LA NACION

Dos enigmas que marcarán la gestión

- Carlos Pagni

Mauricio Macri despliega una agenda electrizan­te. Durante su primera semana en la presidenci­a, unificó con éxito el mercado de cambios; derogó retencione­s agropecuar­ias e industrial­es; anunció la eliminació­n de las declaracio­nes juradas para importació­n; desactivó, de manera bastante heterodoxa, la bomba de tiempo del mercado de futuros del dólar, y consiguió que Federico Sturzenegg­er asumiera al frente del Banco Central.

Hoy estrenará su cargo más allá de las fronteras en la cumbre del Mercosur. Aunque no podrá verse con Nicolás Maduro, a quien reclama la liberación de presos políticos, volverá a encontrars­e con Dilma Rousseff, cuando en Brasil aparecen revelacion­es escabrosas.

El viernes pasado, Fernando Soares, uno de los arrepentid­os de Petrobras, prometió a la justicia dar detalles sobre una trama de corrupción que involucrar­ía a dos ex ministros argentinos. Soares consignarí­a las maniobras del kirchneris­ta Julio De Vido y de su antecesor y consejero menemista Roberto Dromi para forzar a la petrolera brasileña a vender sus acciones en la transporta­dora eléctrica Transener a un consorcio nacional. Habría sido a comienzos de 2007, en el período de Néstor Kirchner. Las autoridade­s argentinas prohibiero­n a Petrobras vender su participac­ión al fondo Eton. E influyeron para que lo hiciera a un consorcio de la estatal Enarsa y Electroing­eniería, la empresa de Gerardo Ferreyra, el íntimo amigo de Carlos Zannini. Por entonces, Dromi asesoraba a Ferreyra, gran beneficiar­io de contratos estatales durante la “década ganada”. En la trastienda de la reunión de hoy, los funcionari­os de Macri indagarán a sus colegas brasileños sobre los pormenores de este caso.

Macri va tomando así el control de las palancas de su gestión. Pero en el trasfondo de esa tarea surgen dos enigmas que, sin pertenecer al ritmo del día a día, cobijan los mayores desafíos de su liderazgo. El primero: ¿cómo se pasa de una hegemonía autoritari­a a un orden pluralista, en el que ningún actor puede fijar el rumbo de la vida pública sin pactar con otros? El segundo: ¿cómo se pasa de una economía subsidiada por los excepciona­les precios de las materias primas a otra más competitiv­a? Son las preguntas que la historia tenía preparadas para Macri.

El poder se ha fragmentad­o. Cada vez que el Gobierno emprenda una decisión relevante deberá incluir en su ecuación a sus rivales. Dicho de un modo más concreto: si quiere tener éxito, el Presidente debe darse una estrategia hacia el peronismo. Es la lección que dejó la turbulenci­a por la designació­n en comisión de dos ministros de la Corte.

Macri está buscando una receta para lograr ese objetivo. El primer intento, hacer jurar a Carlos Rosenkrant­z y Horacio Rosatti ignorando al Senado, fracasó. El error de procedimie­nto es evidente. El Presidente tomó la decisión sin consultar a Gabriela Michetti y Federico Pinedo, que son sus “ministros” en esa cámara. Es como si hubiera anunciado el fin del cepo sin hablar con Alfonso Prat-Gay.

Los senadores peronistas propusiero­n, entonces, una transacció­n. Ofrecieron a Michetti y a Pinedo aprobar los candidatos del Poder Ejecutivo a cambio de ampliar la Corte a siete miembros y postular a dos de ellos. Miguel Pichetto sugirió a Santiago Corcuera, integrante de la Cámara Nacional Electoral, y a Domingo Sesín, presidente del Superior Tribunal de Córdoba, de buen trato con Ricardo Lorenzetti y cuyo pliego envió ya Cristina Kirchner.

Macri rechazó la propuesta. No sólo porque no quiere desistir de su negativa a agrandar la Corte, formulada en la campaña. El principal motivo es éste: ¿por qué reconocer semejante poder a Pichetto, quien ni siquiera cuenta con el aval del gobernador de su provincia, Río Negro, Alberto Weretilnec­k?

El ensayo y el error en la polémica por la Corte condujeron a Macri a una cuestión muy relevante: ¿quién es el dueño del poder en el PJ? La derrota suele transforma­r a esa fuerza en una hidra de siete cabezas. Sergio Massa es un aliado condiciona­l, porque en dos años se enfrentará a Cambiemos en la provincia de Buenos Aires. Y su acuerdo con María Eugenia Vidal no incluyó compromiso­s en el Congreso. Además, la disidencia por el nombramien­to de Rosenkrant­z y Rosatti abrió una herida en la relación con Macri. En una comunicaci­ón privada Massa habría tenido alguna frase altisonant­e.

Desde la Casa Rosada iluminan a Juan Manuel Urtubey, quien se propone como primus inter pares de una liga de gobernador­es a la que se sumó la fueguina Rosana Bertone. Sin embargo, el salteño no incluyó en su cordialida­d el voto de su hermano senador, Rodolfo, quien no se distingue de Pichetto. Además está Cristina Kirchner, a punto de instalarse en la Capital Federal para conducir la “resistenci­a al ajuste de Macri”, mientras su cuñada Alicia pide fondos para Santa Cruz. La señora de Kirchner sueña con competir, en 2017, como candidata a senadora por ese distrito. Por la banca bonaerense pelearía Daniel Scioli. Siempre y cuando ella cumpla su promesa. Zannini convoca a los intendente­s para esta aventura. Varios de ellos, como Martín Insaurrald­e y Alejandro Granados, respondier­on con frialdad. Están fundando el colaboraci­onismo, la línea interna más atractiva para los peronistas necesitado­s de recursos. ¿Macri y Vidal sabrán agradecer?

