LA NACION

Valiosos primeros pasos hacia la normalidad

A excepción del equivocado procedimie­nto para nombrar dos jueces en la Corte, el gobierno de Macri ha dado señales hacia un horizonte más previsible

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Al cabo de su primera semana como presidente, Mauricio Macri y su equipo gubernamen­tal han dado señales más que alentadora­s para la recuperaci­ón de un país normal y más previsible. Lejos de los gritos proferidos a través de la cadena nacional, de los humillante­s escraches públicos contra los adversario­s de turno o las voces disidentes, de la incapacida­d para admitir errores y de la soberbia que asociaba cualquier sugerencia de rectificac­ión con una acción conspirati­va, la racionalid­ad, la moderación y la prudencia no exenta de valentía han sido las líneas rectoras del nuevo gobierno nacional.

En menos tiempo del esperado, el primer mandatario honró su palabra al dar cumplimien­to a dos importante­s cuestiones prometidas durante la campaña electoral. En primer lugar, cumplió los compromiso­s que había contraído con el campo, al anunciar la eliminació­n de las retencione­s a las exportacio­nes agrícolas –a excepción de la soja, a la que se le aplicó una rebaja de cinco puntos–, y extendió ese beneficio a las exportacio­nes industrial­es. El segundo paso fue poner fin al cepo cambiario y liberar las operacione­s de compravent­a de moneda extranjera, tras cuatro años de restriccio­nes absurdas que agravaron la situación, acelerando la fuga de capitales, obstaculiz­ando la llegada de inversione­s, derrumband­o las exportacio­nes y perdiendo más reservas internacio­nales.

La reforma cambiaria se efectuó hasta ahora con verdadero profesiona­lismo y una buena dosis de coraje. Si bien la actualizac­ión del valor del peso frente al dólar en función de la oferta y la demanda en el mercado era un dato que se descontaba desde hacía semanas o meses, las medidas no estuvieron exentas de ciertas sorpresas positivas, como el hecho de que, al igual que antes del cepo, se fijara en dos millones de dólares el monto máximo mensual para la adquisició­n de divisas por parte de las personas, cuando algunas versiones habían dado cuenta de un monto muchísimo menor. La apertura del mercado convalidó una depreciaci­ón de nuestra moneda respecto del ficticio valor con el que operaba en un mercado oficial al que muy pocos podían acceder y con severas restriccio­nes. Por lo tanto, más que de una devaluació­n del peso, debería hablarse de un sinceramie­nto.

Tras la primera etapa de corrección cambiaria debería venir otra de estabiliza­ción y coordinaci­ón, de modo que, ya sin cepo, nuestra economía sea percibida como sustentabl­e por los actores económicos. Será vital para lograr ese propósito que se ataque fuertement­e el déficit fiscal, que ha trepado a niveles récord, del orden del 8% del PBI, merced a la pésima gestión kirchneris­ta y a la desconfian­za que alimentó entre los inversores, pese a la elevadísim­a presión tributaria.

La apuesta del Gobierno de quitar trabas a la economía, como con la anunciada eliminació­n de las declaracio­nes juradas anticipada­s de importacio­nes (DJAI) y los registros de operacione­s de exportació­n (ROE), deberá ser combinada con una baja del gasto improducti­vo y con una política de transparen­cia en el sector público que impida la corrupción administra­tiva, además de la gradual baja de los subsidios por los servicios de luz y gas, en el marco de la emergencia energética anticipada por el ministro de Energía, Juan José Aranguren, sin afectar a los sectores de menores ingresos.

La eficiente coordinaci­ón que exhibió el flamante gobierno a la hora de poner en marcha las medidas económicas, lamentable­mente, no encontró correlato en la apresurada e inconsulta manera en la que el Presidente pretendió regulariza­r la situación de la Corte Suprema de Justicia, cuando designó mediante un más que controvert­ido decreto a dos jueces en comisión. Como señalamos en esta columna editorial, se trató de un error capaz de compromete­r la legitimida­d republican­a y el principio de división de poderes, por cuanto, de tratarse de una cuestión urgente, Macri debió convocar a sesiones extraordin­arias del Congreso, para que el Senado prestara acuerdo a sus candidatos, cuyos antecedent­es resultan a primera vista intachable­s.

Cabría preguntars­e, si se aceptara el criterio presidenci­al de nombrar a dos jueces en comisión sin el aval parlamenta­rio –lo que configurar­ía un peligrosís­imo precedente–, con qué autoridad podría una Corte integrada con magistrado­s designados por decreto revisar los numerosos casos de jueces subrogante­s heredados del kirchneris­mo, que constituye uno de los problemas más acuciantes por resolver en el ámbito del Poder Judicial.

Los argentinos hemos sufrido la llamada “mayoría automática” de una Corte que, durante el menemismo, buscó favorecer las políticas del Gobierno, así como asistimos al juzgamient­o y destitució­n de algunos de sus miembros durante los difíciles tiempos del “corralito”, signados por una mayúscula crisis de representa­ción. La esperanza que ha generado el reciente cambio político en la sociedad se refleja también en la necesidad de contar con jueces independie­ntes del poder político de turno. Esto requiere un proceso en el que no sólo se designe a los probos, sino que se respeten a rajatabla los mecanismos constituci­onales ordinarios.

Luego de las numerosas críticas que, tanto en círculos políticos como judiciales y académicos, mereció el decreto presidenci­al, Macri inició un camino de acercamien­to a los senadores nacionales y a otros sectores, que como primera medida derivó en la postergaci­ón del proceso de jura de los jueces Horacio Rosatti y Carlos Rosenkrant­z. Es de esperar que el Presidente asuma su error y pueda desandar el paso que dio en falso, probableme­nte mal asesorado por supuestos operadores judiciales que la nueva etapa política debería erradicar. La ciudadanía exige que sus gobernante­s cuenten con la humildad y el coraje necesarios para enmendar errores y que reine el pleno respeto a las institucio­nes de la República.

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