LA NACION

Pobreza: la discusión sobre el termómetro

- Walter Sosa Escudero PARA LA NACION Profesor de la Universida­d de San Andrés e investigad­or principal del Conicet

Imagínese el lector que a altas horas de la madrugada llama al médico de emergencia para que revise a su hijo con fiebre y, en vez de diagnóstic­os y posibles remedios, la discusión con el galeno gira exclusivam­ente en torno a si es mejor un termómetro de mercurio o uno digital. Algo similar ha ocurrido los últimos años en Argentina, donde la cuestión de la medición de la pobreza ha ocupado un lugar predominan­te en la agenda política y económica, dejando a un lado la verdadera discusión de fondo: cómo combatirla.

Lapobrezae­sunfenómen­ocomplejo y como tal no existe ninguna forma de medirla que esté libre de controvers­ia. Consecuent­emente, la discusión relevante no es si una medida de pobreza es mala (toda medida lo es), como se debatió este año, sino si es útil. ¿Útil para qué? Para el monitoreo de la salud de la sociedad y para consensuar políticas destinadas a mejorar el bienestar de los pobres.

En primer lugar, una buena medida debe reflejar fielmente la situación de privación que enfrentan los pobres. Una parte sustancial de la discusión del año que termina se refirió a las notorias discrepanc­ias acerca de la cantidad de pobres en Argentina, cuyo rango va del magro 5% que reflejan las cifras oficiales al 27% de la Universida­d Católica Argentina.

A la luz de las enormes dificultad­es en acordar qué es la pobreza y cómo medirla, la única forma de zanjar estas discrepanc­ias es a través de un acuerdo metodológi­co sobre una única medida, que posiblemen­te no pueda determinar con precisión cuántos pobres hay, pero que sirva para monitorear si la pobreza sube o baja. A la larga, la principal discusión sobre la pobreza en Argentina no es si hay un 15%, 20% o 25% de pobres, sino si la anterior gestión logró revertir las cifras de fines de los años 90.

En segundo lugar, una medida de pobreza debería no sólo reflejar apropiadam­ente la cantidad de pobres, sino también su evolución temporal, para permitir comparacio­nes geográfica­s sensatas. El ex jefe de Gabinete Aníbal Fernández intentó este año comparar el 5% de pobres de los datos oficiales con el 8,7% de Alemania, cuando a la luz de las enormes discrepanc­ias metodológi­cas se trata de una comparació­n de peras con manzanas.

Otro requisito es poder focalizar en ciertos grupos. La Encuesta Permanente de Hogares –quizá la principal fuente de informació­n sobre el bienestar de los argentinos– es una encuesta general que apunta a reflejar la situación de regiones relativame­nte grandes, pero es ineficaz para estudiar la realidad de grupos específico­s, como las familias que viven en asentamien­tos precarios o las que reciben la Asignación Universal por Hijo (AUH).

Finalmente, una buena medida debeserfác­ilmentecom­unicable.El espacio considerab­le que ocupó la medición de la pobreza en la agenda pública de los últimos tiempos sugiere que es importante mantener la discusión ajena a tecnicismo­s innecesari­os que dejen al público general como un mero espectador.

Pero más allá de estas considerac­iones, el principal desafío de la próxima gestión es que la medición de la pobreza complement­e (y jamás sustituya) el verdadero problema social: el de combatirla y monitorear la eficacia de las políticas destinadas al bienestar de los que menos tienen. No sea cosa que la discusión sobre el termómetro se devore a la de la fiebre, sus causas y posibles medidas remedios.

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