LA NACION

La atracción de un género inagotable

Los libros de relatos vuelven a poblar las librerías

- José María Brindisi para la nacion

Quizá no resulte casual el hecho de que en 2014 se creara tardíament­e en latinoamér­ica un premio dedicado en exclusiva a los cuentistas, y que estuviese a la altura de los que hace tiempo figuran en el calendario fijo de la novela (alfaguara, Herralde, Biblioteca Breve de Seix Barral, por citar tres casos emblemátic­os). aunque existía ya el de casa de las américas y también el Juan rulfo –este último ahora en suspenso, y de todas formas dedicado a un único relato–, el premio hispanoame­ricano de cuento Gabriel García Márquez, obtenido por el argentino Guillermo Martínez y la boliviana Magela Baudoin en sus dos primeras ediciones, reubicó el género –por su notable dotación y la exposición que implica– en un lugar de privilegio, un modo de homenajear a sus grandes maestros a través de esa convocator­ia anual. lo cierto es que el García Márquez llegó, como un reflejo natural, en un momento en que el cuento parece florecer en todo el continente. También en la argentina que, como todo el mundo sabe, posee una enorme tradición en ese género que en los últimos tiempos parece querer pelearle a la novela una jerarquía y un espacio en el que ésta se situaba como instancia de maduración o realizació­n definitiva.

El cuento es, muchas veces, un campo de pruebas, el territorio en que el escritor experiment­a durante un tiempo hasta que se siente “preparado” para desembarca­r en ese otro formato más extenso y, quizá por ello, más complejo. Esta última presunción es, desde luego, equivocada (ahí tenemos a Faulkner confesando que había elegido la novela porque carecía de la disciplina y la justeza para concentrar­se en un desarrollo breve), pero no son tantos los autores que se han dedicado con igual esmero y éxito a ambos géneros durante toda su vida, algo que sí podría decirse, por ejemplo, de Juan carlos onetti o Héctor Tizón. ambos figuran, con absoluta lógica, en el corpus de ediciones consagrato­rias que la editorial alfaguara ha dedicado en el último lustro, bajo el rótulo de “cuentos completos”, a algunos de los escritores fundamenta­les de esta época como Hebe Uhart, rodolfo Fogwill, Marcelo cohen, luisa Valenzuela o abelardo castillo (entre los extranjero­s: clarice lispector, Scott Fitzgerald, rubem Fonseca, alfredo Bryce Echenique, Vladimir nabokov –este sí un ejemplo claro del cuento como campo de entrenamie­nto– o el mismo Faulkner). Dichas ediciones han hecho lo suyo para que el cuento recuperara un prestigio que hace no mucho parecía perdido.

Se ha aseverado siempre que la argentina es un país de cuentistas. El hecho de que Borges se haya volcado exclusivam­ente, dentro de la narrativa, a ese género parece, por sí solo, probarlo. Sin embargo, también se ha cuestionad­o esa afirmación desde el escenario de decenas de autores que, durante años y años, chocaban con la respuesta negativa de las editoriale­s que “por el no publicaban cuentos, o que no lo hacían si se trataba de un debut. Esta situación, con todo, se ha revertido notablemen­te en el último tiempo, sin duda en parte gracias al campo que han abierto las editoriale­s medianas y pequeñas, en muchos casos prestándol­es oído a autores –para bien y, en alguna medida, acaso también para mal– cuya escritura se halla en clara etapa de formación.

En cualquier caso, los libros de cuentos han regresado al centro de la escena con espíritu renovado. cada mes nos encontramo­s, en las librerías, con una variedad de autores (otra vez: las editoriale­s chicas se llevan buena parte del crédito) que tiempo atrás no nos hubiésemos siquiera animado a desear. por estos días, la aparición del portorriqu­eño luis negrón con su libro

Mundo cruel (páprika) no sólo resultó una revelación sino que volvió a evidenciar lo poco que conocemos de la literatura caribeña, y acaso de su universo más allá de los tópicos.

El campo (Mardulce), del uruguayo Juan José Morosoli –nacido en el mítico 1899, como Borges, nabokov y Hemingway–, es una de las joyas literarias de 2015: un autor que podría situarse en la familia de robert Walser y Bruno Schulz, es decir, en la gran familia kafkiana, y que entre nosotros era hasta hoy un auténtico desconocid­o. aunque proviene de una literatura mucho más presente como la norteameri­cana, el nombre de Kenneth Bernard (Unas pocas palabras, un pequeño refugio, El Fiordo) resultó una revelación para muchos lectores y renovó la sensación de que allá en el norte puede hallarse un gran cuentista debajo de cada alfombra. por supuesto, las antologías juegan un papel fundamenta­l en cuanto a la divulgació­n de literatura­s menos conocidas; en este sentido, Después de Mao, el excelente volumen dedicado al cuento chino contemporá­neo que Miguel Ángel petrecca ideó y tradujo para el sello adriana Hidalgo, nos acercó a ese país siempre mítico cuyo interés se ha potenciado últimament­e a partir de esa mixtura entre comunismo y capitalism­o que ni siquiera los economista­s logran explicar.

Entre los argentinos, nombres como el de Juan José Burzi (Los deseantes, Zona Borde) o el santafesin­o Francisco Bitar (Acá hubo un río, Nudista) se vuelven cada vez más insoslayab­les. Sin duda, una de las aparicione­s del año es la de Tomás Downey, cuyo libro Acá el tiempo es otra cosa (interzona) lo revela como una voz personalís­ima, contundent­e y poética al mismo tiempo. imposible hablar del cuento argentino actual y sortear el nombre de Samanta Schweblin

(Siete casas vacías), ganadora serial de concursos pero, también, sólida continuado­ra de una vertiente clásica en la que el cuento es siempre un arco tenso (en la que podría inscribirs­e, también, el nombre de Guillermo Martínez). imposible, asimismo, abandonar este 2015 sin mencionar

Las esferas invisibles (Entropía), de Diego Muzzio, esas tres largas piezas que responden a otro modo del clasicismo, el del terror fantástico, y que en el fondo resultan aterradora­s porque dialogan con los fantasmas que habitan, siempre expectante­s, en cada uno de nosotros.

La situación se ha revertido en gran medida gracias al campo que han abierto las editoriale­s medianas y pequeñas

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Ilustracio­nes: s. dufour

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