Lo político es visual Imágenes para una era
A nivel global, fotografías e ilustraciones encarnaron lo más urgente de la discusión pública del año que pasó
Somos la humanidad puro ojo, pulso frenético sobre el teclado, danza del “me gusta”, “retuit”, “comparto”. Más que espectáculo, lo nuestro es la bulimia visual: imágenes veloces, cambiantes, de registro más o menos serio, quizás irónico, por lo general endogámico. Pero a veces sucede que una imagen se desmarca. algo en ella tuerce el flujo, la saca del palacio de espejos. la convierte en una imagen que, por las razones que sean, logra apartarse de la vorágine. adquiere autonomía; es una imagen que señala. Que interpela a una época.
la fotografía que abre estas páginas (la misma que, en un punto, inauguró el año en la argentina) pertenece a ese conjunto. Una masa compacta de paraguas que pasó a ser marca de la marcha del silencio por nisman, pero también cifra de un enigma. ¿Quiénes eran, de qué sector social provenían y qué lenguaje proponían hablar aquellos que tomaron la calle el 18 de febrero? la disyuntiva entre intentar responder esos interrogantes o no considerarlos en absoluto fue una de las claves de 2015.
aunque en un registro rotundamente diferente (propio de la muy irónica tuitósfera local), los memes que hace un mes circularon a cuento del debate presidencial a su modo también estaban designando un demonio aún no conjurado: parafraseando a Freud, el del malestar de la política.
Lo testimonial
Pero si hubo una imagen de la que 2015 nunca se podrá desprender, ésa es la fotografía que ni siquiera es necesario volver a reproducir: la del niño sirio. Hubo muchas imágenes del éxodo de refugiados hacia Europa antes del día de principios de septiembre en que esa foto fue publicada. De hecho, las sigue habiendo. Pero tuvo que existir un encuadre, un punto de vista, el registro justo entre cercanía y distancia, para que en las atiborradas redes sociales de occidente una foto –por unos días, al menos– dejara de ser simplemente una foto y pasara a encarnar eso que nadie nunca querría ver: un niño muerto. Un niño vestido como se viste cualquier niño para ir a jugar. Muerto en medio de una catástrofe humanitaria que ya había generado mucho más que mil palabras. Pero que nadie parecía poder ver.
Tocada por la guadaña de lo atroz, la opinión pública europea reaccionó. Y la crisis de los refugiados estuvo en agenda por bastante más tiempo del que habilita el paradójico universo digital, ese mundo donde todo es eterno y efímero a la vez.
“las imágenes dicen: esto es lo que los seres humanos se atreven a hacer, y quizás se ofrezcan a hacer, con entusiasmo, convencidos de que están en lo justo. no lo olvides”, escribió Susan Sontag en relación con los registros visuales capaces de desnudar el núcleo mismo del horror. Durante años la ensayista dudó de la capacidad disruptiva de las imágenes en una sociedad donde existir es ser fotografiado. Sin embargo, en sus últimos trabajos terminó reconociendo el explosivo poder testimonial de algunas de ellas (las torturas en la prisión de abu Ghraib, por caso). lo cual no implica, aclararía Sontag, que ese poder de denuncia necesariamente repercuta en acciones políticas; también puede detenerse en la condena distante, la compasión tranquilizadora.
Dibujantes y protagonistas
De dicho dilema saben las impulsoras de la campaña #Ni Una Menos, que en junio promovió una histórica movilización contra los femicidios. En este caso, el detonante no fue una imagen sino un hashtag que logró traducir una amplia condena a la violencia de género. Tras el
hashtag inicial vendría la avalancha de las otras grandes protagonistas del año, las ilustraciones. las redes estallaron con el aporte de los dibujantes que se sumaban a la convocatoria. De esa enorme producción se desprendería la imagen que, al día de hoy, representa al #NiUnaMenos en particular y al movimiento contra los femicidios en general: Enriqueta, el personaje de liniers, uniéndose a la campaña.
las intervenciones gráficas crean sentido, pero también lo subvierten: así lo demuestran los artistas del movimiento antipublicitario Brandalism, que en la reciente cumbre del clima empapelaron París con sus publicidades intervenidas. En esa misma ciudad, aún espantada por los atentados fundamentalistas que la ensangrentaron dos veces en el mismo año, se descubrió que la gráfica puede, incluso, participar en la elaboración de un duelo. Porque qué fue si no un duelo global el alud de ilustraciones realizadas en todo el planeta tras la masacre de Charlie Hebdo. Una de ellas, obra del tucumano Bernardo Erlich, saltó del circuito digital a la calle: un anónimo manifestante parisino eligió llevarla, convertida en cartel, a una marcha. De esa misma tensión entre el dolor, la repulsa y la palabra finalmente política, se nutrió la enorme tapa del número que
Charlie Hebdo publicó tras el atentado. Meses después, algo similar latiría en el “no en mi nombre” que, en distintos idiomas, proclamaron musulmanes de todo el mundo tras los atentados de noviembre.
¿Qué convierte a estos registros en imborrables? El modo, por lo general terrible, con que refieren al mundo. lo real, hablándonos a los ojos.