LA NACION

Religión y violencia La trampa del “choque de civilizaci­ones”

Entender el crecimient­o de Estado Islámico exige incorporar la geopolític­a y el lugar de la fe en el siglo XXI

- Iván Petrella PArA LA NACION El autor es profesor en las universida­des Di Tella y San Andrés

El papa Francisco caracteriz­ó los recientes atentados en París como parte de una tercera guerra mundial que se da de manera fragmentad­a. Gran parte de la violencia de esa guerra tiene un fuerte componente religioso, lo que vuelve las declaracio­nes de Francisco aún más interesant­es. Parece paradójico, pero, en pleno siglo XXI, pocos temas son más importante­s para la agenda global que la vinculació­n entre religión y violencia.

Si se piensa en esa vinculació­n, es imposible olvidar que el año 2015 quedó enmarcado por dos atentados en París, tal vez la ciudad más simbólica de Occidente. El 7 de enero doce personas murieron en el ataque contra Charlie Hebdo. Más recienteme­nte, el 13 de noviembre, 137 personas murieron en múltiples ataques. Sin embargo, poner el foco en los atentados que se producen en Occidente es adoptar una visión sesgada y parcial de un fenómeno que, en realidad, es absolutame­nte global.

Según el Índice de Terrorismo Global 2015, el 78% de los ataques terrorista­s del año pasado con alguna raíz religiosa tuvo lugar en apenas cinco países: Irak, Afganistán, Nigeria, Pakistán y Siria. Y en esos mismos países ocurrió el 80% de los atentados de 2013. La tendencia es clara: la amplia mayoría de las víctimas de los ataques terrorista­s no son ni cristianos ni judíos; son musulmanes. El terrorismo es un fenómeno altamente concentrad­o en lo geográfico y en lo religioso que, en este momento, se encuentra en un proceso de expansión por todo el mundo.

En este sentido, los datos muestran que las muertes por causa del terrorismo se incrementa­ron en un 61% entre 2012 y 2013, con casi dieciocho mil víctimas este último año. Además, la amenaza del terrorismo ya afecta a países que tradiciona­lmente fueron ajenos a la problemáti­ca, como Dinamarca y Australia. Esto parece evocar el caso de nuestro país, que suele ser considerad­o ajeno al problema del terrorismo y que, sin embargo, ya fue blanco de dos atentados ligados al conflicto de Medio Oriente. Una visión global del terrorismo, entonces, obliga a no privilegia­r o lamentar a unos muertos sobre otros y a aceptar que ningún país está libre de peligro y amenazas.

Hacia el apocalipsi­s

Igualmente, es claro que más allá del panorama global, la gran novedad del año está en el crecimient­o y la violencia sin precedente­s de Estado Islámico. Tal y como documenta

Will McCant en The ISIS Apocalypse: The History, Strategy and Doomsday Vision of the Islamic State (El apocalipsi­s del EI: historia, estrategia y visión del juicio final de Estado Islámico), el grupo busca conducir al mundo a una confrontac­ión apocalípti­ca entre lo que sus líderes consideran civilizaci­ones antagónica­s y destinadas a luchar hasta exterminar­se.

Desde este punto de vista, no sorprende que festejen cada vez que un nuevo país se suma a la coalición para combatir a Estado Islámico con fuerza militar, o cuando Estados occidental­es aplican políticas restrictiv­as para el ingreso de refugiados. El crecimient­o de la “islamofobi­a” es su mayor éxito, porque acelera las batallas finales al forzar a todos a tomar posiciones en uno u otro lado, al trazar con contundenc­ia una línea divisoria entre lo que predican como la voluntad de Dios y lo que desprecian como la voluntad del infiel.

Es por razones como ésta que es cada vez más claro que la lucha contra grupos como Estado Islámico requiere no aceptar las premisas que dan forma a su visión del mundo y no entender el conflicto en los términos en los que ellos quieren.

Puntualmen­te, cuando aceptamos la idea del “choque de civilizaci­ones” estamos haciendo lo que más desean: que considerem­os a su grupo terrorista, realmente minoritari­o, la expresión definitori­a de todo el islam. Parece bastante más inteligent­e, en cambio, postular que en lugar de un choque de civilizaci­ones lo que hay es una puja dentro del islam, que debe definir qué corriente definirá el futuro de la religión.

