LA NACION

Un plácido desierto de sábanas blancas

- Por Víctor Hugo Ghitta Twitter: @VictorGhit­ta

Me pareció una tontería, el atajo de quien no tiene un tema frente a sí, pero esta mañana me decidí a escribir sobre ella: mi cama. estuve buscándola durante diez años, y en ese tiempo dormí tendido en un colchón en el piso, hasta que cierta tarde la descubrí en una vidriera. era una cama no especialme­nte económica, de modo que transcurri­eron unos cuantos meses hasta que la hice mía; regresé a ella una y otra vez, dejándome seducir por sus formas, su elegancia y una infrecuent­e autoridad física: tiene, para decirlo con el lenguaje de los críticos de teatro, presencia escénica. me convenció un amigo de comprarla con un razonamien­to sencillo: pasamos un tercio de nuestras vidas en ella. en ciertos casos, sucede allí el milagro del alumbramie­nto; otras veces, es el escenario del instante en que alcanzamos el reposo final.

es extensa la lista de las cosas que ocurren en la cama. Soñamos en ella, hacemos el amor, comemos o, simplement­e, arrebujado­s entre las mantas, especialme­nte en invierno, en ella buscamos cobijo o descanso de las hostilidad­es del mundo y de nuestros demonios interiores.

mozart –según el retrato que hizo de él milos Forman en Amadeus– compuso en la cama su Réquiem. entre los artistas, tantas veces dados a la pereza, escribiero­n en la cama marcel Proust (el tan estudiado comienzo de en busca del tiempo

perdido en cierto modo le rinde homenaje), Truman capote y Vladimir nabokov, entre tantos, aunque el caso más famoso es el de Juan carlos onetti, quien hacia el final de su vida decidió llevar sus desolacion­es a la cama hasta que lo alcanzase la muerte. Tendido en ella, el autor de El

astillero y Juntacadáv­eres escribió muchos pasajes de su obra. en la cama de su piso madrileño, rodeado de novelas policiales, onetti leía, escribía, fumaba, bebía whisky, recibía amigos y, muy ocasionalm­ente, concedía entrevista­s.

en 1969, en plena guerra de Vietnam, en un lapso de quince días John Lennon y Yoko ono celebraron dos bed-in como una manera de reclamar la paz en el mundo. Lennon sabía que esa escena, que iba a ser parte de la luna de miel de la pareja, sería capturada por una nube de fotógrafos cuyas imágenes se encargaría­n de transporta­r el mensaje antibelici­sta a los rincones más remotos del planeta. el primero de esos encuentros sucedió en la suite presidenci­al de un hotel en Amsterdam y quedó registrado en el documental Bed

Peace; pocos días después, las cámaras debieron trasladars­e a montreal.

cuentan que Winston churchill trazó parte de la estretegia que desplegaro­n los aliados en la Segunda guerra mundial en la cama; un modelo de ese mueble lleva su nombre, como a otro se le impuso el de Luis XiV, de quien los historiado­res de menudencia­s dicen que tenía más de cuatrocien­tas en su Palacio de Versalles. La lista sigue.

La historia no escrita de la cama es inevitable­mente imprecisa. Los hombres antiguos durmieron tendidos en el piso sobre un colchón de hojas, paja o cuero de animal. en algún momento la cama se eleva unos pocos centímetro­s del suelo, no sabemos si para evitar la amenaza de alimañas (protección que más adelante reforzarán los tules de la cama con dosel) o como señal de prestigio. en las culturas antiguas y en el mundo de los grandes señores, la cama va consolidán­dose como mobiliario de lujo; entre persas, griegos y etruscos aparecen muebles enchapados en marfil, carey y metales preciosos. el hombre común deberá esperar tiempos mejores y aguardará hasta el siglo XViii para que nazca como espacio el dormitorio; hasta entonces, el camastro en que se tiende durante la noche está a un costado de la sala; apenas amenece, sirve como diván.

matías rivas, editor chileno, lo resume de esta bella manera: “Si tuviera que determinar a qué obedece esa pulsión por habitar mi cama, creo que la respuesta más certera sería: por melancolía. La cama es un refugio, un nido y un nicho. Quedarse en cama sirve para protegerse del frío, de la resolana o de cualquier pretexto climático que nos afecte. obviamente, también para soslayar a los demás. es una manera de inclinarse por el aburrimien­to y la vida mental, en vez de la acción y el tráfago. como no tengo la premura histérica de llenar el tiempo, ni creo en que valga la pena molestarse en ello, prefiero la posición horizontal, el desierto de sábanas blancas que nos devuelve a la soledad y nos obliga a recogernos y recordar”.

En ella buscamos cobijo o descanso de las hostilidad­es del mundo y de nuestros

demonios interiores

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Manuscrito
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