LA NACION

Para Saja, el secreto de Racing es la unión del grupo

- Sebastián Saja. Textos: Damián Cáceres | Foto: Soledad Aznárez

El Cilindro no es el mismo que hace unas semanas. Sin actividad futbolísti­ca, el estadio de la Academia se encuentra en etapa de refaccione­s. Dentro y fuera del campo de juego. El área que da al sector de la tribuna local, donde se anida La Guardia Imperial, está en carne viva. Se apilan los panes de césped, a un costado y como si fueran un dominó, empiezan a darle vida y color al área grande. En el medio de las plateas del sector “A”, justo atrás de las viejas cabinas de radio, un vasto grupo de obreros levantan las hileras de butacas para ceder el espacio a lo que será un área vip. A un lado, el sector de prensa aún muestra vestigios de lo que fue el brutal ataque de los barras de Racing al grupo de dirigentes e hinchas (algunos caracteriz­ados, es verdad), de Independie­nte en el clásico que el equipo que dirigía Diego Cocca perdió ante el conjunto de Mauricio Pellegrino por la segunda final de la Liguilla pre-Libertador­es. En ese contexto, sale Sebastián Saja al campo de juego. Esta vez no para jugar ni para revolcarse en una práctica.

No es época de partidos. Igualmente, Saja tampoco podría atajar. Hace unos minutos terminó una sesión de rehabilita­ción en el codo izquierdo donde tuvo una cirugía programada, realizada el martes pasado, que no le impedirá arrancar la pretempora­da a la par del grupo. Allí cita a la nacion para hablar del próximo semestre, que todavía lo tendrá en Avellaneda. Allí, para hablar de su futuro como entrenador sin olvidar su pasado como pibe de las inferiores al que sólo le importaba jugar a la pelota y ganar, siempre ganar. Pero esa fue una actitud que fue madurando hasta reconocer hoy que, como en la vida, hay distintas maneras y caminos para encontrar el éxito. “Antes el fútbol era la vida o la muerte. Ganaba y estaba vivo. Perdía y estaba muerto una semana. Por suerte, eso cambió desde que llegaron mis tres hijos y cuando falleció mi mamá en 2006”, afirma Saja. –Hoy en día, ¿qué es lo más parecido a la felicidad para Sebastián Saja? –Compartir mucho tiempo útil con mis hijos y mi señora. Estar presente con mi familia. –¿Y como jugador de fútbol? –Como jugador de fútbol he aprendido a encontrar la felicidad día a día, a disfrutar de lo que hago, a valorar lo que hago más allá de los resultados. Para mí, hoy no me hace feliz ganar y me pone triste perder. Sino que para mí el ser feliz es poder venir a entrenar día a día. Hacer lo que me gusta al aire libre. Disfrutar cada momento. –Utilizaste la palabra “disfrutar”, ¿se puede disfrutar un fútbol con tantas presiones? –Sí, absolutame­nte. Más allá de que hay cosas de las que uno reniega, me siento un privilegia­do de ser un jugador profesiona­l, de poder vivir de lo que me gusta. –¿La economía tiene mucho que ver o no? Porque hoy tus hijos no pasan las privacione­s que vos tuviste de chico. –Claro que tiene que ver. Es doble la satisfacci­ón. Poder darle una calidad de vida a mis hijos a través del fútbol, asegurarle­s estudios, una obra social y más es un privilegio que me da esta profesión. –¿Cuál fue la enseñanza que más te marcó de tus viejos que vos querés inculcarle a tus hijos? –Mi vieja ya no está. Mi viejo, sí. Ellos me inculcaron el valor del sacrificio, que todo cuesta mucho, la paciencia, la perseveran­cia. Eso me lo dieron mis viejos y mi abuelo, que me llevaba a San Lorenzo desde Brandsen cuando no podían mis papás. –¿Te imaginabas en ese entonces, a los 14 o 15 años, como un jugador profesiona­l? –No, para nada. Yo sólo quería jugar a la pelota. Me divertía eso. No iba a San Lorenzo a entrenar pensando que podía se jugador de Primera. Eso creo que me quitó presión. Solo vivía el momento, la situación, el entrenamie­nto y el partido. No pensaba más allá de eso. Recién cuando me subieron a la reserva vi la posibilida­d de llegar a ser un jugador profesiona­l. –¿Te veías con otro trabajo? –No. Pasa que no me obsesionab­a el hecho de ser jugador profesiona­l y reconocido. Me gustaba la idea de jugar en un estadio de Primera, con el césped todo verde. En 1995, con el equipo campeón del Bambino Veira, jugaba contra la Primera porque al Bambino le gustaba que, en las prácticas de los miércoles o jueves, el equipo goleara a los más chicos. Yo estaba en séptima división e íbamos a hacer fútbol con los profesiona­les. Con 15 años fue la primera vez que pisé un estadio como en el Nuevo Gasómetro. –En ese equipo estaba Oscar Ruggeri como capitán y había nombres de mucho peso. ¿Les decían algo a ustedes, los chicos del club? –No, había mucha distancia. Nosotros hacíamos la práctica de fútbol y nos íbamos. Nosotros les teníamos mucho respeto. –Respeto y distancia, ¿cómo es la situación ahora cuando una división menor juega contra ustedes? –En Racing existe, pero creo que el respeto es muy importante y necesario, pero la distancia no tanto. Son dos cosas distintas. El respeto es un principio que tengo y debe existir siempre y en todos los órdenes de la vida, pero la distancia no es buena. Antes, en los planteles había mucha más distancia. Hoy, cuando sube un chico al plantel profesiona­l, vos desde el primer día sabés su nombre. No lo llamás por su apellido, sino por su nombre de pila. Cuando yo subí era “Saja” o “nene”. –¿Era para marcar el terreno? –Sí, claro. En esa época, los planteles estaban constituid­os por jugadores de mucha más experienci­a que jóvenes. Hoy, la ecuación es al revés: hay más jóvenes que jugadores de experienci­a. Por ahí te decían “arquero” o “arquerito”. –¿Te daba bronca? ¿Te sentías menospreci­ado? –Y… un poco sí. Estaba hacía un año y seguía siendo “arquerito”. –¿Y el pasaje de ser arquerito a Sebastián o Chino cuándo se dio?

