tuvo su propio sello editorial, abrió un blog que aún hoy sigue funcionand­o y se convirtió en la sede de las oficinas del Festival Internacio­nal de Literatura de Buenos Aires. Hay quienes gustan más o menos de sus libros (pero nadie podría relativiza­r los aciertos de su colección de ensayos o sus reedicione­s). Estamos los que en todo este tiempo hemos discutido acerca de los contenidos o la orientació­n que mostró el Filba. Pero no debe quedar lector, escritor, o editor porteño que, en la última década, no haya comprado un libro en Eterna Cadencia, conversado con sus libreros, compartido un café en el bar o en la terraza, leído algunas páginas en los sillones repartidos por el local, publicado o discutido en el espacio virtual de su blog.

Se dice que Eterna Cadencia se levantó en la casa donde funcionaba una imprenta, y que en la década del 60 ensayaban allí los miembros del Club del Clan. Hoy, esa librería que abrió con la idea de ofrecer sólo los mejores libros en Honduras al 5500 cumple diez años, y lo festeja con charlas y lecturas. Tal vez sea un buen día, para quienes no hayan ido nunca, de conocer uno de los espacios culturales clave de la última década.

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