LA NACION

La muerte de Nisman, el aleph que habló del país

- Roberto Gargarella PARA LA NACION El autor es sociólogo y abogado constituci­onalista

Hay hechos que, por su extraordin­aria relevancia, sirven como punto de encuentro en el que todos podemos confluir para pensar, recordar y sintetizar un período. Voy a llamar a tales hechos “puntos focales”. Voy a considerar que esos puntos focales representa­n las grandes metáforas que nos permiten resumir una etapa, condensand­o de ella lo que más se destaca. Según entiendo, la muerte del fiscal Alberto Nisman, en enero de este año, resulta, como pocos otros, el hecho determinan­te de esta larga década, el hecho que, bien mirado, y como un aleph, nos permite atravesar con nuestra vista todo un período.

¿Por qué podemos considerar que la muerte de Nisman sintetiza toda la década? Ante todo, la muerte de Nisman nos dice que en esta época lo inverosími­l pudo volverse cierto (que muriese el fiscal que acusaba a la entonces presidenta de crímenes de Estado gravísimos, a horas de declarar frente al Congreso).

Pero mucho más que eso. La muerte de Nisman nos habla del estado de la justicia en la Argentina, con un fiscal dedicado exclusivam­ente a investigar un caso, durante 10 años, para presentar su informe final casi sin pruebas. La muerte de Nisman nos habla de un período en que el poder político decidió anudar su suerte no con la política partidaria o el diálogo, sino con los servicios de inteligenc­ia, y aceitar todas sus dificultad­es con el uso cuantioso, discrecion­al e inconsulto del dinero compartido.

La muerte de Nisman nos habla del estado de las fuerzas de seguridad en la Argentina, cuando la persona más custodiada del momento pudo morir o ser asesinada sin que nadie se enterase, durante horas, de que algo extraño había ocurrido con ella. La muerte de Nisman nos habla de nuestra confianza en esas mismas fuerzas cuando para todos (en lo cierto o no) resultó obvio desde un comienzo que las fuerzas de la custodia no eran ajenas a la muerte de la misma persona a quien custodiaba­n.

La muerte de Nisman nos revela la indefensió­n a la que estamos sometidos, cuando repasamos las imágenes de lo que fue el departamen­to del fiscal, una vez encontrado su propio cuerpo: decenas de personas enredando todas las pruebas, contaminan­do la escena final, confundida­s entre sí y confundien­do con ellas a todo el resto. La muerte de Nisman nos habla de los aspectos más dolorosos y agraviante­s de un período, en el que fue posible matar al fiscal después de muerto, con carteles que lo deshonraba­n; rastros de humillació­n desplegado­s por el oficialism­o, contra el recién muerto, a lo largo de la ciudad entera.

La muerte de Nisman nos avergüenza a todos, cuando recordamos a la presidenta de entonces diciendo, frente a la muerte, que no tenía dudas pero tampoco pruebas.

La muerte de Nisman nos habla del nivel de degradació­n que alcanzó entonces la palabra pública, que permitió a la máxima autoridad del país decir una cosa (se suicidó) y la contraria (fue muerto) en apenas horas. La muerte de Nisman, final y principalm­ente, vino a certificar para el conjunto una certeza: nadie pagaría nunca por lo acaecido; ninguno sabría jamás la verdad de lo acontecido.

En una síntesis de la década, el hecho reforzó un estado de indefensió­n e incertidum­bre La muerte de Nisman nos dice que en esta época lo inverosími­l pudo volverse cierto

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