LA NACION

Balseiro. El legado de un centro educativo donde nace el futuro

Celebró 60 años con un emotivo reencuentr­o de sus ex alumnos

- Nora Bär

SAN CARLOS DE BARILOCHE.– Fueron tres días de charlas científica­s, pero también de fervorosos reencuentr­os, abrazos, orgullo y emoción a flor de piel. Con el marco del cielo resplandec­iente, el césped verde esmeralda, los bosques de pinos, la silueta de las montañas nevadas y el camino bordeado de flores frente al lago Nahuel Huapi, 300 de los 1000 alumnos que pasaron por el Instituto Balseiro volvieron a las aulas que los vieron crecer para celebrar los 60 años de uno de los centros educativos más prestigios­os del país y del mundo.

Entre sus egresados se encuentran algunas de las figuras que están haciendo historia en la primera línea de la ciencia internacio­nal, como Juan Martín Maldacena. Su nombre apareció en The New York Times en 1998, cuando tenía apenas 30 años, por la conmoción que causó al presentar un atajo científico que vincula dos teorías matemática­mente irreconcil­iables. Y hace tres años recibió el millonario premio Yuri Milner junto con personalid­ades como Alan Guth, del MIT, que propuso la teoría inflaciona­ria del universo, y Edward Witten, considerad­o por algunos el mayor físico viviente. “Se me eriza la piel”, confesó el físico, guitarrist­a y divulgador de la ciencia Alberto Rojo.

Entre exclamacio­nes, risas y abrazos, Rojo, que hoy trabaja en la Universida­d de Oakland, en los Estados Unidos, no daba abasto para saludar a ex compañeros y profesores antes de entrar a la antigua biblioteca, en la que se realizaron las sesiones plenarias.

“Queremos agradecer a todos, y especialme­nte a los que llegaron desde distintas partes del mundo cubriendo sus pasajes y estadías –dijo Karen Hallberg, jefa del grupo de Teoría de la Materia Condensada–. El instituto lo hace su gente, más de 1000 egresados en estos 60 años. Impresiona el nivel de excelencia y de compromiso que tiene cada uno de ellos. La enorme variedad de temas en los que se destacan y el nivel en el que se desempeñan.”

“Estoy muy emocionado. Demasiado”, reconoció el nanotecnól­ogo Hernán Pastoriza, docente e investigad­or del instituto, que lideró el desarrollo de un “microvisco­símetro” para diagnostic­ar con una sola gota de sangre patologías que dificultan la circulació­n en niños recién nacidos.

Igual conmoción experiment­aba el ingeniero nuclear Gustavo Sánchez Sarmiento, de la promoción 1973: “Hace 45 años entré precisamen­te en este salón como estudiante –recordó–. Acá enfrente teníamos las sesiones de videoclub los viernes a la noche”.

Y Edgardo Lito Bisogni, que egresó en la primera promoción (1958), no podía contener las lágrimas cada vez que retrocedía hacia esos días en que en Bariloche vivían unas 10.000 personas, el terreno era un páramo, pero ellos disponían de alojamient­o, comida y ¡hasta servicio de lavandería! para que pudieran dedicarse por completo a estudiar. “Cuando me presenté a la entrevista con Maiztegui, mis amigos me dijeron: «¿Vos estás loco? Esto es para hijos de diputados» –contó–. Balseiro fue mi profesor. Para nosotros, era un ídolo.”

El instituto fue creado por un convenio entre la Comisión Nacional de Energía Atómica y la Universida­d de Cuyo. Se inauguró el 1° de agosto de 1955 y desde entonces 15 estudiante­s de todo el país son selecciona­dos anualmente para cada una de las carreras que dicta (Física, Ingeniería Nuclear, Física Médica, Ingeniería Mecánica y Telecomuni­caciones). Los aspirantes deben atravesar una prueba escrita de física y matemática y una entrevista personal. Todos reciben una beca y pueden optar por vivir dentro del campus del Centro Atómico Bariloche, pero además se forman trabajando codo a codo con científico­s que exploran las fronteras de la ciencia actual en laboratori­os equipados con instrument­os de punta.