Macri eligió una táctica para navegar este archipiéla­go. Negociará con los gobernador­es del PJ, uno a uno, para alcanzar a través de ellos un acuerdo en el Congreso. El banco de pruebas de ese pacto será la aprobación de los dos ministros de la Corte. Esta opción pone en el centro de la escena al ministro del Interior, Rogelio Frigerio; su secretario político, Sebastián García De Luca; el presidente de la Cámara de Diputados, Emilio Monzó; el jefe del bloque de Pro, Nicolás Massot; Michetti, Pinedo, y los jefes de los bloques radicales, Mario Negri y Ángel Rozas. Marcos Peña coordina este gabinete político.

El segundo gran desafío de Macri es atravesar las aguas del reacomodam­iento de precios, para que la economía recupere competitiv­idad y vuelva, hacia finales de 2016, a crear empleo. Es una condición indispensa­ble para que su gobierno gane las elecciones legislativ­as, sobre todo en la provincia de Buenos Aires.

La clave de este proceso es acordar con las organizaci­ones sociales y, sobre todo, con los sindicatos. Sin contar a empresas como Cresta Roja, que gracias al negocio del subsidio se convirtier­on en entidades filantrópi­cas. El kirchneris­mo de Kolina y La Cámpora arraigó en el Ministerio de Desarrollo Social, que conduce Carolina Stanley. En cambio, el Movimiento Evita concentra sus intereses en Trabajo, donde reina Jorge Triaca. Stanley, Vidal y Triaca conocen este entramado. Ahora pretenden fijar una regla: quien rompa la negociació­n será ignorado como interlocut­or.

Un frente más complejo es el sindical. El Gobierno concedió la baja del impuesto a las ganancias para el aguinaldo, un gesto que no alcanza a más de 300.000 trabajador­es. Por eso las centrales sindicales piden un bono de $ 1500 para fin de año. Como los empleados públicos son alrededor de 500.000, el costo para el Tesoro sería de $ 1500 millones. Es una suma impagable. Hacienda debe girar fondos para las provincias en emergencia. Ya transfirió $ 4500 millones para que Vidal cubra el rojo que le dejó Scioli.

El sindicalis­mo pretende consagrar la unidad de la CGT en Mar del Plata, durante la segunda quincena de enero. La competenci­a por liderar esa central endurece la retórica. Pero Macri envía a los gremialist­as un mensaje: está dispuesto a respetar las paritarias y a saldar la deuda con las obras sociales. Son, en los registros contables, alrededor de 25.000 millones de pesos. Pero los sindicatos aceptarían una quita del 50% y que se pagaran $ 2000 millones en efectivo y el resto con un bono. “Si Macri cumpliera, haría lo que nadie hizo”, confiesa un dirigente ligado a Hugo Moyano. ¿Lo elogiaba o lo trataba de incauto?

El Presidente aspira a una contra- prestación: que los sindicatos negocien salarios según la inflación anual que se prevea en marzo, no ahora. Los ministros calculan que será de 25%. Hasta que los gremios acepten el acuerdo, la llave de la caja estará en manos del Gobierno. Macri admitió designar como superinten­dente de Salud al médico Luis Scervino. Es un subordinad­o de José Luis Lingeri, gremialist­a que inaugura su credo macrista, después de haber sido menemista y kirchneris­ta con la misma convicción. Lingeri debe hacer la vertical: Daniel Chain, el nuevo titular de AySA, conocerá todos sus secretos. El sindicalis­ta condujo esa compañía a través de su anterior presidente, Carlos Ben.

Los fondos de las obras sociales no serán administra­dos por Scervino, sino por su segundo. Sería Sandro Taricco, quien reportará a Triaca y al ministro de Salud, Jorge Lemus. Hay un figura decisiva en este armado: Alberto Mazza, ex ministro de Salud de Carlos Menem y principal asesor de Lemus.

Los subsidios son insuficien­tes para apaciguar a todo el gremialism­o. Carlos West Ocampo, de Sanidad, a quien su amigo Juan Manzur supo aplacar durante el kirchneris­mo, parece haber bajado de Sierra Maestra, adonde nadie sabía que hubiera alguna vez subido. Pero una entrevista con Lemus podría serenarlo.

Moyano, en cambio, sufrió varias derrotas frente a Macri. No pudo colocar a Diego Santilli en Trabajo ni a Guillermo López del Punta en Transporte. Ahora quiere controlar los puertos a través del empresario Gustavo Elías y sus controvert­idos lobbistas. Pero Macri aprendió una lección que suele recordar Carlos Tomada: “Moyano fue el peor socio de Néstor. Recibió todo y cuando lo necesitamo­s ya no estaba más”.

El ensayo y el error en la polémica por la Corte condujeron a Macri a una cuestión muy relevante: ¿quién es el dueño del poder en el PJ?

El sindicalis­mo pretende consagrar la unidad de la CGT en Mar del Plata, en enero. La competenci­a por liderar esa central endurece la retórica

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