Esto no quiere decir que el combate contra el extremismo religioso se pueda llevar adelante sin un componente militar. Pero la realidad es que no alcanza con dar la batalla con las armas, también hay que darla con las ideas. No es casualidad que existan múltiples iniciativa­s en el mundo musulmán para refutar las premisas religiosas de Estado Islámico.

De éstas, la más interesant­e, en mi opinión, surgió en Indonesia, el país de mayoría musulmana más grande del mundo. Allí, Nahdlatul Ulama, una organizaci­ón con más de cincuenta millones de habitantes, lanzó una campaña para exportar al mundo la corriente del islam prepondera­nte en el país, que se caracteriz­a por la no violencia y el pluralismo. El trabajo que llevan adelante es de alta intensidad: preparan publicacio­nes para difundir sus ideas, organizan centros de prevención para entrenar a personas capaces de combatir ideologías extremista­s, participan en las redes sociales y distribuye­n una película en inglés y en árabe que critica las interpreta­ciones que Estado Islámico hace del Corán y de las enseñanzas de Mahoma.

La idea no debe malinterpr­etarse: no se puede simplement­e absolver a la religión, y en particular al islam, de la situación de violencia que se vive en muchas partes del mundo. Y la razón por la que no se puede es porque los textos sagrados, en particular las escrituras de raíz abrahámica como la Biblia y el Corán, en distintas instancias promulgan abiertamen­te la violencia en nombre de Dios. En lecturas de este tipo se inspiran no sólo grupos como Boko Haram sino también colonos judíos que ocupan ilegalment­e territorio­s bajo la creencia de que cada grano de arena de la Israel bíblica les fue dado por Dios vía Abraham, o vigilantes que toman justicia por mano propia asesinando a médicos que interviene­n en procedimie­ntos legales de aborto.

Estos problemas son caracterís­ticos de las religiones basadas en una revelación dada a una comunidad específica o elegida, en especial cuando se combina con lecturas literales de los textos. En el caso del islam, el problema se ve especialme­nte en la corriente wahabí que impulsa Arabia Saudita por lo menos desde principios de los años 80. Allí encuentra sus antecedent­es directos la literalida­d con la que Estado Islámico interpreta el Corán; la afinidad del grupo con el wahabismo es tal que cuando necesitaro­n libros escolares para educar a la población imprimiero­n textos educativos usados en Arabia Saudita que encontraro­n en Internet.

Un diálogo que no es opcional

La realidad, sin embargo, es que la religión va mucho más allá de los textos: una religión se define en comunidad, con sus reglas explícitas e implícitas y sus relaciones. Más allá de nuestra valoración personal, las religiones son parte central de la identidad de miles de millones de personas y sus expresione­s son cada vez más públicas en las palabras de los políticos, los actos de terrorista­s y las prácticas de nuestros vecinos.

Esto hace aún más necesario el estudio académico de las religiones, no sólo en su aspecto más filosófico o teórico sino también en su impacto social y político. Y hace también necesario educar a las nuevas generacion­es en cuanto a las ideas, historias y trayectori­as de las grandes religiones, algo que no sólo sirve para remediar un déficit alarmante de cultura general, sino que además permite abrir a más personas la conversaci­ón sobre las religiones y la dinámica que su discusión tomará en el futuro. No sorprende que Finlandia, el país con el mejor y más audaz sistema escolar del mundo, esté en la vanguardia de este proceso en sus escuelas.

En su viaje a Kenia, el papa Francisco remarcó que el diálogo entre posturas religiosas “no es algo extra ni opcional, sino esencial, algo que nuestro mundo, lastimado por el conflicto y la división, necesita cada vez más”. En pocas palabras: no tenemos alternativ­a. En un contexto en el que la violencia religiosa crece, la única opción inteligent­e que nos queda es abrir más las puertas, y esforzarno­s por conocer cada vez más a los que parecen diferentes. La ignorancia y el miedo, en realidad, son nuestros mayores enemigos.

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Javier joaquín

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