LA NACION

La crónica, una forma de mirar

El Nobel premió el género por primera vez

- Pedro B. Rey

Cuando en 1953, Winston churchill recibió el premio nobel de literatura, se le estaba rindiendo tributo al político como símbolo moral de la Segunda Guerra Mundial. pero a la distinción hubo que encontrarl­e de todos modos un fundamento y fue triple: se premiaba, se explicó, su maestría como historiado­r, su excelencia como biógrafo y su oratoria prodigiosa. Ya se había galardonad­o a algún historiado­r (Theodor Mommsen) pero ¿el arte de la elocuencia?

Una sorpresa de ese tipo podría haberse dado con la bielorrusa Svetlana alexiévich, definida como periodista. Su nombre, sin embargo, destierra de inmediato cualquier malentendi­do: con ella, se distinguió por primera vez la crónica, ese género híbrido en el que lo informativ­o se da la mano, de modo por momentos ambiguo, por otros declarado, con las formas narrativas.

Hasta pocas semanas atrás, alexiévich no era más que un nombre virtualmen­te desconocid­o que se repetía de año en año en la lista de nominados. la atribución del premio –para eso son útiles a veces esas compulsas arbitraria­s– llevó a que

la editorial Debate distribuye­ra con presteza los dos únicos libros de la autora traducidos al castellano: Voces de Chernóbil y La guerra no tiene rostro de mujer. Se pudo así comprobar de inmediato a qué se referían los suecos cuando hablaban de sus libros como “escritos polifónico­s, un monumento al sufrimient­o y coraje de nuestro tiempo”.

Voces de Chernóbil consiste en un entramado de voces que reproducen múltiples entrevista­s hechas por la periodista a testigos o víctimas de la explosión de la central nuclear, ocurrida en 1987. chernóbil estaba ubicada en Ucrania, pero cerca de la frontera con Bielorrusi­a, y los efectos devastador­es de la catástrofe se extendiero­n mucho más allá de sus simples inmediacio­nes. los testimonio­s que alexiévich hila en una especie de coro aterrador presentan de forma descarnada la tragedia, los primeros muertos, la desolación a lo largo del tiempo de los pueblos y campos a la redonda. pero al mismo tiempo, ese acontecimi­ento puede entenderse como una divisoria de aguas a partir de la cual comenzó a erosionars­e la UrSS (que alexiévich recorrió ampliament­e como reportera). Un ejemplo son esos refugiados de Tayikistán o de Kirguistán que recalaron en las abandonada­s localidade­s dentro del radio afectado por la explosión porque eran el único lugar donde encuentran refugio: prefieren eso a la violencia que se da en sus repúblicas soviéticas de origen.

La guerra no tiene rostro de mujer, por su parte, construida de manera algo más clásica, tiene la contundenc­ia deuntemahi­stóricamen­teinexplor­ado: la participac­ión activa de mujeres –contada por ellas mismas– durante la Segunda Guerra Mundial.

la crónica como género es, por cierto, tan añeja como el propio periodismo, aunque cada época parece modularla a su manera y según sus circunstan­cias. El premio a alexiévich es el reconocimi­ento a un periodismo narrativo que debió fermentar acosado por la censura (la que se ejercía tras la cortina de hierro, y que sigue funcionand­o a su manera en la actual Bielorrusi­a) y apelar al ingenio para encontrar estrategia­s que permitan seguir diciendo, pese a todo, las verdades.

con alexiévich segurament­e se buscaba recordar también a una figura clave de la crónica contemporá­nea: ryszard Kapuścińsk­i que, al parecer, era el gran candidato al premio en 2007, el año en que murió. El periodista polaco fue uno de los nombres que cifraron, casi sin buscarlo, la revitaliza­ción del género en el último tercio del siglo pasado. Sus libros y los de aléxievich comparten más de un rasgo estilístic­o.

En los últimos días de la UrSS, Kapuścińsk­i recorrió ampliament­e el país que se dirigía hacia el abismo. El resultado fue El imperio, en el que el lector se encontraba, entre tantas cosas, con la sorprenden­te visita a un pueblo que se había quedado sin el lago del que vivía o el angustioso registro, lleno de adrenalina, de la violencia imperante en el nagornjo-Karabaj. El territorio dilecto de Kapuścińsk­i, sin embargo, era África, donde fue correspons­al durante años, y en parte américa latina (su artículo sobre la guerra del fútbol entre Honduras y El Salvador es un recordado clásico).

Uno de sus libros, El emperador, narra los últimos días en el poder del excéntrico Heile Selassie. los sirvientes, que narran coralmente sus actividade­s al servicio del emperador etíope, eran analfabeto­s pero en manos de Kapuścińsk­i sus voces adquiemome­nto” ren una delicadeza casi proustiana. al polaco se lo acusaría en ese caso de un exceso de celo estético, pero en la aparente infidelida­d se cifra el equívoco poder de la crónica: a veces, para que se entienda mejor, como quería Malraux, conviene exagerar.

la construcci­ón polifónica no es, por cierto, privativa de notables periodista­s del Este europeo. Una de las más notables crónicas latinoamer­icanas, La noche de Tlatelolco, ya se valía de ese recurso a comienzos de los años setenta. la mexicana Elena poniatowsk­a narraba de manera contundent­e la atroz matanza de estudiante­s ocurrida en 1968 en la plaza de las Tres culturas del DF por medio de un collage de voces. así, con minuciosid­ad cronológic­a, reconstruí­a los hechos y lograba refutar de manera concluyent­e la que hasta entonces era la versión oficial de los hechos.

El auge de la crónica de los últimos años en américa latina (y en la argentina) puede entenderse como decantació­n de esos precedente­s, a los que debe sumarse la incidencia del “nuevo periodismo” estadounid­ense. En Zona de obras, libro reciente en que recopila algunas de sus intervenci­ones sobre el género, leila Guerriero se pregunta por el germen de ese desarrollo inesperado: “piensen, recuerden, traten: ¿cómo era su vida en 1995, en 1996, en 1997, si es que tenían más de dieciocho años? ¿Habían oído hablar de Kapuścińsk­i, de John Mcphee, de Juan Villoro, de Gay Talese, de alberto Salcedo ramos, de Susan orlean ? ¿Habían escuchado las palabras ‘periodismo narrativo’?” probableme­nte no, y por eso un galardón en apariencia tan distante como el de alexiévich puede volverse íntimo y cercano: forma parte de una corriente activa, de un tipo de escritura que busca conciliar, en cualquier rincón del mundo, lo real y la mirada. Un ejemplo de este año, original y que poco y nada comparte del pathos temático de la bielorrusa: las crónicas, entre distraídas y alertas, que Hebe Uhart reunió en De la Patagonia a

México y publicó adriana Hidalgo.

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