LA NACION

El día en que Messi y Neymar se desafiaron

Hoy compañeros, tiempo atrás se cruzaron en la finalísima de 2011: Leo dio una clase y el brasileño aprendió la lección

- Alberto Cantore

YOKOHAMA.–Compañeros y compinches, hubo un día en que Messi y Neymar se desafiaron. No fue hace mucho tiempo, apenas cuatro años atrás, cuando Leo ya ostentaba el cetro del mejor del mundo y la nueva estrella brasileña quería disputarle el título. Eran tiempos en que al joven paulista se lo asociaba con Real Madrid, por lo que el duelo se presentaba como un apéndice de la rivalidad entre catalanes y madrilista­s. También la competenci­a era entre las dos marcas deportivas más importante­s del planeta, las que jugaban sus cartas y promociona­ban el encuentro. El estadio Internacio­nal, el mismo escenario del partido de hoy entre Barcelona y River, fue la sede de aquel cotejo que tuvo a Messi como amplio ganador en el 4-0 ante Santos. Del golpe, Neymar tuvo un aprendizaj­e y también una recompensa: meses después sería presentado como un engranaje más de esa estructura que deleita a los espectador­es con su fútbol imperial. De aquella experienci­a a este presente en el que las lesiones y las dolencias tienen en vilo a River, que se prepara para medirse con los mejores, pero que por dentro sentiría alivio si la pareja de malabarist­as del balón observa el partido desde un costado.

Como para que no quedaran dudas de quien era el que marcaba el paso, Messi se presentó para abrir la cuenta de una goleada histórica, ya que el 4-0 resulta la diferencia más abultada en una final en el Mundial de Clubes. También fue el que cerró el marcador de un encuentro que se definió en el primer tiempo, cuando después del tanto de apertura –definición de zurda por encima de la salida de Rafael y ante el desesperad­o cierre de Bruno Rodrito, que ensayó una chilena para despejar sobre la línea–, se le sumaron otras dos conquistas que tuvieron el sello distintivo de Barcelona: las combinacio­nes expusieron posesión, precisión, velocidad, y Xavi Hernández y Cesc Fábregas –quienes ya no son parte del equipo– estiraron la diferencia del formidable equipo que conducía Josep Guardiola, antes de marcharse a los vestuarios a reponer energías y buscar las fórmulas para ser más vistoso, como si quedara margen para ese punto.

Aquella tarde, Barcelona presentó a nueve jugadores de la cantera en su alineación y ningún delantero que hiciera las veces de referencia. Con Messi y Cesc Fábregas como los más adelantado­s, la decisión de Guardiola de juntar apellidos en la zona de creación tenía dos lecturas: adueñarse del balón para que Santos, que además de Neymar sus filas, confiaban en su socio Ganso, no lo lastimara. La táctica, además, le permitió encerrar a quien dos años más tarde se convertirí­a en uno de los engranajes de un ataque que se regala páginas de ensueño con sus marcas demoledora­s.

“Quizás no nos demos cuenta de lo que significa todo lo que estamos consiguien­do. No es la primera vez que jugamos así de bien, pero al ser una final contra Santos quizás se destaque más. La realidad es que el equipo está acostumbra­do a hacer esto. La idea es tener siempre el balón, sea cual sea el rival. Y con estos jugadores es muy fácil conseguirl­o”, apuntaba Messi, después de la victoria, de un score que se selló con otra definición que llevó el ADN suyo: entró al área por el centro y ante el achique de Rafael Cabral realizó un regate, sobre la izquierda, para empujar la pelota con el arco vacío.

Del otro lado, vestido completame­nte de blanco, como lucía el Santos de pelé, Neymar, que con sus declaracio­nes primero intentó mostrarse con liderazgo, tras la cachetada aceptó la superiorid­ad de Barcelona y no escatimó elogios para con los catalanes. Durante el partido, tampoco disimuló su admiración por Messi, a quien saludó con un apretón de manos cargado de efusividad. “Es un partido que puede cambiar la historia del fútbol. El más importante de mi carrera, para mí y para mis compañeros. puyol es mi favorito, lo conozco de la playStatio­n, le pediré la camiseta después del partido”, era alguno de los comentario­s que ensayaba Neymar, tomando una trascenden­cia que más tarde no repetiría en el desarrollo.

Sin espacio para las polémicas, el 4-0 devastó a todo Santos, pero particular­mente a la estrella, que lució apagada y nunca pudo alumbrar a los suyos. “Barcelona nos enseñó lo que es jugar al fútbol. Es una máquina. Fue superior y tiene jugadores fantástico­s. Conseguimo­s ser el segundo mejor equipo del mundo y eso para nosotros es como ser vencedores. A veces, para ganar, antes se debe perder”, relataba Neymar, que a esa altura estaba rendido, casi de rodillas ante quienes lo cobijarían en su nueva casa y frente a Messi, que lo adoptó como espada futbolísti­ca y también le brindó su amistad.

Con Messi y Xavi Hernández en la última foto en la entrega de premios –Leo se llevó el de goleador y mejor jugador del torneo–, Neymar se marchó con la ilusión de ser parte de esa artesanal formación que deslumbra a todos. Entendió que junto a Leo sería más fácil que lidiar en contra suyo. Ser el socio, después de todo, no resultaría un mal negocio futbolísti­co –los títulos se acumularía­n en las vitrinas– y tampoco económico. La conexión entre los dos cracks se terminó de solidifica­r en los asados que tienen como maestro de ceremonias a Mascherano. Según palabras de Neymar, esas comidas son el secreto para que en el conjunto catalán las estrellas iluminen todas juntas. Cuatro años más tarde, ambos buscarán una nueva corona, con el recuerdo de aquel partido en el que Messi&Co terminó de seducir a Ney.

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