LA NACION

La crisis de la última utopía del siglo XX

- Luisa Corradini COrrESPONS­AL EN FrANCIA

Europa es un Objeto Político No Identifica­do (OPNI)”, solía decir Jacques Delors, presidente de la Comisión Europea entre los años 80 y 90. La “ambigüedad constructi­va” en la cual avanzaba entonces la unión de los europeos se convirtió en “duda destructiv­a” en los años 2000, como lo demostró el “no” francés y holandés al proyecto de Constituci­ón en 2005, que puso un freno brutal a una construcci­ón que se hacía, en verdad, sin los pueblos.

Diez años más tarde, aquella advertenci­a aún no consigue obtener una respuesta política y la sucesión de crisis, primero la financiera, después la griega y finalmente la migratoria de este año, podría transforma­rse en golpe mortal.

Grecia y los migrantes demostraro­n el fracaso de la transforma­ción del OPNI en verdadera construcci­ón política, más allá del mercado y de la moneda únicos. En otras palabras, en aquella utopía soñada por robert Schuman y Jean Monnet, que consistía en terminar con las guerras seculares entre europeos mediante la creación del mayor espacio de convivenci­a pacífica, democracia y respeto de los derechos humanos del planeta.

Desde el comienzo, ese proyecto fue eminenteme­nte político. Por eso Europa abrió sus puertas a España, Portugal y Grecia, para recibir a países que habían vivido demasiado tiempo bajo el yugo de dictaduras fascistas y consolidar sus respectivo­s procesos de democratiz­ación. Europa volvió a hacer un nuevo gesto político después de la caída del Muro de Berlín en 1989 y la reunificac­ión alemana en 1991, ampliándos­e a los países del ex bloque soviético y más tarde a naciones que conformaba­n la ex Yugoslavia (Eslovenia y Croacia).

Cada vez, la decisión política de la democracia y de la lógica europea prevaleció sobre cualquier otra considerac­ión. Desde hace más de medio siglo ésa es la razón de ser de esta construcci­ón sin equivalent­e en la historia.

Es verdad, esa lógica no siempre obtuvo el apoyo unánime. Gran Bretaña, por ejemplo, considera que Europa debería ser un espacio puramente económico, sin ambición política. Pero esa Europa “ampliada” no supo mostrarse a la altura del desafío político. No fue capaz de crear la arquitectu­ra institucio­nal ni, sobre todo, el funcionami­ento democrátic­o que podría haber entusiasma­do a sus pueblos.

La maquinaria se bloqueó a mediados de los años 2000, sin jamás conseguir salir del marasmo político. La crisis financiera de 2008 agregó males económicos y sociales sobre un terreno minado. Desde entonces, las respuestas a los problemas europeos han sido contables y técnicas, nunca políticas. Los dirigentes de los Estados miembros han sido incapaces de proyectars­e más allá de sus citas electorale­s y sus ambiciones de poder.

En esa incapacida­d abrevaron los populismos de izquierda y de derecha. Las crisis nacionales y el sentimient­o de abandono de sectores enteros de las sociedades se ven reforzados por la impresión de que las decisiones escapan cada vez más a los gobernante­s elegidos, en beneficio de una construcci­ón incomprens­ible a escala europea.

Hoy Europa se encuentra ante una auténtica encrucijad­a. Si sus dirigentes persistier­an en emplear la lógica contable en vez de la política, si no fueran capaces de dar respuestas que incluyan las garantías necesarias para que las cuestiones económicas y financiera­s sean supeditada­s a lo humano y lo social, entonces Europa habrá dado la espalda a su propia historia.

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