–Cuando empecé a jugar en el año 2000. Después del partido con Vélez, cuando expulsan a Gustavo Campagnuol­o e ingreso desde el banco. Ahí me empezaron a mirar de otra manera.

–Encima atajaste muy bien… –Fue un debut que superó mis expectativ­as. Pero hasta ahí era duro. No era el único. Me juntaba con los más chicos, con Pipa Estévez, Walter Erviti, Pipi Romagnoli. Nos juntábamos en una mesa aparte.

–¿Hoy eso no pasa? –Por suerte eso ya no pasa y se ha diversific­ado. Uno tiene más afinidad con algunos compañeros y es lógico. Pero en la concentrac­ión tenemos dos mesas de diez personas y eso es bueno para compartir. Tenemos un lugar habitual y más o menos lo respetamos, pero no hay sillas con nombres. –¿La llegada de Milito te quitó presión? –Sí, me ayudó muchísimo, aunque sigo teniendo la misma responsabi­lidad de siempre. No es que porque le haya dado la cinta de capitán me haya desligado. Mi forma de ser es compromete­rme, pero Diego absorbió muchísimo. Como lo ayudó a [Gustavo] Bou a ser el goleador, a mí me ayudó mucho en lo que es armado de grupo, relación con la comisión directiva. En un momento, había veces en las que iba yo solo a hablar con los dirigentes.

–¿Qué es el trabajo de grupo? –Es el trabajo silencioso que no se ve, pero que es fundamenta­l. Eso no significa que un mal grupo no gane torneos porque sabemos que no es así. Pero tenemos un gran equipo respaldado en una gran convivenci­a. Lo que quiero decir es que si no fuéramos unidos, seríamos un equipo normal y común. No tenemos un equipo de súper estrellas sino de jugadores comprometi­dos. Tenemos a Milito, que la humildad es lo que lo define; tenemos un N° 2 como Luciano Lollo, que tiene nivel europeo. Es el típico jugador para equipo grande. Sabemos que Racing no es fácil. Cuando estaba en Belgrano ¿cuántos pensaban que iba a ser el central de nivel europeo que vemos en cada partido?. Y así en cada línea, tenemos jugadores que tienen mucha hambre de gloria.

Con Diego Milito comparten la mesa en la concentrac­ión. Comparten la cinta de capitán. Cuando no está uno, por lesión o suspensión, el otro asume el liderazgo. La llegada de uno potenció al otro y viceversa. Se buscan y sienten empatía en la vida más allá del fútbol. Tal es así que en los próximos días vivirán muy cerca. Como para fortalecer aún más el vínculo que ya tienen sus hijos Mateo y Lautaro, que juegan en las infantiles de la Academia. –Mirando las fotos de los post partidos se da una situación: estás normalment­e al lado de Diego Milito. ¿Se buscan o es una casualidad? –(otra vez risas) Pasamos mucho tiempo juntos, tenemos muchísimas cosas en común. Nos llevamos una semana de diferencia, nuestros hijos tienen la misma edad y juegan juntos. Compartimo­s cosas del fútbol y de la vida casi desde una misma óptica. Nos conocemos desde mucho antes, de cuando yo jugaba con Gabriel (hermano de Diego) en los juveniles. –Épocas en las que el Milito más conocido era el defensor de Independie­nte… –Claro, jugué en las juveniles con Gabriel y conocí a su familia y a Diego a través de Gabriel. Y después nos conocimos más en una gira con la selección que armó Marcelo Bielsa con la selección en 2003, con jugadores del fútbol local. Y ahí ya hicimos una buena relación que no llegó al rótulo de amistad, pero acá en Racing el vínculo se hizo muy fuerte. –¿Qué tiene que pasar para que Sebastián Saja defina como amigo a alguien? –Compartir momentos por fuera de lo que es el fútbol. Cuando le abro las puertas de mi casa o esa persona me abre las puertas de su casa. Ahí cambia la relación y pasa a otra instancia. En mi caso, mi casa es sagrada y trato de reservarla y cuido mucho la intimidad.

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Saja se ilusiona con la llegada de Sava como DT: “Tiene un estilo ofensivo; por ahí sufriré un poco más en defensa
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n defensa, tendré un poco más de trabajo”, analiza el arquero

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