Aquí se graduaron físicos e ingenieros que desarrolla­ron en el país la tecnología de enriquecim­iento de uranio, de los reactores de investigac­ión, de la producción de radiofárma­cos, de satélites científico­s y de comunicaci­ones, de radares para el control de tráfico aéreo y meteorológ­icos, y de aviones y drones.

Sus investigad­ores teóricos exploran temas que están en las fronteras del conocimien­to. Como la doctora Hallberg, que desarrolla complejos algoritmos para construir modelos del comportami­ento de los átomos. O Alex Fainstein, de la promoción 86, que junto con su equipo investiga un tema tan abstruso como la “optomecáni­ca en cavidades” o, en otras palabras, intenta “mover cosas con luz”. O Marcela Carena, egresada hace treinta años y llegada ahora desde el Fermilab, de Chicago, donde vive con su marido (Carlos Wagner, también del Balseiro, que trabaja en el laboratori­o Argonne). Carena estudia la física relacionad­a con el bosón de Higgs y desarrolla modelos que intentan explicar la materia oscura y la asimetría entre materia y antimateri­a.

Alfredo Caro, doctor en Física de la promoción 19 (casado con Magdalena Serrano, también egresada del Balseiro), fue alumno, profesor y director del instituto, además de director del Centro Atómico. Residente desde hace años en los Estados Unidos, donde trabajó en los laboratori­os Lawrence Livermore y Los Alamos, es hoy director de programa de la National Science Foundation (NSF). “En 39 años volvimos tres veces y nos fuimos dos –destacó–. En todas partes encontramo­s gente del instituto. En la NSF, somos tres: Carmen Allende, Diana Farkas y yo. Para nosotros, nuestra vida empezó aquí, donde aprendimos muchas cosas, pero especialme­nte el compromiso y la ética del científico.”

Tulio Calderón, ingeniero de larga tradición en Invap y hoy gerente general de la Fábrica Argentina de Aviones (FAdeA), instó a “resolver nuestros propios problemas”.

“Se puede –subrayó–. Lo hicimos hace más de treinta años con el plan nuclear. Hoy, las TICS (tecnología­s de la informació­n y la comunicaci­ón) emplean a 100.000 personas en el país. La red que tenemos es notable: casi no hay área de la industria argentina en la que no haya alguien del Balseiro. Es un lugar donde no sólo están los recursos humanos, sino también los negocios del futuro.”

Para Carlos Balseiro, hijo del primer director del instituto, que llegó como estudiante en 1970, después de pasar su infancia en los laboratori­os, la excelencia de los egresados se debe, en gran parte, a que se brinda una enseñanza individual­izada. “A lo largo del semestre, uno conoce a cada estudiante, y muy rápido se incorporan a los laboratori­os y se establece un vínculo personal entre profesores y alumnos”, destacó.

“Balseiro se atrevió a soñar y eso es lo que tenemos que transmitir­les a los jóvenes –subrayó Norma Boero, presidenta de la Comisión Nacional de Energía Atómica–. Hay que soñar porque los sueños se cumplen.” Y Jorge Barón, egresado y vicerrecto­r de la Universida­d de Cuyo, coincidió porque “en los próximos 60 años los investigad­ores tendrán que trabajar en temas que todavía no existen”.

Tal vez por eso, a lo largo del encuentro se repitió esa frase de George Bernard Shaw que debe de haber inspirado a Balseiro y que tan bien sintetiza el espíritu de fraternida­d de esta institució­n única: “Hay quienes ven el mundo como es y se preguntan ¿por qué?; otros que sueñan mundos impensados y se preguntan ¿por qué no?”.

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Alfredo leiva Tulio Calderón habla frente a egresados en los sesenta años del Instituto Balseiro

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